
buscandome
Warianos-
Posts
1,697 -
Joined
-
Last visited
-
Days Won
23
Everything posted by buscandome
-
DESDRAMATIZAR LA VIDA
buscandome posted a topic in Psicología, Espiritualidad y Crecimiento Personal
Ocho o nueve de cada diez personas que lean este artículo tienen motivos suficientes para creer que la vida, o por lo menos una parte de ella es, en mayor o menor parte, dramática. Tenemos acumulados dolores viejos o recientes, alguna rabia que aún no hemos conseguido domesticar, alguna pena que se ha enquistado en el alma, y una retahíla de incomprensiones; tenemos dudas, miedos, inseguridades… Casi todos hemos pasado por experiencias trágicas que hubiéramos evitado gustosamente, hemos maldecido aunque sea sin palabras, o hemos pensado que la vida a veces es dura y difícil. Todos nos hemos sentido víctimas en alguna ocasión. Y todos tenemos razón al pensar que la vida no es fácil, ni perfecta, ni juega exclusivamente a nuestro favor. Pero convertirla por ello en un drama es un gran error. Digamos que la vida es una sucesión de experiencias, unas más duras y otras más comprensibles, unas livianas y otras punzantes, que en la mayoría de las ocasiones son casi inevitables, y por ellas tenemos que ir pasando para aprender a estar aquí -o para evolucionar espiritualmente según otras teorías-. Lo que sí es cierto es que estancarse en la rabia de la incomprensión, en la pataleta infantil, en el dolor que ancla al pasado y provoca una inmovilidad que no ayuda a salir del mal momento, no es una buena solución. Vivir la vida implica pagar el precio de tener que pasar por diferentes situaciones, algunas de las cuales son realmente duras. No voy a entrar a valorar quién es el culpable de que sucedan, si el destino o uno mismo, ni en si se podrían haber evitado o no. Lo cierto es que suceden o sucedieron y nos están afectando de algún modo. Y no siempre es cierto si decimos que pasaron y que las hemos olvidado. En alguna parte quedan, agazapadas y dispuestas a darnos otro momento de disgusto, la incomprensión de lo que sucedió y la rabia por lo que tuvimos que sufrir. La reflexión que ha de hacer el corazón –no la mente- es que sólo se han de recurrir a los momentos dramáticos si vamos a extraer de ellos una porción de sabiduría para que no vuelvan a suceder si no son imprescindibles. Y nada más. Quedarse en el lamento de lo desgraciado que es uno, en la queja por la dureza de algunas experiencias que se han vivido, o pasarse el resto de la vida reprochando a quien sea que uno lo pasó mal, no ayudan a seguir, no permiten ver la cara brillante y mágica de la vida, ni la delicia de los otros momentos que son mayoría. Hay que desdramatizar la vida. Entender que todo son lecciones, aunque algunas nos cueste trabajo terminar de comprenderlas o pensemos que eran innecesarias, o que hubiéramos sido capaces de aprender de otro modo más sencillo. Y hay que creer en la generosidad del Creador. No es conveniente alargar esa mala costumbre de la queja continua, de la queja ya atrasada, de la queja inmovilizadora, de la queja que acaba convenciéndonos de que la vida es dramática. Sí es conveniente aprender –u obligarse- a ver los miles de lados buenos de la vida, las maravillas que nos tiene reservadas, el milagro que es amanecer cada mañana, la satisfacción que nos aporta estar con la gente querida, el gozo de la música que nos gusta, de las sonrisas que se nos ofrecen, de las conversaciones entre almas, de un paseo solos o acompañados, de cuidar una planta… Engancharnos al dramatismo, como una mala droga, y conformarnos lastimosamente con su presencia en vez de iniciar una Cruzada contra todo lo que atente contra nuestro optimismo, nuestra vitalidad, el ánimo limpio y libre… eso sí que es una tragedia. Es bueno tener la fe actualizada, sentirse cuidado por Lo Superior, tener confianza en que todo tiene un sentido que alguna vez se comprenderá, asumir el derecho a lo bueno, intuir que en cada momento de dolor se esconde un futuro mejor, y descubrir que no son malos los malos momentos: simplemente son distintos, duran poco, y se los lleva el tiempo. No cuesta tanto ponerse una sonrisa en la boca. Es cuestión de intentarlo una y otra vez, mejor frente al espejo para notar la diferencia. Los problemas, que seguirán estando, se ven menos dramáticos con la sonrisa y la esperanza puestas. Hay que vivir, y hay que vivir lo mejor que se pueda. Instalarse en un luto trágico, en una pena inconsolable, en una tristeza funesta, o en una vida sin ilusión ni calma, en vez de ayudarnos va a hundirnos en una depresión en que la única luz que veamos estará apagada. La vida sigue... y va a seguir la tomemos como la tomemos. En el mejor acto de amor propio que nos podemos ofrecer, desdramaticemos la vida y afinemos el modo de verla con confianza y vivirla con convicción en lo bueno. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal. -
LO ÚNICO SEGURO ES QUE NO HAY NADA SEGURO En asuntos personales y sentimentales, todo aquello que aparenta ser seguro se puede desmoronar en cualquier momento. La experiencia de muchos años de vida -y mientras más sean, mejor-, nos va haciendo ver que todo aquello que parecía ser seguro, tiene, visto más adelante, otra interpretación distinta, más dudas de las que aparentaba, menos estabilidad y menos convicción. Van apareciendo las grietas de la duda y la prevención, y las preguntas directas y osadas son respondidas por silencios que sustituyen a las respuestas, rápidas y tajantes, que pronunciábamos anteriormente. Y no es para preocuparse. La vida es así. Cualquier día comprobaremos que dos y dos no son cuatro, sino 3,99999999999. Y nos dirán por qué no son cuatro con una seguridad que tal vez dentro de dos siglos cambie, y entonces serán 4,00000000001 La inseguridad es nuestra constante compañera. Las cosas que nos han ido pasando en la vida nos han demostrado que es arriesgado tener una seguridad por la que comprometerse y obstinarse tozudamente en su defensa. Que mucho de lo que disfrazamos de seguridad no es más que una mentira, o una excusa, que nos hemos contado en algún momento porque nos interesaba creerlo así. Que aquello por lo que hubiéramos puesto la mano al fuego, más adelante nos demostró que nos hubiéramos quemado. Que, a veces, estamos seguros de que un sentimiento se va a mantener hasta el fin de nuestros días, y un poco más adelante esa seguridad se empieza a tambalear levemente, o se empieza a diluir, y acaba desapareciendo víctima de las demostraciones evidentes e irrefutables de la realidad. Hemos de acostumbrarnos a no sorprendernos por el descalabro de nuestras seguridades, y tenemos que entender que eso forma parte de la vida. Para seguir adelante es necesario creer en algo –porque eso es lo que nos va a permitir dar otro paso y seguir-, y luchar por ello con seguridad en ese algo, y defenderlo, pero no a muerte, sino con una ventana abierta a la posibilidad de que más adelante pueda demostrar que no era tan seguro como representaba. Tony de Mello estuvo muy atinado cuando dijo: “Si aceptáis lo que yo digo, lo hacéis enteramente a vuestro riesgo, porque yo me reservo el derecho de cambiar de opinión sin previo aviso.” Cuando se cree tener seguridad en algo es conveniente tener fe en ello, proclamarlo y defenderlo, con pasión, con convencimiento, pero es mejor no caer en un fanatismo obtuso, en una obcecación cerrada, en una ceguera a otras posibilidades, en una intransigencia obsesiva de que no puede ser de otro modo, porque puede llegar a serlo; es más atinado hacerlo dejando en alguna parte una cierta reserva. En realidad, no hay que preocuparse por las inseguridades, si bien es cierto que interesa tratar de eliminarlas en la mayor cantidad posible, y que es mejor ir fortaleciéndose en el hecho de que la vida es una continua toma de decisiones, y que la inseguridad no sólo no aporta ayuda, sino que es un tremendo obstáculo. No hay que olvidar que detrás de las inseguridades se esconde el miedo a equivocarse y la angustia ante los posteriores reproches que uno mismo se va a infligir. Las situaciones y la vida nos presentan casi siempre diferentes propuestas para una misma realidad, y hay que reconocer que es así, y que no tenemos una mente entrenada que sea capaz de discernir sin ningún tipo de duda; no siempre disponemos de un convencimiento justificadamente rotundo, de una prueba infalible, y entonces es mejor tomar una decisión, o creer en algo, con una moderada seguridad, pero provisional, por si en algún momento se ha de sustituir. “No estoy seguro, pero en este momento me parece que…” Esta puede ser una buena fórmula de inicio para responder a cualquier duda o circunstancia que se presente. Decir “yo supongo…”, “yo creo…”, “a mí me parece…”, no es lo mismo que “no sé”. En el primer caso hay una suposición de que se sabe, pero no se arriesga uno a defenderlo firmemente; en el segundo caso se reconoce expresamente el desconocimiento. Somos Humanos, nos movemos por sentimientos –que demostrarán su volubilidad y sus altibajos a lo largo de los años-; nuestra mente ha aprendido dudando y ha crecido entre dudas; la experiencia nos demuestra que lo que hoy aparenta ser firme mañana puede parecernos tan falso como una moneda de madera; no estamos legitimados para tener una seguridad garantizada hasta el infinito –por las jugarretas que nos hace la indecisión de la mente-, y, cuando creamos estar seguros de algo, casi es mejor que revisemos la posibilidad de que en realidad sea cabezonería, fanatismo, ofuscación, terquedad, obstinación intransigente, ceguera, o cualquiera de los sinónimos gramaticales de similares errores posibles. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal.
-
¿NO SERÁ QUE A QUIEN TIENES MIEDO ES A TI? (El problema de tener que tomar decisiones) A muchas personas les cuesta mucho trabajo tomar decisiones, y las aplazan todo lo que pueden –a veces, incluso hasta que ya es demasiado tarde-, porque cada vez que toman una decisión que después demuestra que no ha sido acertada… Bufff… ¡lo que viene después! ¿Eres una de esas personas? ¿Una de esas que después, a la vista de los resultados, sólo es capaz de reprocharse y castigarse? Sí es así, tal vez te interese seguir leyendo. Hay personas que cada vez que comprueban que una de sus decisiones no salió de su gusto inician un proceso que es más o menos similar: UNA TANDA DE REPROCHES Parece que aprovechan para sacar todos los trapos sucios del pasado, todo lo que se tiene por ahí amontonado, las quejas almacenadas, las mismas protestas de siempre, un odio contra sí mismos que ha sido cebado con mucho cuidado… ENFADO Y MALA CARA El absurdo elevado a lo máximo: enfadarse con uno mismo, evitarse, no mirarse de frente en el espejo, sentirse molesto con la propia presencia, ponerse una cara adusta que exprese rencor y repugnancia… BAJADA DE LA AUTOESTIMA Uno se minusvalora: “no acierto ni una…”, “me equivoco en todo…”, “no valgo para nada…”, “no puedo confiar en mí…”, “me detesto…”, “no aprendo nunca…” Y lo malo es que no son solamente palabras: la carga trágica que llevan se incorpora al concepto que uno tiene de sí mismo, que baja muchos enteros de golpe. CASTIGO Otro error: uno se acuerda de aquello que le enseñaron de pequeño, en casa o en el colegio, que decía que cada “error” merece un castigo. Y sigue creyendo en ello –porque no ha revisado que eso es algo obsoleto e innecesario- y se castiga. Sin darse cuenta, por lo visto, de lo absurdo que es poner un castigo que uno mismo tiene que sufrir. Sadismo y masoquismo juntos. Y para nada positivo. La distancia entre uno mismo y uno mismo ahora es más grande. Y la posibilidad de una reconciliación amistosa, y de un proyecto de mejorar la relación, se aleja. ¿Y qué es lo que se adelanta con todo ello? NADA. Nada positivo. Ante este panorama, y sabiendo que en la próxima “equivocación” hay que volver a pasar por todo esto, se crea una tensión nerviosa, y un cruel desasosiego, que crean el estado más alejado de la ecuanimidad y tranquilidad que se requieren para tomar las decisiones atinadas. A la pregunta de ¿Cuántas son 2 + 2?, sólo hay una respuesta que es correcta. Pero hay millones de respuestas equivocadas: 3.548, 6 metros, patata, 0,668 kilos, el Río Amazonas… En las otras ocasiones en las que tenemos que tomar decisiones, nos viene a pasar algo parecido: sólo una respuesta correcta y millones incorrectas. Según el índice de probabilidades, lo lógico es no acertar. Y como, además, no estamos preparados para resolver todos los asuntos, porque muchos se nos presentan por primera vez y no nos han preparado para hacerlo, lo lógico es no acertar. Aceptar que uno no está preparado para ello, y que hay muchas posibilidades de no acertar, y poner toda la buena voluntad y la mejor de las intenciones, y descartar cualquier ánimo de perjudicar intencionadamente –salvo que sea absolutamente imprescindible, que puede suceder-, y escucharse primero en la mente o en el corazón –quien sea que tenga que tomar la decisión-, pueden llevarnos a un índice mayor de aciertos, y a una mejor aceptación si acaba demostrándose que no se acertó. En el pueblo donde yo veraneo, que es un pueblo muy rural, dicen en estos casos: “una mata que no ha echao”. Una mata que no ha producido. Pero hay muchas matas, porque las plantaciones son enormes. Otras matas darán frutos, y no se echará en falta lo que no produjo esta. “No salió como yo esperaba” -que es una forma amable y atinada de sustituir a “me he equivocado”-, pero “la próxima vez lo haré mejor”. Lo que no debiera ser es que, ante cada decisión que no resulte ser la óptima, uno se vea perjudicado -además de por el perjuicio o por la falta de beneficio que produzca-, en el vínculo que mantiene consigo, que es algo que se debiera preservar como algo sagrado que está más allá de las decisiones y sus resultados. Sean los que sean. Es bueno que uno se quede a salvo de todos las circunstancias y vicisitudes que se le van a presentar a lo largo de la vida. No se puede ganar en todas. La perfección aún no está a nuestro alcance permanentemente. Como se dice en los matrimonios católicos: “me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. No es mala idea matrimoniarse consigo mismo. Que no sea a ti a quien tienes miedo. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal. Te invito a visitarla)
-
NO ES AL OTRO A QUIEN HAY QUE PEDIR DISCULPAS Diccionario de la RAE: DISCULPA - (De dis y culpa) – “Razón que se da o causa que se alega para excusar o purgar una culpa”. (Perdonen que comience dando mi opinión sobre el uso incorrecto que se hace de “pedir disculpas”, cuando creemos haber ofendido o molestado a una persona, cuando en realidad lo acertado sería “ofrecer disculpas”. La propia Real Academia de la Lengua Española admite ambas formas como iguales, pero, en cambio, el matiz diferenciador, a mi entender, hace que todo cambie). Cuando alguna persona cree haberme ofendido o molestado de algún modo y me pide disculpas, digo, siempre, que no es a mí a quien tiene que pedirlas (ofrecerlas, en mi opinión) sino a sí mismo. Si lo que me ha dicho o hecho me ofende o molesta es mi problema, por permitir que eso me afecte. Siempre tengo la opción de no permitir que me altere si comprendo que lo que ha dicho sólo es una opinión equivocada por falta de un criterio veraz, o que tal vez haya actuado de un modo inconsciente, y posiblemente sin ánimo de hacerme daño. Creo que es a sí mismo a quien tiene que ofrecer disculpas, a quien tiene que explicar lo que ha hecho, y por qué, y con quien tiene que dialogar –una vez que ya se ha dado cuenta de que lo que dijo o hizo no era lo correcto- para tratar de evitar que en el futuro se vuelva a repetir. Si alguien pide disculpas, o perdón, es porque no se siente bien por su acción, porque su conciencia le está haciendo ver que no es correcto, y es por tanto consigo mismo con quien tiene que sentirse disgustado, si así lo cree necesario. Al pedir disculpas al otro, o perdón, lo que uno pretende es tratar de resolver el conflicto del modo más sencillo: escuchando del otro que acepta sus disculpas o su petición de perdón. De ese modo, se des-culpabiliza rápidamente creyendo que así ha dado por zanjado el asunto, y que todo queda como si nada hubiera pasado. No es cierto. Es una tergiversación. En realidad, la conciencia no se tranquiliza ni se conforma con esas palabras. Es la mente quien se conforma con eso. Pero no es la mente, y sí la conciencia, y lo inconsciente, quienes nos gobiernan. Por lo tanto, es un asunto que sigue sin resolver. La sensación de inconformidad por el acto sigue latente. Se siente como un perdón de palabra, pero no de corazón. Tiene que haber sinceridad en la conversación con uno mismo cuando se ofrecen disculpas. Tiene que haber el reconocimiento expreso de haber cometido algo incorrecto, algo de lo que uno se arrepiente y por lo que se siente afligido, y es a sí mismo a quien tiene que decirle/decirse cuál debiera ser el modo correcto de comportarse en la próxima ocasión. Recuerda que si has ofendido a otro, con quien realmente estás enojado es contigo. PD.- Lo positivo de ofrecer disculpas al otro, es que uno le reconoce el derecho a ser digno y a no ser ofendido. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal. Te invito a visitarla)
-
¿CAMBIAS O PREFIERES SEGUIR MUERTO? No es lo correcto pelear porque cambien las circunstancias de nuestra vida que no nos gustan. Si desaparece una, aparecerán otras y será siempre así. Es nuestra actitud ante ellas ante ellas lo que deberíamos cambiar. No hay que evitarlas para que no nos dañen, sino modificar nuestra percepción de las cosas, y revisar qué parte, y por qué, es afectada dentro de nosotros para aclararle lo que está sucediendo, y convencerle/convencernos de que no es culpa nuestra, de que es habitual que pasen cosas que no nos agradan, pero que no es una ataque directo y personal, sino una experiencia que puede y debe ser tratada como ajena. Se dice que las experiencias “desagradables” no son contra nosotros, sino para nosotros. Atención a esto. Lo que no se comprende puede ser negado o reprimido, pero no resuelto. Y ha de resolverse. Un cambio de ropa, o de imagen, no cambia la persona. No está bien que dejemos la estabilidad y la dirección de nuestra vida en manos de otros, o de las ingobernables circunstancias siempre ajenas a nuestro control. Es una insensatez, un disparate, y un atentado brutal contra nosotros mismos. “Hacer cambios” es una sublevación que intentará ser repelida, y una revolución contra la aceptación rutinaria, que no será bien recibida si no ha sido bien explicada y no se cuenta con el beneplácito y la colaboración de los yoes pequeños, que van a querer quedarse a salvo en sus viejos conocidos miedos. Porque ya se sabe que “no hay más ciego que el que no quiere ver”. Las viejas costumbres querrán jubilarse en su puesto sin moverse de él y no ser destituidas por nuevas costumbres. Dice el Zen que hay que abandonar las opiniones antes de ponerse a buscar la verdad, porque si no lo hacemos así no estamos predispuestos a dejarnos conquistar por lo distinto, o por la verdad, sino que nos dedicaremos a defender lo que tenemos (y vuelvo al refranero: “más vale malo conocido que bueno por conocer”) Creemos que lo que nos hace daño, si no es un daño gravísimo, es preferible a un supuesto –sólo supuesto- daño cuya supuesta intensidad desconocemos. Nos conformamos con la cobardía. A partir de entonces –a partir de la nueva actitud ante las cosas que nos sucedan-, cuando vemos algo distinto no es que ese algo haya cambiado, sino que somos nosotros los que tenemos una visión nueva. Si conocemos previamente lo que nos parece negativo de nosotros, nuestras propias trampas y miedos, nuestra sombra y otras oscuridades, descubriremos más fácilmente las contradicciones que se presentan, las máscaras que usamos, las excusas retorcidas o atemorizadas, las mentiras que nos contamos… Lo negativo, lo que nos disgusta, y lo que no aceptamos, tal vez no nos pertenezca, tal vez no forman parte de nosotros, sino que son asuntos del ego, de cualquiera de los yoes falsos, o es que no encaja en las normas DE LOS OTROS, o en lo social aborregado, y puede que tal vez ya no queramos pertenecer a esa tribu de falsos y nos apetezca sacar a nuestro Yo Verdadero a pasear, a ser reconocido por el mundo, a mostrar lo que ha mantenido oculto, a ser de verdad él mismo. Porque nos hemos pillado tantas veces comenzando frases por “si yo me atreviera…” Y sabemos que es el Yo de las mayúsculas, ese que intuimos a veces y descartamos porque nos parece demasiado grande para ser nosotros, o porque nos da miedo que no sea aceptado y nos parece muy arriesgado. Pero… “si yo me atreviera…” ¡Cuántas cosas podrían ser distintas! ¡Qué paz podría conocer! ¡Y cuánta dicha y qué descanso! Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal. Te invito a visitarla)
-
RECONCILIARSE CON LOS YOES DEL PASADO Todos guardamos representaciones de nuestros yoes del pasado. Son imágenes, o entes etéreos, de diferentes épocas de nuestra vida, y de diferentes estados y vivencias por los que hemos atravesado. Algunos se sienten en paz, satisfechos, y reposan en la parte del recuerdo y del pasado donde hemos almacenado las cosas de las que nos sentimos complacidos y en paz. En cambio, con los yoes de aquellas actitudes y hechos de los que no nos sentimos orgullosos, aquellas de las que hasta negamos la autoría, hacemos dos cosas opuestas: o los dejamos a la vista, les sacamos brillo cada día para que no se nos olviden, nos los restregamos continuamente, sacamos punta a sus espinas y rellenamos el depósito del veneno, todo ello para satisfacer a nuestro masoquista interior, o las escondemos bien escondidas en un lugar al que nos resulta desagradable regresar. En el primer caso, y si no somos capaces de sacar ningún provecho y sólo nos recreamos de un modo depravado en su repetición regodeándonos en el auto-reproche, el acto es inútil, se vuelve en nuestra contra, mina nuestra Autoestima, nos enfrenta a nosotros mismos, y nos enzarza en una guerra en la que ambas partes son perdedoras. Por lo expuesto, sería conveniente tomar otra actitud y dejar de insistir en ese castigo maquiavélico y perverso. En el segundo caso creemos, equivocadamente, que no hablando de ello, negándolo, o tratando de olvidarlo, dejará de molestarnos, se diluirá en el pasado y dejará de pedirnos cuentas. Un error. También. El que no nos acordemos conscientemente de ello no quiere decir que no nos afecte de un modo inconsciente. Y no hay que olvidar que el 99% de nuestros actos y pensamientos, se gestan y construyen en el inconsciente o lo inconsciente. En realidad, latentes y asomándose sólo de vez en cuando, esperan una explicación que les redima del pesar que les apesadumbra al saber que vivieron actos o actitudes que negamos. Se sienten culpables y sin saber por qué. Son cosas que hicimos hace tiempo –por tanto no las hizo el yo de hoy sino un yo del pasado- y que se hicieron en su momento sin mala intención y sin mejor conocimiento, por las que nos exigimos responsabilidades como si fuéramos expertos. Esos yoes que ahora rechazamos, de los que se arrepiente nuestra conciencia, no entienden que en su momento fueran una decisión nuestra y en cambio ahora sean apestados de los que es mejor renegar. Se sienten traicionados y abandonados. Mientras, se van alimentando de nuestra Autoestima, y la van minando poco a poco. Ahora, cuando se pueden asomar a nuestra memoria, dan un zarpazo a nuestro corazón, y nosotros reaccionamos tratando de esconderlos de nuevo en lugar de acogerlos, o de reconocerlos en vez de negarlos, y les condenamos al silencio sin aclaraciones en vez de hablarles para darles una explicación de lo sucedido. Sus porqués no obtienen respuestas. Esos yoes que una vez fuimos, injustamente acusados, buscan reconciliarse de nuevo, quieren hacernos ver que forman parte de las experiencias por las que hemos tenido que pasar, que son parte innegable de nuestro pasado, que necesitan ser comprendidos y acogidos, que no merecen nuestra desaprobación porque no les tocó hacer la parte más agradable, que son yoes tan nosotros mismos como los otros yoes a los que ensalzamos. Una de las formas útiles de reconciliarnos con nuestro pasado, del que somos, no lo olvidemos, responsables únicos, es la que expongo: Se trata de conseguir una relajación adecuada, en un sitio en el que no vayamos a ser molestados, con bastante tiempo libre disponible, y en el modo que tengamos por costumbre hacerlo. Una vez relajados, sin ninguna expectativa de lo que “tiene” que suceder –porque si nuestra mente está pendiente de que suceda algo concreto no será una relajación auténtica, y puede que nos estemos “inventando” lo que suceda a continuación-, y sin ninguna prisa –quizás no suceda algo la primera vez o tarde en aparecer, y, además, es conveniente repetir el ejercicio en varias ocasiones porque cada ocasión nos puede mostrar algo más-, y sin permitir que la mente consciente intervenga tratando de analizar lo que está sucediendo –porque si dejamos que una parte del consciente intervenga, entonces no estamos en el lugar del inconsciente al que queremos llegar-, entonces es el momento de observar qué yo va apareciendo, y qué nos cuenta. Para que sea eficaz, es conveniente no estar pendiente de lo que suceda con una parte de nuestra consciencia que quiera acudir a la relajación para tomar nota de lo que suceda. Porque en ese caso no se alcanzaría el acceso correcto a lo inconsciente, y porque lo importante de este trabajo se produce en el encuentro con los yoes y en ese nivel, que es donde está el conflicto, y no se elabora en el pensamiento o la razón. No hay que estar pendiente de que no se olvide nada de lo que vaya a suceder. De lo que haya que acordarse, se acordará uno. La primera regla es que hay que ponerse a la altura física de quien aparezca –si es un niño, hay que agacharse hasta que nuestros ojos estén frente a los suyos-; la segunda es que hay que escuchar lo que nos quiera decir, con palabras o sin ellas, con gestos o con sentimientos, y no hay intervenir hasta que termine. No hay que estar a la defensiva, ni culpabilizar a algo o alguien ajeno –las circunstancias, el destino, los otros, etc.-, sino explicar, en un tono sosegado y de modo que esté a su nivel intelectual, el porqué de aquello que le tocó hacer, o sea, de lo que se hizo en aquel momento. Las explicaciones, básicamente, son las mismas para todos. “Hiciste lo que creíste que tenía que hacer, o lo que suponías que eras lo mejor, o lo que permitieron hacer las circunstancias, con el conocimiento y la experiencia que tenías entonces. Te lo agradezco igualmente, aunque el resultado no fue el que esperaba. Te acojo con amor en mi vida porque formas parte de mí”. El texto se debe modificar al gusto de cada uno, porque si uno se habla con palabras que no son suyas, o de un modo que no es habitual, el yo puede creer que no hay sinceridad. También es interesante tener unas preguntas preparadas, para ver si se puede conseguir respuestas que nos clarifiquen alguna duda. Cuando se termine “la conversación”, cuyo final no hay que precipitar para que quede perfectamente resuelto, hay que ofrecer un abrazo al yo, y si lo acepta, podemos dar el asunto por resuelto. Si acepta el abrazo, que sería lo lógico, conviene que sea muy real, que lleve todo el amor que seamos capaces de transmitir, que sea lo más sincero que hayamos hecho en nuestra vida, y si notamos que nos abraza con la misma pasión que nosotros ponemos, o captamos una sonrisa, un asentimiento, una relajación en su gesto, una palabra que nos lo confirme, entonces es momento de disfrutar el abrazo, de saborear la reconciliación, y entonces es cuando hay que apretar más el abrazo, hasta que el yo se integre en nosotros y pase a formar parte indisoluble de nosotros, dejando de ser un ser etéreo que vaga perdido. Si no lo acepta, tal vez sea porque no se crea lo que le estamos diciendo, así que puede ser que falte sinceridad por nuestra parte, o que esté demasiado resentido. Lo que hay que hacer es volver otro día, para ver si se ha ablandado y ha comprendido nuestra intención y voluntad. En cualquier caso, cuando tengamos la sensación de que ya está resuelto conviene comprobarlo, haciendo preguntas directas como, por ejemplo: ¿Qué necesitas?, o: ¿Qué puedo hacer por ti?, o: ¿Te queda alguna duda? Hay otra versión de este ejercicio, que es buscar intencionadamente uno de esos yoes con los que queremos relacionarnos especialmente porque queremos arreglarlo. En ese caso podemos llamarle, o “forzar” un poco, sólo muy poco, la imaginación para que se presente. Y si no llegamos a verle con forma, pero le intuimos, es suficiente. El proceso posterior es el mismo. No pienses en lo que has leído. Sólo observa si en algún momento durante estos últimos minutos has sentido dentro de ti, de un modo que no necesita explicación, que todo esto puede ser verdad y puede ser así. En ese caso, y si lo deseas, ponlo en práctica. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales. Fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la psicología, la espiritualidad, la vida mejorable, el Autoconocimiento y el Crecimiento Personal.
-
NI SIQUIERA TÚ TIENES DERECHO A JUZGARTE Se dice que nunca somos el mismo. Tal vez ya no eres la misma persona que empezó a leer este artículo. Desde entonces, y aunque aparente ser imperceptible, puede que simplemente la lectura del título haya hecho que algo dentro de ti pida una explicación sobre lo que éste ofrece, o puede que algo dentro de ti haya dicho algo así como: “Ves, ya lo sabía yo. Me lo decía la intuición”. Con lo cual tu Autoestima habrá ganado puntos, tu intuición tendrá más confianza para seguir mostrándote cosas, y una sonrisa interna te acompañará por lo menos, durante el resto de la lectura. Ya no eres la misma persona. Como tampoco eres la criatura que tu madre sostuvo en brazos, ni quien acudió a la escuela, o la que dio aquel primer beso, ni quien ayer se puso tu ropa. Compartimos con todos los que anteriormente fueron “yo”, el nombre y los apellidos, los padres, y poco más. No eres ninguno de ellos y, además, se supone –de momento y mientras no lo demuestres, sólo se supone- que algo habrás aprendido, que tal vez seas más sensato, tengas nuevas opiniones, y veas el mundo o la vida de un modo distinto a como lo has hecho en otras épocas de la vida. Lo que creo que hacemos mal es juzgarnos desde nuestro hoy, al que hemos llegado a base de trompicones la mayoría de las veces, y que nos permitamos la desfachatez de juzgar a aquel que en cualquier momento del pasado, y con la mejor voluntad, o con la única opción que le quedó libre o fue capaz de encontrar, hizo lo que hizo. Ni siquiera tú tienes derecho a juzgarte. O cuanto menos, no tienes derecho a juzgarte con un aire de superioridad, con un poco de prepotencia desde una superioridad que no es tal, presenciando desde la experiencia de hoy la inexperiencia de antes. Quien fuiste antes –hace años o hace unos minutos- se merece comprensión y consideración. Se merece respeto más que injusticia. Y tiene derecho más a un abrazo tolerante que a un desprecio inmerecido. ¡Qué se le va a hacer, si es así como se aprende! A base de equivocaciones, a base de decisiones que no siempre son óptimas, poco a poco, y tropezando en la misma piedra. Somos un niño pequeño que corretea por el mundo, pequeño e inseguro; que toma muchas decisiones porque no le queda otro remedio y más con buena voluntad que con sabiduría; que se ha hecho cargo de una vida y de un mundo que se le queda grande muchas veces… ¿Y qué? ¿Sólo tiene derechos a críticas y sentencias? ¿Nadie comprensivo que se ponga de su parte? ¿Nada que valorar o agradecer por no disponer de un pasado irreprochable? ¿Tanta injusticia para con uno mismo? Ni siquiera tú tienes derecho a juzgarte. Sólo tienes derecho a mirarte de un modo tolerante, a ser generosamente comprensivo, a darte abrazos, a agradecer a todos los “yoes” de tu pasado que han contribuido a llegar hasta el que eres hoy… y a seguir adelante. Siempre adelante, y con la idea que debiera ser muy clara de que a partir de hoy –y aunque te creas que ya eres más listo- te vas a seguir equivocando, pero tienes el deseo y la voluntad de no encontrar en ti a un inquisidor en cada momento, sino la colaboración de quien seas en el futuro para comprender, sin censuras hirientes, y sin aires de agresiva superioridad, que eres una persona llena de amor que desea encontrarse consigo misma llena de amor. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales. Fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la psicología, la espiritualidad, la vida mejorable, el Autoconocimiento y el Crecimiento Personal.
-
EL MIEDO A QUEDARSE A SOLAS CON UNO MISMO Decía Pascal que detrás de todas nuestras ocupaciones, y detrás de nuestro infatigable quehacer diario, lo que se esconde es nuestro miedo a quedarnos a solas con nosotros mismos, con nuestra realidad personal, y a enfrentarnos con nuestros sentimientos más íntimos, pues en el fondo intuimos lo vacía que realmente está nuestra vida y por ello rechazamos toda posibilidad de reflexión sobre nosotros mismos, y sobre nuestras ambiciones y deseos. La vida se nos escapa a cada momento. ¿O somos nosotros los que dejamos que se escape? Demasiadas ocupaciones, ¿Verdad? ¿O sería más acertado decir “demasiadas distracciones tal vez, ¿Verdad?”? Es curioso este modo habitual de actuar en el que no valoramos ni apreciamos la vida en todo su esplendor y grandeza, ni a nosotros mismos, porque tal vez el sentido último de la vida sea aprender a convivir con uno mismo, a admirarse dentro de sus limitaciones, a cuidarse, a llevar hasta el extremo el amor a los demás y, también, primordialmente, el amor propio… Darnos cuenta de las cosas –que es el paso previo necesario para poder resolverlas después- requiere un tiempo de observación -sin autoengaños y sin juicios-, y la posterior aceptación de lo que se descubra en esa observación. ¡Pero resulta que no es de nuestro agrado mucho de lo que encontramos! Y no es porque no haya algo agradable que encontrar –que siempre lo hay-, sino que constantemente ponemos a la vista, en primer plano y muy a mano, lo que no nos gusta de nosotros. Sí, tan malvados somos. Tan crueles y auto-destructivos. Tan rematadamente injustos y rencorosos. Tan incumplidores de ese mandamiento de amarse a uno mismo. ¡Cómo nos cuesta perdonarnos! ¡Y con qué facilidad somos injustos al seguir reprochándonos cosas del pasado con nuestra memoria de elefante! Distingamos una cosa: no es lo mismo el miedo a la soledad que el miedo a quedarse a solas con uno mismo. Los momentos de soledad son enriquecedores –e imprescindibles, opino yo-; es muy útil la soledad cuando uno trata de conectar con su propia esencia, con la auténtica naturaleza, ya que el personaje que estamos viviendo continuamente relega a la autenticidad que somos, y parece como si ésta se quedara rezagada, timorata, esperando que alguien le venga a rescatar. En los momentos de soledad podemos llegar a sentirnos muy a gusto. Podemos estar oyendo música, leyendo un libro, viendo una película, aparentemente con la mente en blanco, descansando… Todo puede llegar a ir bien… si no se entromete nuestra mente –que a veces parece nuestra enemiga-, que es capaz, si estamos viendo una película, de hacernos notar que el protagonista sí tiene la vida que nosotros jamás tendremos; o que el personaje del libro sí que sabe desenvolverse en la vida, y además ha encontrado el amor sincero en su vida; que la música sonaría mejor si tuviésemos a nuestro lado a… Las comparaciones se presentan a menudo en nuestra mente, y eso es lo que nos desconcierta. Y si sólo nos vamos a quedar con la parte negativa de las comparaciones –que es cuando nos quedamos en lo depresivo de que el otro es más o está mejor- y no potenciamos lo positivo –que si el otro lo ha conseguido yo también puedo esforzarme y conseguirlo- entonces no es de extrañar que por un mecanismo de autodefensa tratemos de evitar los momentos de quedarnos a solas con nosotros mismos para no meternos en un inventario personal que tiene muchos números rojos. Compararse con los otros sólo es bueno si eso se convierte en una motivación que impulsa a mejorar, pero quedarse sólo en la desazón o la envidia por lo que el otro ha conseguido, se convierte en otra onerosa e incómoda carga con la que tenemos que seguir viviendo. Por otra parte, tenemos la errónea tendencia a idealizar la vida de los otros que, sin duda, no es tan perfecta o idílica como aparenta o como imaginamos. Y, sobre todo, que cada quien es cada quien. Y la vida se vive con las posibilidades personales, intelectuales, o sociales, que cada uno tiene en cada momento. Evitarse continuamente a sí mismo, impedirse los momentos de estar a solas, o no propiciarlos, es una equivocación. No tiene sentido tratar de estar evitándose continuamente. Lo malo, y lo cierto, que tienen este tipo de huidas es que vayas donde vayas te encontrarás contigo mismo. Es así. Huir es inútil porque te sigues a todos lados No hay escondrijo en el que ocultarse. No hay posibilidad de negarse o de no reflejarse en el espejo. Los pensamientos propios están con uno en todos los sitios, y los reproches, y los miedos… así como también están el amor, la posibilidad de aceptarse y de perdonar lo que hubiera pendiente, la opción de abrazarse, la reconciliación, la posibilidad del resto de la vida en armonía… Quedarse a solas con uno mismo es un ejercicio de amor. Es algo que debiera ser inaplazable y que, increíblemente, aplazamos. Antes o después, y es mejor antes, ha de suceder la reconciliación incondicional con uno mismo; amarse a pesar de todos los pesares; comprenderse, aceptarse, acogerse en un abrazo con la promesa de que el resto de la vida será de otro modo más sereno y comprensivo. Bastante tiene uno con ser como es, o como le ha tocado ser, como para encima tener que estar enfrentándose a sí mismo continuamente en un conflicto irreconciliable, y que acabe convirtiéndose en una relación tensa -en la que la mala cara sea lo que más destaque- lo que debiera ser un encuentro que cada vez provoque felicidad. Es imprescindible la reconciliación. Hacer cuanto sea necesario para que estar a solas sea grato, sea un placer, sea algo que busquemos con la mayor asiduidad posible para disfrutarlo, y que no sea el momento que se aprovecha para auto-reprocharse, para echarse en cara asuntos atrasados, o para permanecer callado en una actitud intransigente y mostrando animadversión donde debiera haber júbilo. Porque… ¿Para qué sirve seguir en esa baldía y desagradable actitud de auto-enfrentamiento? ¿Qué aporta que sea beneficioso o conveniente? ¿Hay algo más absurdo que la hostilidad contra la única persona que ha permanecido contigo en todo instante y te va a acompañar hasta el final, o sea, tú? Y si eres una de esas personas… ¿No te da vergüenza? Sería bueno exigirse cada día un momento de calma, y cumplirlo; un momento –todo lo amplio que sea posible- en el que uno sea el único protagonista; un momento para decir “Soy yo”, o “Estoy aquí”, o “Soy el principal motivo de mi vida”… cualquier cosa que a uno le sirva para reconectar con quien de verdad es. Si uno insiste en eso, y lo hace sin prejuicios, con el corazón y los brazos abiertos, y con una sonrisa acogedora –que son condiciones indispensables-, será cada vez más gratificante y buscado el encuentro. La soledad y estar a solas con uno mismo, desde ese prisma, serán bálsamos para el alma y un agradable destino en los que pasar un rato con el Yo –lejos del yo-, sintiendo la cercanía cada vez más próxima del Ser Completo. Te dejo con tus reflexiones… NI SIQUIERA TÚ TIENES DERECHO A JUZGARTE Se dice que nunca somos el mismo. Tal vez ya no eres la misma persona que empezó a leer este artículo. Desde entonces, y aunque aparente ser imperceptible, puede que simplemente la lectura del título haya hecho que algo dentro de ti pida una explicación sobre lo que éste ofrece, o puede que algo dentro de ti haya dicho algo así como: “Ves, ya lo sabía yo. Me lo decía la intuición”. Con lo cual tu Autoestima habrá ganado puntos, tu intuición tendrá más confianza para seguir mostrándote cosas, y una sonrisa interna te acompañará por lo menos, durante el resto de la lectura. Ya no eres la misma persona. Como tampoco eres la criatura que tu madre sostuvo en brazos, ni quien acudió a la escuela, o la que dio aquel primer beso, ni quien ayer se puso tu ropa. Compartimos con todos los que anteriormente fueron “yo”, el nombre y los apellidos, los padres, y poco más. No eres ninguno de ellos y, además, se supone –de momento y mientras no lo demuestres, sólo se supone- que algo habrás aprendido, que tal vez seas más sensato, tengas nuevas opiniones, y veas el mundo o la vida de un modo distinto a como lo has hecho en otras épocas de la vida. Lo que creo que hacemos mal es juzgarnos desde nuestro hoy, al que hemos llegado a base de trompicones la mayoría de las veces, y que nos permitamos la desfachatez de juzgar a aquel que en cualquier momento del pasado, y con la mejor voluntad, o con la única opción que le quedó libre o fue capaz de encontrar, hizo lo que hizo. Ni siquiera tú tienes derecho a juzgarte. O cuanto menos, no tienes derecho a juzgarte con un aire de superioridad, con un poco de prepotencia desde una superioridad que no es tal, presenciando desde la experiencia de hoy la inexperiencia de antes. Quien fuiste antes –hace años o hace unos minutos- se merece comprensión y consideración. Se merece respeto más que injusticia. Y tiene derecho más a un abrazo tolerante que a un desprecio inmerecido. ¡Qué se le va a hacer, si es así como se aprende! A base de equivocaciones, a base de decisiones que no siempre son óptimas, poco a poco, y tropezando en la misma piedra. Somos un niño pequeño que corretea por el mundo, pequeño e inseguro; que toma muchas decisiones porque no le queda otro remedio y más con buena voluntad que con sabiduría; que se ha hecho cargo de una vida y de un mundo que se le queda grande muchas veces… ¿Y qué? ¿Sólo tiene derechos a críticas y sentencias? ¿Nadie comprensivo que se ponga de su parte? ¿Nada que valorar o agradecer por no disponer de un pasado irreprochable? ¿Tanta injusticia para con uno mismo? Ni siquiera tú tienes derecho a juzgarte. Sólo tienes derecho a mirarte de un modo tolerante, a ser generosamente comprensivo, a darte abrazos, a agradecer a todos los “yoes” de tu pasado que han contribuido a llegar hasta el que eres hoy… y a seguir adelante. Siempre adelante, y con la idea que debiera ser muy clara de que a partir de hoy –y aunque te creas que ya eres más listo- te vas a seguir equivocando, pero tienes el deseo y la voluntad de no encontrar en ti a un inquisidor en cada momento, sino la colaboración de quien seas en el futuro para comprender, sin censuras hirientes, y sin aires de agresiva superioridad, que eres una persona llena de amor que desea encontrarse consigo misma llena de amor. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales. Fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la psicología, la espiritualidad, la vida mejorable, el Autoconocimiento y el Crecimiento Personal.
-
ALÉGRATE CUANDO TE DESCUBRAS OTRO "DEFECTO" Parece que el título es contradictorio, incoherente, paradójico, o un error, y que, en realidad, el descubrimiento de un defecto debiera ser motivo de frustración, de pena, o motivo para una depresión, pero no. A día de hoy, estoy convencido de lo que digo. “Descubrir” es “quitar lo que cubre”, “destapar lo que está cubierto”, “hallar lo que estaba ignorado o escondido”, pero cualquiera de las definiciones dice lo mismo: hacer visible algo que previamente estaba porque existía. “El defecto” ya estaba en uno cuando ha sido descubierto. Y si uno no era consciente de que estaba, quiere decir que seguía insistiendo en “el defecto”, y que uno nunca se pondría a la tarea de tratar de eliminarlo puesto que desconocía su existencia. Ahí comienza mi teoría de que debiera ser un motivo de alegría, porque ahora, al ser consciente de “el defecto” es cuando se pueden tomar las medidas o decisiones necesarias. Y cuando nos hallamos deshecho de “el defecto” estaremos un poco mejor, o mucho mejor, como personas. Tendremos un “defecto” menos y estaremos, por tanto, más cerca de la perfección. Si te descubres, o te descubren, un nuevo “defecto” no reacciones con ira, con rabia, ni lo niegues. Responsabilízate de él, y luego haz lo que tengas que hacer. Somos humanos –cosa que se olvida a menudo, o que no se termina de comprender en su realidad-, y eso lleva implícito, ineludiblemente, que la imperfección es lo habitual. En mi opinión, lo que llamamos “defecto” -que para mí no es lo mismo que para los otros, y por eso tantas comillas- no es una imperfección, sino la forma de llamar a lo que aún no se ha desarrollado del todo de una cualidad. Esto quiere decir que tenemos cualidades que podemos llegar a desarrollar más. Y ese es otro motivo de alegría: el saber que una cualidad que ya tenemos puede ser ampliada más, lo que nos acercará un poco más a esa perfección que ansiamos. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales. Fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la psicología, la espiritualidad, la vida mejorable, el Autoconocimiento y el Crecimiento Personal.
-
Tienes casi todas las posibilidades de ser uno de ese noventa y nueve por ciento de personas a las que una situación de la vida, generalmente dolorosa -aunque también puede ser un nuevo cumpleaños, o el Año Nuevo, o el fallecimiento de un conocido…-, le propone revisar qué está haciendo con su vida. Es ese momento en que se le echa una vista rápida a lo que ha ido aconteciendo hasta ahora, y se emite un veredicto, que, casi siempre, es de desaprobación. ¿Qué he hecho de mi vida? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? A veces uno se pone serio, aparenta tomar una firme decisión de lo que piensa hacer a partir de ahora, y… ya solo queda esperar que se vaya diluyendo esa euforia. Porque eso es lo habitual: uno va a dejar de fumar, va a atender más a su madre o amigos, va a comenzar a estudiar, y –esta vez muy en serio, según se dice a sí mismo- a se va a poner ya a… cualquiera de esos propósitos continuamente aplazados. Pero se pasan los días y no se comienza. Excepto los más valientes que lo hacen durante los primeros días, pero luego… En la siguiente reflexión el pensamiento y la situación siguen siendo los mismos: hay que hacer, pero no se hace. ¡Qué desastre de vida tengo!, se lamentan muchos. Pero todo su esfuerzo lo gastan en el lamento. Lo que propongo es organizar el día de tal modo que se preste un poco de atención a cada una de las facetas que intervienen en la consecución de la plenitud personal. Y esto es muy importante porque, a estas alturas, ya sabemos que si no vamos cubriendo y satisfaciendo los diferentes aspectos que nos componen, no nos sentimos completos. No nos sentimos plenos. Y la plenitud ha de ser la aspiración primordial de todo ser humano. (Fíjate qué belleza la definición de plenitud: Apogeo, momento álgido o culminante de algo. Totalidad, integridad o cualidad de pleno.) A lo largo de cada día son necesarias cosas fisiológicas básicas como la respiración y las digestiones (eso lo tenemos más o menos resuelto), la comida y la bebida (eso lo llevamos más o menos bien. Y escribo “más o menos” porque seguimos comiendo o bebiendo cosas que sabemos que no son del todo adecuadas para nuestra salud física y que, además, nos hacen sentirnos mal con nosotros mismos por seguir reincidiendo en ello); no tenemos problema en resolver los asuntos escatológicos, descansar y dormir. Hasta aquí bien. Pero todo eso no nos da una satisfacción plena, una sensación global que nos aporte una sonrisa de complacencia, algo que nos transmita la sensación de que tenemos todo hecho y más o menos bien. Son necesarias también las satisfacciones que nos proporcionan el saber que somos buenas personas, que no hacemos mal conscientemente, que tenemos bien atendida nuestra vida familiar y social, que somos reconocidos y valorados por los otros, etc. Por tanto, sería conveniente estructurar el día de modo que pudiésemos dedicar un tiempo a: SER CONSCIENTES DE NUESTRO TRABAJO O TAREA. Si somos afortunados y nos sentimos a gusto en ello, valorarlo, apreciarlo, convertirlo en una fuente de agrados. Si no estamos a gusto, tratar de encontrar los aspectos positivos, o ponerse a la difícil –pero no imposible- tarea de cambiar el trabajo. Y hacerlo con mucha dedicación y convicción. ATENDER A LA FAMILIA. La buena relación con la familia es proveedora de grandísimas satisfacciones. Y la familia no dura eternamente, así que es conveniente aprovechar su contacto todo lo que se pueda, de modo que nos aporte alegrías, ahora, y, al mismo tiempo, nos permita tener la conciencia tranquila el día que nos falten. Y a quienes no tengan una buena relación y esté en sus manos tenerla, que lo hagan ya sin más dilación. Y a quienes se les escape de sus posibilidades tenerla bien, que no se martiricen: si ya depende de los otros, poco o nada más puede hacer. Es un asunto de los otros. A veces los otros tienen que aprender algo y para que ellos aprendan nosotros nos tenemos que sacrificar. Esto último úsalo solamente si lo sientes así de un modo irrefutable, no lo uses como excusa. UN POCO DE OCIO O PLACER. Y que nadie lo llame egoísmo. Que nadie lo califique como “perder el tiempo”. Esto no es un valle de lágrimas, ni se ha venido aquí a padecer como padeció Jesucristo, como decían antes los curas. El Creador nos ha dotado de la capacidad de sentir placer exclusivamente para nuestro deleite, y no es una continua tentación del Diablo que debamos evitar. DISFRUTAR EL MOMENTO DE LAS COMIDAS. Es una delicia que le podemos encontrar al hecho de tener que comer, y al que no se le presta la suficiente atención. Ya que hay que hacerlo, mejor hacerlo bien. DISFRUTAR DE LOS CINCO SENTIDOS. Tengo el convencimiento de que el Creador nos ha dotado de ellos con el exclusivo sentido del placer. Para que podamos degustar, ver, oír, oler, y tocar o acariciar. Ya que los tenemos –y son un milagro, no lo dudes-, ¿Por qué no disfrutarlos más a menudo?, ¿Por qué no escuchar más a menudo la música que nos gusta o la voz de nuestros seres amados?, ¿Por qué no pararse, por lo menos un momento, a oler las cosas?, ¿Por qué no sentir el escalofrío inenarrable de un amanecer o una puesta de sol?, ¿Por qué no mirar los detalles casi imperceptibles, aquellos en los que nunca nos fijamos?, ¿Por qué no tocar más, por qué no sentir más de ese modo a nuestros seres queridos?, ¿Por qué no acariciar al necesitado? RELAJACIÓN FÍSICA Y MENTAL. Parece ser que somos también espíritu, pero lo que sí es seguro es que estamos instalados en un cuerpo físico que necesita descanso, y que nuestra mente necesita relajarse de los pensamientos que la bombardean –que, en muchas ocasiones, son excesivos, reiterativos y pesimistas-, así que un momento de descanso físico y mental -cada uno en el modo que sabe que mejor le va-, es una buena inversión en sanidad general. MEDITACIÓN O REFLEXIÓN SOBRE LA VIDA EN GENERAL Y SOBRE LA VIDA PROPIA. Pensar en la vida como concepto general nos permite aplicar bastante de lo que vayamos descubriendo a nuestra vida personal. Pero la vida como concepto general no nos debe distraer de lo realmente importante, que es nuestra vida personal. ¿Qué es vivir? Esta es una buena pregunta para encauzar la siguiente: ¿Qué estoy haciendo con mi vida?, que nos llevaría de la mano a otra: ¿Qué quiero hacer con mi vida?, que sería el preámbulo para una tercera, más precisa: ¿Y qué es lo que REALMENTE quiero hacer con mi vida?, pregunta que nos lleva a otra en la que podemos descubrir si nos estamos poniendo zancadillas: ¿Merezco otra vida mejor?, que si tiene una respuesta negativa nos lleva a la casilla de salida, para revisar nuestra Autoestima, y si es positiva nos propondrá otra: ¿Qué estoy dispuesto a hacer por mí?, y tras las oportunas y necesarias repuestas, otra: ¿Cuándo voy a empezar? Y a esta pregunta sólo debemos aceptar una respuesta: AHORA MISMO. PLANES, IDEAS, SUEÑOS Y PROYECTOS. No es bueno dejar al azar las cosas relacionadas con nuestra vida. Es cierto que, a veces, suceden pequeños e inesperados milagros –que casi siempre son el resultado de algo en lo que ya trabajamos hace tiempo-. Para que se cumpla un sueño es preciso el paso previo de soñarlo. Los planes son las líneas que forman el camino por el que nos hemos de mover, y sin ellos podemos ir danto tumbos y perdiendo el tiempo en rodeos o espirales inútiles. Las ideas son la fuente de inspiración que nos dan pistas de por dónde queremos ir y qué queremos hacer. Por eso digo que no es bueno dejar la vida en manos de eso a lo que nos resulta tan cómodo llamar destino (porque llamamos “destino” a lo que es el resultado de las cosas que hicimos, pero tambien de las que omitimos hacer) ESPIRITUALIDAD. No hay que olvidar –incluso los escépticos y los ateos- que el Ser Humano lleva en sus ingredientes una parte que es más que lo cotidiano y lo terrenal. Que aunque no lo quiera reconocer y lo evite, aunque lo ponga en continua duda, siente algo dentro de sí que es más elevado que lo demás. Algo que tal vez ni siquiera sepa definir, algo que tampoco se expresa de un modo contundente, pero algo que se manifiesta con más o menos asiduidad y, cuando se presenta, no se puede negar. DEDICAR ALGO AL SERVICIO AL PRÓJIMO Ayudar a los otros, en la medida que nos sea posible, aporta una satisfacción que no es para el ego, sino para que el alma tenga la oportunidad de confraternizar con otras almas. Esto sería UN DÍA IDEAL de UNA VIDA IDEAL, pero esto es poco menos que imposible, así que habrá que asumir desde el principio la dificultad –que no la imposibilidad- para lograrlo, y habrá que encontrar soluciones alternativas que nos ayuden, como levantarse antes, acostarse más tarde, aprovechar los tiempos muertos –mientras se está en el WC, los trayectos de viaje, los tiempos de espera…-, los primeros minutos del día mientras se termina uno de despertar, o los fines de semana. Porque solo la satisfacción completa -o casi completa- de todos estos apartados nos hacen contactar con la sensación de que somos Seres Plenos; nos hacen sentirnos orgullosos de nosotros mismos, con la sutil sensación de que aportamos algo a quienes nos rodean y al mundo. La carencia de alguno de los componentes nos deja una seriedad o una tristeza que no se consuela con el exceso de cualquiera de los otros componentes. Y pretender compensar una carencia con un exceso de otro componente es un trueque injusto que nunca deja realmente satisfecho. Somos un conjunto de cosas dispares, todas importantes, y conviene prestar atención y satisfacerlas para alcanzar la plenitud. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal. Te invito a visitarla)
-
CUANDO LOS OTROS NOS DESILUSIONAN Lo que he escuchado contar a otras personas con respecto a este asunto puede estar influenciado por decepciones o por una reiterativa amargura en ese terreno, así que puede que quien lo cuente tenga “su” razón, pero tal vez no tenga la ecuanimidad suficiente para verlo con la objetividad necesaria. Cuando uno espera algo de los otros, y ese algo no llega a cumplirse, o no cubre las expectativas previstas, tiende a sentirse decepcionado. En muchos casos, cuando aparentamos ser generosos resulta que no lo somos tanto, y puede ser que cualquier cosa que hagamos por otro lleve escondido subliminalmente el deseo de reciprocidad. “Yo te doy –desinteresadamente, o por lo menos esa es la apariencia-, pero, en el fondo, aunque no lo quiera reconocer, estoy esperando algo a cambio”. Y hay que estar muy atengo a que no sea ese el auténtico motivo de nuestra “generosidad”. La generosidad es una entrega a cambio de nada. Porque si fuera a cambio de algo, dejaría de llamarse así y habría que denominarlo como “inversión”. Cuando uno carece de amor propio, y por tanto no es capaz de dárselo y de reconocerse en su grandeza, necesita que alguien de fuera le “halague”, le haga ver lo “bueno y desinteresado” que es. Uno espera que el otro le dé las gracias, aunque le contestará: “bah, no es nada…” O espera -y esto es aún más ambicioso-, que sea el propio Dios quien se lo agradezca reservándole plaza en el Cielo. Es muy interesante revisarse uno mismo en sus actos caritativos para ver dónde nace esa generosidad, si es realmente desinteresada, o qué es lo que estamos disfrazando con ello. Por eso es interesante no esperar nada de los otros, porque de ese modo cualquier cosa que se reciba, si es que se recibe algo, será muy agradable y bien venida. “Desilusionar”, es perder las ilusiones. Hay que tener en cuenta que cuando uno se hace “ilusiones” (ILUSIÓN: Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos) no hay ninguna garantía de que eso se llegue a hacer realidad. Y que “el otro” no sabe de nuestras ilusiones, ni se ha comprometido en satisfacerlas, así que si nos desilusionamos es un asunto nuestro. Nos hemos desilusionado nosotros. No nos ha desilusionado el otro. Los otros no nos desilusionan, la desilusión es SIEMPRE un asunto nuestro, y saber esto nos evitará entrar en un estado desagradable del que es complicado salir, y nos evitará el error de echar la culpa al otro de algo en lo es inocente. No basta sólo con tener ilusiones. Hay que colaborar para que se conviertan en realidad. Tener ilusiones está muy bien, siempre y cuando tengamos claro que son simplemente ilusiones. Fantasías. Imaginaciones. Pasarlas al mundo de la realidad es nuestra tarea y es una insensatez pretender que sea el otro, o el destino, quienes hagan nuestra tarea. Si deseamos algo del otro, hay que pedírselo con claridad. Si queremos algo de la vida, hay que esforzarse para conseguirlo y no esperar que sea ella la que haga todo el trabajo. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal. Te invito a visitarla)
-
¿QUÉ ES LO QUE REALMENTE QUIERO? En varias ocasiones he escrito que la pregunta más difícil de contestar que he encontrado en mi proceso de Crecimiento Personal -y son ya más de veinticinco años haciéndome muchas preguntas-, no es: “¿Qué o Quién es Dios?”; ni tampoco: “¿Cuál es el sentido de la vida?”; ni es: ”¿Cómo se creó el mundo?”. Ni siquiera: “¿Hay vida tras la muerte?” Para mí, la pregunta más difícil de responder de un modo contundentemente acertado es esta: ¿Qué es lo que REALMENTE quiero? Y no es que sea difícil de responder mentalmente –que ya tenemos alguna respuesta preparada-, sino porque, además, ante la pregunta, un mecanismo inconsciente se pone en marcha, y se activan al mismo tiempo lo que tengamos mal en nuestra Autoestima –que se encargará de convencernos de que no merece la pena seguir con la pregunta-, lo que tengamos de conformistas –que dirá que para qué remover las cosas-, lo que nos quede de culpables –que se estancará en que alguna vez hicimos algo mal-, lo que seamos de masoquistas –que dirá que nuestra situación actual es un castigo merecido-, el miedo que nos habita –es mejor dejar las cosas como están…-, o la pereza –porque eso va a implicar tomar decisiones y enfrentarse a asuntos que pueden ser desagradables… buff…-. Con tantos detractores en contra, y tantos disidentes a favor, lo habitual es buscar una distracción que nos evada de la responsabilidad de encontrar la respuesta, ya que si la supiéramos de verdad a partir de entonces ya no podríamos negarla, tal como hacemos cuando nos amparamos en que no lo sabemos o que lo que queremos es imposible. Añadir “REALMENTE” es imprescindible en la pregunta. Si no lo haces así, si lo dejas simplemente en: “¿Qué es lo que quiero?”, se van a presentar inmediatamente todas esas solicitudes que el cuerpo físico y los deseos egoístas te hacen continuamente: “más dinero… un trabajo mejor… un vehículo más grande y más potente… que me toque la lotería… una casa como las que salen en las revistas… ser más alto-rubia-gordo-delgada-atractivo…” Si añades “REALMENTE”, tu cuerpo físico queda desautorizado para responder, porque sus pretensiones son irrealizables en la mayoría de las ocasiones, o las circunstancias que se requieren para que se cumplan son difíciles de alcanzar. Lo que no quiere decir que no haya que luchar para conseguirlas. Pero la intención de esta reflexión es otra. La pretensión es que sea el Ser Humano –el conjunto de humanidad y espiritualidad- quien responda, y no solamente el animal que somos, porque no se trata sólo de averiguar qué es lo que se quiere en el aspecto económico y consumista, en el aspecto de las satisfacciones tangibles e inmediatas, sino en el aspecto más espiritual y más emocional. No solamente las apetencias del cuerpo, sino la calidad integral de vida, y la atención a lo incorpóreo. De vez en cuando, pero con otras palabras distintas (¿Qué es lo que me pasa?, ¿Por qué no soy más feliz?, ¿Por qué no me conozco mejor?, etc.), nos hacemos la misma pregunta: “¿Qué es lo que quiero?” Y, de pronto, se forma un vacío en la mente, o aparece una retahíla caótica de confusiones, o descartamos las ideas antes de que se lleguen a formar, o nos desacreditamos porque sabemos que no sabemos lo que queremos, o relegamos la pregunta para otro momento que nunca llegará, o deponemos el asunto y aplazamos el momento… Raramente tenemos las ideas rotundas y claras, la voluntad firme, y el propósito optimizado. Dada la dificultad -y casi el temor- que la pregunta implica, propongo una idea, un truco, un rodeo que no es una trampa. Es mucho más fácil, y también es muy interesante, que sepas lo que NO quieres, lo que no estás dispuesto a admitir bajo ningún concepto, aquello que no quieres permitir, en lo que eres irreductible. Por eliminación, una vez que vayas viendo lo que NO quieres, irás llegando a lo que SÍ quieres. (Si descubres que no quieres violencia en tu vida, habrás descubierto que quieres paz en tu vida) Pero también hay otro interés en saber lo que NO quieres. Me refiero a lo que no quieres que te pase, a lo que no quieres que te hagan, porque si no eres consciente del mal o del daño que eso te provoca, lo seguirás permitiendo y soportando sin hacer nada por evitarlo y ahí te estarías perjudicando y perjudicando a tu Autoestima. Creo que es bueno saber lo que NO quieres para no tolerarlo y rechazarlo de inmediato cuando aparezca. Para saber lo que NO quieres, se requiere el despertar de toda la rabia que se produce cada vez que haces algo en contra de tu deseo, o cada vez que te hacen algo que te duele, o cada vez que te humillan, o cada vez que te enfadas contigo por ser de cierto modo o por permitir lo que no quieres permitir, o se requiere, y esto es mucho mejor, la auto-observación, la atención casi constante, la vigilancia cuidadosa de las emociones y los sentimientos para darte cuenta, cuando se alteran, de cuál ha sido la razón. Y es importante que tras cada descubrimiento tomes la decisión firme de hacer todo lo posible para que no se vuelva a repetir aquello que no quieres que se repita, recurriendo para ello a la dignidad, al amor propio, utilizando la asertividad, y con el apoyo de tu autoestima. Que sea tu dignidad, indomable, valiente, quien impida que aquello que no quieres para ti vuelva a repetirse. Que sea con tu asertividad con la que defiendas tus decisiones. Que tu autoestima reclame su derecho a no ser agredida, y te ayude a eliminar de tu vida lo que no quieres. Que te ames tanto y te respetes tanto que seas capaz de defenderte como una madre a sus cachorros. Y una sugerencia, hazte la pregunta muchas veces, en diferentes momentos, con matices (¿Qué es lo que realmente quiero en mi vida social… en mi forma de ser… para hacer en mis ratos de ocio…? ) porque admite y tiene muchas respuestas, y es que al hacerte la pregunta parece que la respuesta en una única cosa, que se tiene que concentrar “todo lo que quieres” en una sola palabra, y no es sólo una cosa, ya que puedes querer REALMENTE mil cosas. Cuando estés buscando la respuesta ten en cuenta tu dignidad y tu honor, tus derechos, el respeto que te mereces, el premio merecido por lo que vales y por ser quien eres, la honestidad que forma parte de tus principios. Cuida tu alma y cuídate a ti. Y ahora, y a partir de ahora, recuerda esas cosas que no quieres para ti o para tu vida, y ponte a la hermosa tarea de deshacerte de ellas, y presta a tención a las que sí quieres y no aplaces la tarea de conseguirlas. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
¿TE TOMAS EN SERIO TU CRECIMIENTO PERSONAL? En el Camino de la Espiritualidad y el del Crecimiento Personal –que son el mismo Camino-, no debemos descansar ni un solo momento si pretendemos que nos lleven hasta donde queremos llegar. Cuando no estemos pensando conscientemente en Crecer sería bueno hacerlo por lo menos de un modo inconsciente, teniendo a nuestro Maestro Interior, a nuestro Guía, a Dios, o a quien creamos conveniente, en ello, debemos hacerlo de un modo inconsciente, teniendo a nuestro Maestro Interior, a nuestro Gutrabajando en ello de un modo constante. Los caminos requieren pasos para ser recorridos. Sin ellos, uno se queda estancado siempre en el mismo sitio, y no avanza. Y cuando uno siente la llamada hacia ese Camino, es mejor dedicarle el tiempo y la atención que requiere –dar los pasos-, porque es uno mismo el beneficiado por lo que se vaya avanzando, y es un Camino que conviene comenzar a recorrer sin pausa para disfrutar lo antes posible del propio Camino y de lo que se encuentra al final. Fuera ya de la metáfora, se dice que la plenitud sólo se consigue cuando uno se siente realizado en diferentes aspectos de su vida: sentimental, laboral, económico, espiritual… ¿o tal vez no? Hay personas que se sienten plenamente satisfechas con haber alcanzado uno solo de ellos, y lo magnifican para que acalle las reclamaciones de los otros. Pero eso sólo puede acallar temporalmente. En el interior sigue bullendo la reclamación de que es el Camino Espiritual –el del Crecimiento Personal- el que realmente confiere una plenitud total y el que llega más allá que los otros logros. Quien de verdad se siente identificado con su petición de Crecer, está agradablemente condenado a no encontrar la paz plena mientras no atienda esa necesidad esencial. Siempre sentirá una inquietud que necesitará calmar, porque esa parte que está más allá de lo mundano no cesa de reclamar atención. Afortunadamente. Parece ser que venimos al mundo a realizarnos –convertirnos en la realidad que somos- como personas íntegras y completas; no venimos a ser millonarios, a tener mil amores, o solamente a gastar los días de la vida en distracciones que no aportan nada más allá de la ocupación del tiempo. Esas son cosas muy satisfactorias para el ego, y les aportan satisfacciones a nuestro cuerpo y nuestra mente, pero no al alma, que es, a fin de cuentas, quien emite el juicio sereno y atinado sobre el concepto que tenemos de nosotros mismos y quien hace la comparativa entre la vida que estamos llevando y la que sabemos que sería mejor llevar. La dedicación a ello del máximo posible de minutos de nuestra vida podría ser una buena decisión. Pero no es necesario renunciar a los deberes y las cosas de la vida y la tierra, ni a los placeres, ni mortificarnos, ni convertirnos en anacoretas, ni retirarnos con los monjes Tibetanos. Podemos, y debemos, seguir en la vida cotidiana con los asuntos cotidianos, pero podemos tomar más consciencia de todos ellos, y estar atentos también a la respiración, a las emociones, a los pensamientos, a darnos cuenta de algo tan elemental y grandioso como es sentir que estamos aquí y estamos vivos, y apreciar que no somos el que actúa sino el que se da cuenta de todo ello. Esto es lo mínimo, que no es poco. Además, es interesante dedicar a ello una reflexión más amplia -al despertarse o al acostarse-, o una aplicación aún más intensa en los momentos de ocio o los fines de semana. Esto que te he contado es la teoría y lo correcto. La realidad suele ser otra. Tenemos tantos asuntos que resolver en la vida -que además nos exigen mucha atención o son urgentes-, y tantas distracciones externas o auto-provocadas, que parece que atendernos a nosotros es un asunto que puede esperar (parece que tenemos tanta vida por delante que un día más o menos no va a importar…), y lo vamos aplazando de un día para otro; parece que inconscientemente esperásemos, para poder “atendernos”, el milagro de un momento mejor que no sabemos cuándo o de dónde van a venir. La constancia es importante. Cada día un minuto, dos minutos, un pensamiento, una reflexión…por lo menos. Ese ha de ser el propósito. Y es imprescindible tener el coraje de hacerse las preguntas duras, las difíciles, las que tratamos de evitar, las que nos pueden hacer queda mal ante nosotros mismos. En el Camino Espiritual jamás debe uno engañarse a sí mismo. Esa sería la mayor traición y la forma menos afortunada de aprender. Conviene revisarse en todas las facetas, incluidas aquellas en las que sabemos o intuimos que aún no somos como nos gustaría ser. Conviene reflexionar sobre esta idea que aparenta ser la más expresiva manifestación del egoísmo, pero que es una gran realidad: cada uno es el principal motivo de su vida. Estamos aquí para hacer de nuestra vida una dicha y de nuestra persona un Ser honrado del que nos sintamos orgullosos. También estamos para ayudar a los demás, pero después de habernos ayudado a nosotros. Y que no se entienda esto mal. Atenderse a uno mismo, convertirse en la realidad que uno es en potencia, sólo va a beneficiar a los demás y a nuestra relación con ellos. Podemos ser generosos con lo otros y podemos ser cariñosos, pero eso no es suficiente. Aún podemos dar más. Sólo si somos capaces de amarnos plenamente seremos capaces de amar plenamente a los otros. La verdadera generosidad hacia los otros es una extensión de la misma generosidad que seamos capaces de aplicarnos a nosotros mismos. Otro tipo de amor y otra generosidad no serán sino malas copias de lo auténtico. Dedicar el tiempo a cumplir la misión de desarrollar nuestra plenitud es la mejor inversión: en nuestra propia vida. Prestar atención y dedicación continua a la Espiritualidad y el Crecimiento Personal nos aporta cambios de los que todos, nosotros y los demás, vamos a salir beneficiados. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
Sí, ya lo sé: “Cada uno es como es”. (Aunque en realidad solamente es una frase hecha) Sí, lo sé: lo que a unos les emociona a otros les deja indiferentes. (Cuestión de sensibilidad y de darse permiso para emocionarse) Que sí, que la misma frase o la misma imagen a cada uno le puede decir una cosa distinta. (Lo que uno permite que la frase o la imagen le digan) De hecho, yo –que soy muy poco constante y tengo una pésima memoria-, me propongo cosas que me duran justo lo que tardo en olvidarlas, mis propósitos firmes no se mantienen firmes, y aplazo algunas cosas continuamente como si confiara en esa eternidad que pregono por todos los sitios que no existe. Leo un artículo sobre lo bueno que es caminar y, sí, salgo a caminar un día. En los próximos días encontraré una excusa (en eso casi todos somos expertos) cada día distinta, para no salir a caminar. Me planteo seguir una dieta o un tipo de comida y lo hago una temporada hasta que la tentación de otras cosas más placenteras desmorona mi buena intención. Otra vez. A veces escribo folios con frases impactantes rebosantes de sabiduría y las pongo a la vista: que no se me olvide que eso que propone la frase es mi firme propósito. Hasta que se me olvida. “PROMETO NO ABANDONARME NUNCA MÁS”, por ejemplo. Ya se está amarilleando y, en cambio, está muy poco usada. A pesar de todo lo que he escrito, realmente me siento muy satisfecho de mí, y conmigo mismo. Soy una buena persona. Y esto ya me parece motivo más que suficiente para estar dichoso. Acepto mis dificultades, mis limitaciones, hasta lo que no me termina de gustar de mí, pero… no me rindo. No me quedo resignado y conforme sino que trato de hacerlo de otro modo. Del modo que creo que es el correcto. Me doy una oportunidad tras otra. Me despierto y mi primer pensamiento es que tengo otra oportunidad para empezar a hacer lo que realmente quiero hacer y para empezar a ser como realmente quiero ser. Y empiezo el día con ánimo y con confianza en que, antes o después, lo voy a lograr. Ahora creo que he encontrado una motivación, por fin, para hacer realidad mis propósitos, para encauzar mis energías en el buen sentido y no derrochar el tiempo –que es la vida- como hago muy a menudo. Es una frase que a mí me sirve, pero eso no quiere decir que tenga que servir a los demás. Sí es una invitación a que cada uno busque la motivación que mejor le vaya y la convierta en su aliada. “QUIERO SENTIRME ORGULLOSO DE MÍ MISMO” Esta es la frase. Sin entrar en matices de si el orgullo es bueno, o es puro ego, o es un error. No es gran cosa, pero me es útil. Quiero mirarme al espejo y responderme con una sonrisa. Quiero pensar “este soy yo” y sentir una agradable satisfacción. Quiero hacer lo necesario para que el día de mi juicio final (que en mi caso es todos los días) tenga en los labios una sonrisa silenciosa que lo diga todo y pueda sentirme muy a gusto de compartir mi vida conmigo. Quiero sentir mi autoestima en el sitio que le corresponde. Quiero experimentar complacencia al pronunciar mi nombre, quiero sentirla al pensar en mí y en lo que estoy siendo y en lo que hago. (Y, fíjate, he pensado y escrito “quiero”, y no “tengo que”, y eso es muy muy muy importante) Y sé que esta vez sí lo haré, porque aunque es lo mismo que llevo escuchando durante años y años con mis oídos, esta vez ha resonado en mi corazón, en mi fibra más amorosa, en mi madre interna, y lo haré, PORQUE QUIERO SENTIRME ORGULLOSO DE MÍ. Invito a que cada uno busque la motivación que mejor le vaya y la convierta en su aliada. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
Después de muchos años leyendo artículos, he observado una serie de criterios que, en mi opinión, conviene conocer, porque leer todos los que caen en nuestras manos -y peor aún: creérselos todos- nos pueden perjudicar más que beneficiar. Escribir un artículo, que siempre se hacen generalizando puesto que no se conoce quién lo va a leer, es un riesgo para el autor y para el lector. No es necesario preocuparse si al leerlo se tiene la sensación de que no está dirigido a uno, si suena ajeno, o si se hace incomprensible. Si es eso lo que se siente, es mejor no hacer caso del artículo y asunto resuelto. Dejar de leerlo. Olvídalo. Es bueno aprender a distinguir entre lo que resuena en el interior –aunque de momento no se termine de integrar del todo-, que sí es válido, y aquello que rechina y se rechaza, y en estos casos es mejor no aceptarlo sin más. Tal vez sea mejor dejarlo. No es necesario leer todo lo que se ha escrito en el mundo, ni siquiera todo lo que llega a nuestras manos. Hay veces que la intuición –o la sabiduría interna- nos hacen ver que no es para nosotros, o que no es el momento. Si has leído el mismo libro más de una vez, habrás comprobado que en la segunda lectura te das cuenta de frases o cosas que pasaron desapercibidos en la primera ocasión. Es que entonces no era “el momento” de ver ciertas cosas, y por eso no te llamaron la atención y no las apreciaste. En la segunda vez hay otra actitud de tu parte, porque has aprendido algo, porque has avanzado, y es entonces cuando ves lo que ahora eres capaz de ver. Personalmente, evito: LOS QUE PROHIBEN Me molesta que alguien se tome la autoridad de decirme lo que no debo hacer, y que alguien coarte o impida mi libertad. Agradezco las sugerencias que pretendan evitarme un mal, pero tienen que respetar mi derecho a equivocarme o aprender equivocándome. LOS DOGMÁTICOS Los que no me dejan opción de decisión o criterio propio, los evito. Aquellos que son inquebrantables, irreductibles, férreos, imperativos, demasiado sólidos… me inquietan. También me alarman aquellos que abusan de palabras como: “siempre… jamás… único… nunca… todos…”, porque es muy arriesgado generalizar, y es delicado asegurar algo con una rotundidad y una firmeza que no deje espacio a otras posibilidades. LOS QUE HABLAN EN NOMBRE DE OTROS Tengo mucha precaución con los que dicen que hablan en nombre de Dios o de los Ángeles, que su texto es de inspiración celestial, o que se lo ha dictado un extraterrestre. Sólo respeto algunos y si es que entran dentro de los criterios que acepto. LOS CONTRADICTORIOS O FARRAGOSOS Buuuuuuuuuufffffff… ¡no me líen, por favor! LOS QUE ESTÁN CARGADOS DE ÓRDENES “Tienes que…”, “Debes…”, “Haz…” Acepto la utilización de estas palabras en casos lógicos. Por ejemplo, si me explican cómo meditar y dicen: “tienes que buscar una postura cómoda”. En ese caso no me parece mal, por supuesto. Si me dicen: “tienes que hacer esto o lo otro” y en alguna parte detecto que lleva implícito “porque lo digo yo”, siento rechazo. LOS QUE SE QUEDAN FUERA Aquellos que dicen “vosotros…” o “tú…” y ellos se quedan fuera, dejando entender que ellos son perfectos, están evolucionados, por encima de ti, o son de otra dimensión. “Vosotros tenéis un problema, yo estoy bien”, parecen decir. Suelen ser artículos escritos por egos orondos y no por Seres Humanos. LOS QUE DAN A ENTENDER QUE YA HAN LLEGADO Y se dirigen a mí en un tono de superioridad desde su trono de sabiduría imaginario. La humildad y la modestia son los auténticos signos de grandeza. LOS QUE DESPRECIAN, MENOSPRECIAN, INSULTAN… No los tolero. No soporto las descalificaciones. Creo que hay que respetar que otros tengan otras verdades. LOS QUE USAN UNA JERGA INCOMPRENSIBLE Para exhibir unos conocimientos mentales pero a cambio de no aportar nada; los que recurren a lenguajes rebuscados; los que sueltan una monserga enigmática e impenetrable; los que hablan en clave cifrada y amparan su ignorancia en hacerles ver a los otros que son ignorantes. Tampoco me gustan los que no dicen cosas concretas, escudándose en que el lector no está preparado, o los que recurren continuamente a citas célebres y a otros autores porque no son capaces de aportar cosas propias. ME GUSTAN: LOS QUE EXPONEN SU OPINIÓN y me crean un cierto interés por investigar por mi cuenta, los que me hacen reflexionar, los que me aportan ideas nuevas o puntos de vista distintos de lo que utilizo habitualmente. Los que me dan sólo una pista para que yo haga el Camino según mi criterio. LOS QUE SON CLARAMENTE HONRADOS Dicen que “suponen”, que “les parece”, o aportan sus textos como principios de elaboraciones personales. Sin dogmas ni imposiciones. LOS QUE SE INCLUYEN EN EL ARTÍCULO “A mí…”, “en mi caso…”, “pues yo…” LOS QUE ME APORTAN Esos que, cuando termino de leerlos, me dejan una sensación agradable, de haber aprendido o descubierto algo, de haberme reconectado con alguna parte… LOS QUE PONEN EJEMPLOS A veces es difícil de explicar algo sólo con palabras, y es más entendible si ponen un ejemplo acertado. LOS QUE ME HABLAN COMO HABLO CON MIS AMIGOS Porque es el lenguaje coloquial que entiendo. Si el autor se pone grandilocuente, me da la sensación de que trata de imponer una jerarquía superior y entonces me recuerda a ese amigo pedante y pretencioso que tanto me molesta. LOS QUE ME HABLAN DESDE LA PERSONA Y COMPARTEN SUS COSAS ÍNTIMAS O sea: sus inquietudes, su camino, sus experiencias… LOS QUE SÓLO OPINAN Y me dejan la opción de tomar mis propias decisiones, de utilizar mis ideas. Prefiero leer cosas del estilo de: “lo que yo opino…”, “creo yo…”, “me parece…”, “supongo…”, “por lo que he podido comprobar…”, “en general…” Que una persona haya escrito un artículo no es garantía de que sepa lo que dice, ni que sea cierto lo que ha escrito, ni que haya que acatarlo sin otra opción. Y esto mismo que opino sobre los artículos, se puede llevar a otros ámbitos, como los libros, las charlas o conferencias. Sobre todo al comienzo del Camino Personal, cuando todo es nuevo y todo sorprende, cuando el desconocimiento aliado con la buena voluntad y la fe en los otros nos hacen “presas fáciles”, es conveniente saber discernir, y es mejor prestar atención al que trata de alumbrar que al que pretende deslumbrar. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
“No hay que renunciar al pasado porque sea malo, sino porque está muerto” (Tony de Mello) Efectivamente, no hay que renunciar al pasado porque sea malo, ni hay que engancharse a él porque fue bueno: hay que dejarle seguir en el recuerdo, más o menos vivo, pero como invitado silente al que se acude cuando uno quiere, pero, mientras, no entorpece y estorba. El pasado es la forma en que llamamos a todo lo que pasó justo antes de este momento. Está compuesto por todas las vivencias que tuvimos, por los bellos mensajes que nos dejaron las cosas cuando sucedieron, o por las heridas que nos causaron; por las personas que tratamos, por los sueños que tuvimos, por las alegrías y las decepciones, por los besos y las heridas, por lo que hicimos y por lo que no hicimos. Se alimenta, casi siempre, de nostalgia o de arrepentimiento. No tiene entidad. No se puede tocar, ni se puede ver: sólo unas fotos o unos documentos escritos dejan constancia de que una vez fue presente. Pero el pasado no es lo que archivamos en la mente, porque ésta siempre se encarga de dar su versión particular y de añadir o quitar, según los intereses de cada uno de esos recuerdos; además, olvida, o deja que el tiempo redondee las aristas como hacen los ríos con las piedras. También permite que, desde que se crearon los malos recuerdos, engorden desaforadamente hasta salirse de su realidad. Nuestro pasado, en muchísimas ocasiones, no es la realidad de lo que pasó, sino una opinión de lo que sucedió. Al pasado acudimos mediante el recuerdo, y por supuesto que tenemos que recordar el pasado, pero con el fin de sentirlo como un fundamento de nuestro ser, como una fuente de experiencias y aprendizaje; eso sí, recordando siempre de forma instantánea que no está ocurriendo “ahora”, que no es nuestro “ahora”. La mayoría de las veces caemos en la trampa que nos tiende: los momentos del pasado afloran a la mente consciente (parece que esto lo impulsa el deseo de evolución) y tendemos a creer que estamos reviviéndolo. Esto trae el pasado al “ahora” con tal intensidad que lo remplaza. Si es así, entonces perdemos contacto con la correcta prioridad del tiempo, porque la persona tiende a responder a las mismas situaciones o las mismas respuestas, hasta que es consciente de su “ahora” y de su deseo de actuar como “ahora”. Es muy importante comprender claramente este último aspecto de su utilización, porque, en muchas ocasiones, tenemos tendencia a acudir al pasado e instalarnos en él, que no es lo mismo que traerlo a nosotros para recordarlo, disfrutarlo, o aprender. Lo explico: Esta es una representación imaginaria de nuestro paso por los años: partimos de cero y vamos hasta el último. No es correcta porque no vamos por los años, sino que siempre estamos en el presente, en hoy. Pero, para quien siga utilizando esta forma y hasta que se dé cuenta de que no es así, le cuento dónde está el error de la utilización del pasado. Yo estoy en un punto de mi vida hoy (por ejemplo, 40 años) y voy hacia el final (por ejemplo, 80 años), si me ocupo en volver al pasado, hacia los 20 años, hacia los 30 años, no avanzo, sino que me detengo, e incluso retrocedo. La actitud correcta es traer esa etapa o situación pasada al día de hoy, que venga ella, que me acompañe durante un momento en mi actualidad o mi caminar, y, después, ella misma regrese al sitio donde debe estar. La diferencia entre las dos posturas es evidente: si yo voy a mi pasado y me instalo en él, sintiendo como sentía en el pasado, aferrado a lo que ha pasado, pensando y actuando como en el pasado, no estoy viviendo en mi presente, no sigo creciendo, no conozco nuevas tierras ni más amplios horizontes. En cambio, si traigo con el recuerdo, serenamente, algo que ya ha pasado hasta el día presente, sin dejar ni un solo instante de estar aquí, en mi actualidad, yo sigo en mi Camino y él me acompaña durante un rato. El pasado está lleno de enseñanzas, no hay duda, de las cuales hemos visto algunas y otras quedan escondidas, porque entonces no las vimos o no las quisimos ver. Suele pasar mucho con las situaciones pesarosas del pasado, que sólo hemos extraído de ellas el sufrimiento y nos hemos quedado sin aprehender la lección, con lo cual corremos el riesgo más que probable de que se vuelva a repetir. Por supuesto que es bueno volver a traer esas situaciones al presente, pero para examinarlas a la luz serena del presente, sacar el jugo que llevan, y sacar la advertencia o el consejo. No ha de doler hurgar un poco más allá de donde está el sufrimiento, porque justo inmediatamente detrás aparece en toda su magnitud la lección de esa experiencia. Y es importante revisar las actitudes del pasado, porque en muchas ocasiones, y sin ser conscientes de ello, estamos actuando de acuerdo a ellas. La constante repetición de fobias, experiencias y traumas del pasado siguen manteniéndonos anclados dolorosamente en el pasado. Fíjate en esto: no hay “hábitos” en el “ahora”, porque el “ahora” está naciendo constantemente; el “ahora” es siempre una nueva experiencia a través de la cual existe un sentimiento de novedad en todas partes. El “ahora” es virgen, y en el “ahora” está todo por hacer y se puede hacer del modo que uno decida libremente hacer. Traer el pasado al presente, con ánimo de aprendizaje, es una buena decisión, porque es a través de eso donde podemos encontrar lo que se llama la mente programada. Consiste en darse cuenta de que la educación, las vivencias, y los modos de actuar del pasado. Si no los actualizamos, siguen mandando en nosotros, haciéndonos funcionar de una manera mecánica y con los datos que nos inculcaron entonces o que arrastramos desde entonces. Podemos estudiar muchas cosas y darnos cuenta de muchas otras, pero si no vamos al origen donde nacieron las tomas de decisiones y las formas de acción, el sitio donde esta el control de mando, y si no comprobamos si funciona de forma autónoma e inconsciente, o si no somos capaces de actuar de forma fresca y distinta en cada una de las situaciones, nunca sabremos cuánto hay de libertad y de voluntad propia en cada uno de los pensamientos que nos nacen; nunca sabremos quién nos ha dicho lo que tenemos que hacer, por qué y cómo; nunca sabremos cuánto de miedos infantiles o de educación equivocada seguimos arrastrando; nunca sabremos si estamos siendo lo que podríamos ser o si seguimos regidos por una mente programada que no sabe salirse de la repetición constante de la misma respuesta al mismo estimulo. Sería bueno preguntarse, ¿Realmente estoy siendo YO?... ¿O me manda esta mente que me habita, convertida en dictadora?... ¿Seguro que se distinguir entre yo y mi mente?... Es muy importante desde el presente ver el pasado y tomar consciencia y posesión del presente, para inaugurarlo todo: desde una forma distinta de pensar (en el caso de lo que sea necesario modificar, ya que no hay que modificar todo y porque sí) hasta una nueva concepción de la manera de sentir o de vivir. Es bueno revisar si en el presente sigues creyendo y arrastrando cosas del ayer. Por ejemplo, si tienes un complejo de que eres mal dibujante porque en el colegio sacabas malas notas en dibujo… ¿Qué te importa ahora? ¿Por qué sigues sintiendo dentro de ti una incapacidad que no te sirve para nada, pero que en cambio tiñe una parte de ti de un color sobrio? ¿Qué importa que en el colegio fueras un mal portero y te metieran muchos goles y el resto de compañeros se burlasen de ti? Ya no estás en el colegio… Ser mal portero corresponde al pasado… ¿No podrías perdonarte por aquello –o borrarlo completamente con todas sus secuelas- y comenzar de nuevo? ¿Qué importa que tu madre dijera que eras una mala cocinera porque te costó trabajo aprender? ¿Acaso no sabes cocinar ahora? ¿Qué importa que fueras el patito feo del baile, si ahora has descubierto que hay otros tipos de belleza? Ya sabes que no se ha de ser el mejor de todo, ni el que más de nada, sino que se ha de ser quien se es; ser uno mismo, hasta donde se llegue, hasta donde se pueda. El pasado puede convertirse en una atadura implacable que lucha con fiereza para mantenernos a su lado. El pasado no nos suelta, como si fuéramos su más codiciada presa; nos engaña diciéndonos que él es la experiencia que ya hemos pasado y que ahí podemos estar tranquilos; el pasado engatusa, nos miente diciendo que nosotros somos el pasado; el pasado desmiente al futuro y proclama que solo él es cierto, y nos embauca recitándonos el refrán que dice que “vale más malo conocido que bueno por conocer”; el pasado nos ata, y nos estanca; nos corta las alas, y nos intenta convencer de que no podemos escapar de él, porque contiene y mantiene cosas de la que tenemos que arrepentirnos y por las cuales aún hemos de sufrir un poco más. Y no es cierto. El pasado no existe. El pasado es algo que murió hace tiempo. Lo único que aún queda es el fantasma de su paso, pero hemos de tener la seguridad y la paz de saber que no puede seguirnos, ni puede atraparnos, ni puede enviarnos sus demonios… si no estamos abiertos a aceptarlos. Tomar conciencia del presente, sabiendo que es en el presente donde estamos todo el tiempo –y que podemos tomar libremente las decisiones que queramos por propia voluntad-, y tomar la firme y sensata decisión de escapar de las malas influencias del pasado –poniendo al mismo tiempo a buen recaudo todas las buenas-, es una labor ardua y gratificante que sería bueno que ocupara todo el tiempo que está por venir. Será estupendo escapar de las malas influencias de esa parte cruel del pasado que nos recrimina y nos fuerza negativamente, y empeñarse en la noble tarea de construir un presente descondicionado, libre, grato y gratificante. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
¿QUÉ ES EL CRECIMIENTO PERSONAL? A lo largo de la historia se ha llamado de distintos modos (Individuación, Auto-realización, Descubrimiento, Buscarse, Ser Uno Mismo, Crecimiento o Desarrollo Personal…), pero siempre es lo mismo: El ser humano, por instinto, busca perfeccionarse, alcanzar mayores niveles de conciencia, vivir con plenitud, ser feliz, y tener bienestar y amor. Todo lo anteriormente escrito son los ingredientes que hacen crecer y florecer al ser humano como tal. Aun cuando uno llegue a encontrarse bien, como humano, siente en su interior que podría dar algo más de sí, que hay un potencial que se puede desarrollar más. Todos hemos pasado por momentos duros; en algunos, nos hemos rendido y hemos sentido que no queríamos seguir adelante. El peso era tremendo. Pero el deseo de Crecimiento Personal nos anima, nos da la mano, nos procura una pizca extra de fuerza y voluntad, un hálito de fe y optimismo, y nos hace renacer del sufrimiento un poco fortalecidos, lo cual nos da voluntad de seguir adelante. ¿QUIÉN SOY? es la pregunta básica. ¿QUIÉN SOY YO? es una pregunta ya mucho más valiente. Está reservada sólo para unos pocos atrevidos. ¿QUIÉN ESTOY SIENDO? denota un poco más de conocimiento, de haberse dado cuenta ya de algunas cosas, y es el preámbulo para la siguiente: ¿QUIÉN SOY REALMENTE?, incluyendo la mayúscula. Esta es la gran pregunta. Los pequeños adealntos en el Crecimiento se hacen casi a diario. Los grandes, sólo tras el enfrentamiento valiente con las preguntas atrevidas. Al decir “Soy” con mayúsculas, la respuesta suele adquirir un tono más “universal” o “cósmico”, que va más allá de la limitación del cuerpo, porque con mayúscula también se escribe Dios. Mientras no se alcanza este sentimiento universalista, es la mente la que contesta a “¿quién soy yo?”, y lo hace con su pensamiento habitual, casi con la misma respuesta de siempre, esa que está encajonada en las fronteras que marca la limitación que no existe pero nos empeñamos en colocar. Integrar la sombra, aceptándola, y prescindir de los enemigos educacionales y los condicionantes interiores, es un adelanto muy importante. No se puede negar la realidad, y la realidad actual es esta. Aceptar lo que somos en este momento, aunque nos guste poco, o no nos guste nada de nada, es imprescindible. Nunca pintarás la casa de nuevo si antes no reconoces y aceptas que necesita una mano de pintura. Todos tenemos una realidad, y es importante saber cómo hemos llegado a ella para poder desandar el Camino en lo que sea necesario. Si estamos siendo como estamos siendo, si hemos llegado a donde hemos llegado, es porque alguien o algo nos traído –aunque ahora se demuestre que de un modo equivocado-. Si descubrimos que fue una mala educación, este es un buen momento para corregirla; si fue la desidia o el abandono, este es un buen momento para tomar las riendas del gobierno; si fue la ignorancia, este es un buen momento porque ahora se sabe o se tiene voluntad de saber; si fue porque nunca se pensó en la importancia de lo que es vivir de un modo consciente, o en lo irrefrenable del paso del tiempo, o en la responsabilidad personal frente a la propia vida, o en el amor a Uno Mismo, o en la posibilidad de organizar una vida que cumpla las expectativas personales, este es un buen momento porque se ha encendido una luz que puede iluminar el proceso. La naturaleza empuja a la evolución y mejora. La conciencia pide permiso para manifestarse sin cortapisas. La vida busca su optimización. El alma anhela su manifestación y Crecimiento. Todo está a favor, colaborando cada cosa con sus posibilidades, para que en algún momento uno abandone su abandono y se encarame al timón de su vida para llevarla al mejor puerto. No se puede acallar el grito que pide ser mejor persona, más completa, y con todas las necesidades –personales, emocionales, y amorosas- cubiertas. Ser mejor, Ser íntegro, Ser más humano, Ser amable, Ser compasivo, Ser solidario, Ser realmente como se quiere ser… Las peticiones internas siempre son para bien. Para el propio bien. Sea lo que sea quien solicita el Crecimiento, nos ama. Es “algo” que quiere lo mejor para nosotros. Es algo que sabe que podemos crecer más. Es algo que saca a la luz nuestra naturaleza olvidada o negada. Es algo que desea nuestro bien, nuestra realización. Que desea que se cumplan nuestros sueños secretos y las peticiones de nuestro corazón. Es algo que contacta con nuestra naturaleza más divina, y que impide que la sigamos acallando o aplazando durante más tiempo, y nos propone que comencemos ya, o que pongamos más interés si es que ya comenzamos. Es la voz de una conciencia que no quiere que nos rindamos. Es una voz justa y amable cuya voluntad es la mejor voluntad. Escucharla y negarla es negarse a Ser Uno Mismo, porque en ningún momento estamos siendo el que realmente somos: sólo estamos siendo la parte más material, la más leve, la más fácil, la más dispersa, la menos comprometida. Generalmente, estamos pasando por la vida de puntillas, viviendo con el mínimo riesgo, para no hacernos daño. Y, en muchas ocasiones, vivimos asustados ante ese potencial ilimitado que hemos intuido que hay en nosotros, negándonos la posibilidad de manifestarnos y de disfrutarnos en toda nuestra grandeza, conformándonos con la rendición a la rutina y el paso sin responsabilidad de los días, mientras sabemos que dentro de nosotros –donde habita el que realmente somos- bulle una revolución que, si la escucháramos y nos aliáramos con ella, nos llevaría a un enfrentamiento amable -con la mejor voluntad y con el Amor por bandera-, contra esta situación en la que somos unos timoratos humanos que reniegan de su naturaleza divina. Nuestro potencial es prácticamente ilimitado. El almacén de nuestras posibilidades está a rebosar, y nos conformamos con la mediocridad y las migajas. Descubrirnos. Crecer. Desarrollarnos. Ser lo que realmente somos. Aceptar nuestra naturaleza divina y humana. Amarnos. Hacernos realidad. Cumplir nuestra misión. Esas son las tareas. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
¿QUÉ ES EL CRECIMIENTO PERSONAL? A lo largo de la historia se ha llamado de distintos modos (Individuación, Auto-realización, Descubrimiento, Buscarse, Ser Uno Mismo, Crecimiento o Desarrollo Personal…), pero siempre es lo mismo: El ser humano, por instinto, busca perfeccionarse, alcanzar mayores niveles de conciencia, vivir con plenitud, ser feliz, y tener bienestar y amor. Todo lo anteriormente escrito son los ingredientes que hacen crecer y florecer al ser humano como tal. Aun cuando uno llegue a encontrarse bien, como humano, siente en su interior que podría dar algo más de sí, que hay un potencial que se puede desarrollar más. Todos hemos pasado por momentos duros; en algunos, nos hemos rendido y hemos sentido que no queríamos seguir adelante. El peso era tremendo. Pero el deseo de Crecimiento Personal nos anima, nos da la mano, nos procura una pizca extra de fuerza y voluntad, un hálito de fe y optimismo, y nos hace renacer del sufrimiento un poco fortalecidos, lo cual nos da voluntad de seguir adelante. ¿QUIÉN SOY? es la pregunta básica. ¿QUIÉN SOY YO? es una pregunta ya mucho más valiente. Está reservada sólo para unos pocos atrevidos. ¿QUIÉN ESTOY SIENDO? denota un poco más de conocimiento, de haberse dado cuenta ya de algunas cosas, y es el preámbulo para la siguiente: ¿QUIÉN SOY REALMENTE?, incluyendo la mayúscula. Esta es la gran pregunta. Los pequeños adealntos en el Crecimiento se hacen casi a diario. Los grandes, sólo tras el enfrentamiento valiente con las preguntas atrevidas. Al decir “Soy” con mayúsculas, la respuesta suele adquirir un tono más “universal” o “cósmico”, que va más allá de la limitación del cuerpo, porque con mayúscula también se escribe Dios. Mientras no se alcanza este sentimiento universalista, es la mente la que contesta a “¿quién soy yo?”, y lo hace con su pensamiento habitual, casi con la misma respuesta de siempre, esa que está encajonada en las fronteras que marca la limitación que no existe pero nos empeñamos en colocar. Integrar la sombra, aceptándola, y prescindir de los enemigos educacionales y los condicionantes interiores, es un adelanto muy importante. No se puede negar la realidad, y la realidad actual es esta. Aceptar lo que somos en este momento, aunque nos guste poco, o no nos guste nada de nada, es imprescindible. Nunca pintarás la casa de nuevo si antes no reconoces y aceptas que necesita una mano de pintura. Todos tenemos una realidad, y es importante saber cómo hemos llegado a ella para poder desandar el Camino en lo que sea necesario. Si estamos siendo como estamos siendo, si hemos llegado a donde hemos llegado, es porque alguien o algo nos traído –aunque ahora se demuestre que de un modo equivocado-. Si descubrimos que fue una mala educación, este es un buen momento para corregirla; si fue la desidia o el abandono, este es un buen momento para tomar las riendas del gobierno; si fue la ignorancia, este es un buen momento porque ahora se sabe o se tiene voluntad de saber; si fue porque nunca se pensó en la importancia de lo que es vivir de un modo consciente, o en lo irrefrenable del paso del tiempo, o en la responsabilidad personal frente a la propia vida, o en el amor a Uno Mismo, o en la posibilidad de organizar una vida que cumpla las expectativas personales, este es un buen momento porque se ha encendido una luz que puede iluminar el proceso. La naturaleza empuja a la evolución y mejora. La conciencia pide permiso para manifestarse sin cortapisas. La vida busca su optimización. El alma anhela su manifestación y Crecimiento. Todo está a favor, colaborando cada cosa con sus posibilidades, para que en algún momento uno abandone su abandono y se encarame al timón de su vida para llevarla al mejor puerto. No se puede acallar el grito que pide ser mejor persona, más completa, y con todas las necesidades –personales, emocionales, y amorosas- cubiertas. Ser mejor, Ser íntegro, Ser más humano, Ser amable, Ser compasivo, Ser solidario, Ser realmente como se quiere ser… Las peticiones internas siempre son para bien. Para el propio bien. Sea lo que sea quien solicita el Crecimiento, nos ama. Es “algo” que quiere lo mejor para nosotros. Es algo que sabe que podemos crecer más. Es algo que saca a la luz nuestra naturaleza olvidada o negada. Es algo que desea nuestro bien, nuestra realización. Que desea que se cumplan nuestros sueños secretos y las peticiones de nuestro corazón. Es algo que contacta con nuestra naturaleza más divina, y que impide que la sigamos acallando o aplazando durante más tiempo, y nos propone que comencemos ya, o que pongamos más interés si es que ya comenzamos. Es la voz de una conciencia que no quiere que nos rindamos. Es una voz justa y amable cuya voluntad es la mejor voluntad. Escucharla y negarla es negarse a Ser Uno Mismo, porque en ningún momento estamos siendo el que realmente somos: sólo estamos siendo la parte más material, la más leve, la más fácil, la más dispersa, la menos comprometida. Generalmente, estamos pasando por la vida de puntillas, viviendo con el mínimo riesgo, para no hacernos daño. Y, en muchas ocasiones, vivimos asustados ante ese potencial ilimitado que hemos intuido que hay en nosotros, negándonos la posibilidad de manifestarnos y de disfrutarnos en toda nuestra grandeza, conformándonos con la rendición a la rutina y el paso sin responsabilidad de los días, mientras sabemos que dentro de nosotros –donde habita el que realmente somos- bulle una revolución que, si la escucháramos y nos aliáramos con ella, nos llevaría a un enfrentamiento amable -con la mejor voluntad y con el Amor por bandera-, contra esta situación en la que somos unos timoratos humanos que reniegan de su naturaleza divina. Nuestro potencial es prácticamente ilimitado. El almacén de nuestras posibilidades está a rebosar, y nos conformamos con la mediocridad y las migajas. Descubrirnos. Crecer. Desarrollarnos. Ser lo que realmente somos. Aceptar nuestra naturaleza divina y humana. Amarnos. Hacernos realidad. Cumplir nuestra misión. Esas son las tareas. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
Lo que viene a continuación son frases relacionadas con vivir o con la vida. No son para leer, sino para reflexionar. No habrá pautas, ni orientaciones, ni sugerencias, ni respuestas. Lo tienes que hacer tú. Y te sugiero que reflexiones con calma, con mucha calma, o con muchísima calma. Que le dediques los próximos días. Que cada frase dé vueltas y vueltas dentro de ti hasta que encuentre SU sitio. El sitio donde te haga reaccionar. El sitio donde comience a hacer efecto más allá de la intelectualidad que conlleva o de tu capacidad de repetirla. Estamos hablando de TU VIDA. De tu irrepetible de vida. Y es otra oportunidad para que te des cuenta ahora de ella, antes de que sea demasiado tarde y tengas razones para arrepentirte de haberla vivido con menos intensidad de lo que podrías haber hecho. Comienza tu trabajo: “La vida no se mide por lo que respiras, sino por los momentos que te dejan sin aliento.” (De la película Hitch) No se puede alargar la vida, pero se puede ensanchar. (X) “En la vida perderemos a los seres amados cuando nos toque y como nos toque; llegará inesperadamente la enfermedad o la crisis, incluso la desgracia trágica e irreversible. Pero siempre tenemos la opción de poner belleza donde no hay belleza, conciencia donde no hay conciencia, amor donde no hay amor. La vida será lo que hagamos de ella. La vida tendrá lo que pongamos en ella”. (Álex Rovira) Yo no soy simplemente yo; yo soy la Vida. (X) “La vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás; más sólo puede ser vivida viendo para adelante.” (Soren Kierkegaard) Lo más valioso de la vida no es lo que tienes, sino a quién tienes. Y, sobre todo, que la tienes a ella. (X) No hay nada peor que condenar a muerte a la vida. (X) “La vida es un arco iris que incluye el negro”. (Yevgeny Yevtushenko)) La vida no es una guerra a vida o muerte. (X) Es un milagro: cada día comienza la vida. (X) La responsabilidad de procurarse una vida buena no se puede delegar. (X) Lo importante es la vida, no los adjetivos que se le van poniendo. (X) Lo único realmente valioso que posee una persona es la vida. (X) Vivir no admite aplazamientos: sólo se puede vivir ahora. (X) La vida, ese gran continuo misterio, nunca permite que se la conozca en todos sus comportamientos; siempre se reserva espacios impenetrables, siempre esconde una sorpresa o pone un cebo para conseguir que sigamos interesados en vivir. (Anónimo) Vivir, y más aún vivir bien, implica asumir responsabilidades. Vivir bien es una obligación además de un derecho. (X) La vida es el principal motivo de la vida. (X) ¿Sabes que quieren robarme la vida a cada instante… y no me doy cuenta? (X) La vida es la suma de todos los presentes. (X) La vida es una continua lección de algo. (X) “El arte de vivir consiste en saber armonizar mis deseos e intereses personales con los del resto de la humanidad”. (Anónimo) A la vida hay que arrebatarle, si hace falta, cuanto puede darnos. Es un árbol lleno cargado de delicias, y sólo tenemos que alargar el brazo. (X) “Quien tiene por qué vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. (Nietzsche) “Durante mucho tiempo creí que la verdadera vida estaba a punto de comenzar, pero que siempre se presentaba un obstáculo en mi camino. Primero debía terminar tal o cual cosa, resolver algún asunto pendiente; había que cumplir un periodo en alguna parte o saldar una deuda. Luego caí en la cuenta de que esos obstáculos no eran otra cosa que la vida”. (Bette Howland) No hay nada más dramático que una vida llena de vacíos, de desatenciones, de tiempos muertos, de sueños perdidos, de abrazos reprimidos, de besos que no llegaron a nacer, de sufrimientos innecesarios… La vida es un folio en blanco…y sólo escribimos esquelas. (X) “Vivir no significa moverse exteriormente de acuerdo con unas formas; vivir es una manifestación de energía interior”. (Antonio Blay) “La profundidad de lo que vivimos no depende de lo vivido, sino de nuestra facultad para transformarel acto de aspecto más trivial en una experiencia religiosa”. (Dürckheim). ...se marchó a vivir a una cabaña al borde de un lago para afrontar los hechos esenciales de la vida e intentar aprender de ella, en vez de esperar a morir y descubrir que no había vivido. (X) “La vida es lo que pasa mientras tú estás haciendo otra cosa”. (Anónimo) La vida va a pasar aunque estés distraído. Y vivir es, siempre, la obligación más irrenunciable. (X) Es un gran pecado acabar la vida sin vivirla. Dios nos dio la responsabilidad de administrar la única, irrepetible e irrecuperable vida. El día de tu propio juicio final te preguntarás qué hiciste y qué no hiciste en la vida. (X) La realidad es la vida, el resto son teorías y suposiciones. (X) No todo en la vida es gratis. Algunas experiencias tenemos que pagarlas muy caras. (X) ¡Ay, si tuviera tiempo de vivir mi vida! (X) La vida está compuesta por momentos irrepetibles e irrecuperables. (X) No somos conscientes de que estamos escribiendo nuestra historia en cada momento. (X) Vivir no es sólo respirar. Vivir es, esencialmente, ser consciente de cada momento. (X) En el acto de vivir no hay vacaciones. (X) La vida es personal e intransferible. Nadie puede vivir tu vida, ni siquiera compartirla. Podrás compartir tu tiempo, pero tu vida, no. (X) Vivir la vida dura toda una vida. (X) Si corres mucho te dejarás algo en el camino y tendrás que volver. (X) Dejo que el mundo viva como quiera y me dejo vivir a mí mismo como quiero. (X) Quien pase su tiempo preparándose para vivir más adelante, lo está perdiendo. (X) Vivir también es eso: lo cotidiano y que no pase nada especial. Pero es mejor que tenga un poco más de salsa. Pónsela. (X) La auténtica trascendencia es vivir tu propia vida, ¿por qué buscas otra cosa? (X) La vida es la realidad, el resto son teorías y suposiciones. (X) Las mejores cosas de la vida no se pueden comprar. (X) “El arte de triunfar en la vida consiste en saber comenzar muchas veces”. (Anónimo) “Nuestra vida tiene exactamente tanto, o tan poco, significado como nosotros le infundamos”. (Liz Greene) La vida está ahí, aunque mires para otro lado. (X) “La vida, ese gran continuo misterio, nunca permite que se la conozca en todos sus comportamientos; siempre se reserva espacios impenetrables, siempre esconde una sorpresa o pone un cebo para conseguir que sigamos interesados en vivir”. (Anónimo) La vida está compuesta por momentos irrepetibles. Los momentos, indolentes, impacientes, implacables, huyen uno tras otro y sólo en fugaces ocasiones estamos atentos a vivirlos. Vivir la vida es la suma de vivir todos los momentos. Dejarse sin vivir uno es vivir una vida incompleta, pues aun cuando estemos haciendo “nada”, tenemos que ser conscientes de que es “nada”, precisamente, lo que queremos hacer y estamos haciendo. (X) Hay que quedarse con el lote completo. La vida te presta momentos de amplias miras y con la misma generosidad intercala, con más o menos distancia, tragos duros y piedras que no hay trituradora que convierta en azúcar, y así, como fueron paridas, con todas sus aristas, tienes que metértelas por el alma aplastando cuanto encuentran a su paso. (X) “Si usted puede pasar una tarde perfectamente improductiva de una manera perfectamente ociosa, ha aprendido a vivir”. (Anónimo) Vivir es, simplemente, ser consciente de cada momento. (X) “Parece que la vida no está interesada en nuestro bienestar subjetivo, sino en que aprendamos de sus lecciones para que, poco a poco, despleguemos nuestro auténtico potencial y reconozcamos la esencia que se oculta tras la apariencia”. (Anónimo) “El que quiera vivir mucho tiempo, que no lo pierda”. (Jardiel Poncela) Vivir en plenitud es saber apreciar y conceder, a cada cosa y a cada momento, la importancia que tienen. (X) “Aquello que no hicimos será lo que más nos atormente; aquello que no vivimos, nuestro mayor reproche” . (Antonio Gala) “No estoy aquí para conmover al mundo. Estoy aquí para vivir mi vida en condiciones que me hagan feliz. Todos los demás son libres de hacer lo que quieran”. (Anónimo) Tú eliges la vida que quieres vivir. (X) Es muy duro, pero es la realidad: cuando uno nace no le dan un libro de instrucciones de cómo funciona la vida, y esto de vivir es complicado. Y además, parece que al que se lo dan, se lo han escrito en otro idioma. Hay que saber demasiadas cosas para saber vivir, y no hay un maestro adecuado. (X) La persona nace para vivir, no para prepararse para la vida. (X) Vivir es el único motivo de la vida. (X) El gran riesgo de la vida es la no vida, y debería doler más lo no vivido que lo mal vivido. (X) La vida es realidad, el resto es teoría. (X) Pase lo que pase, la vida sigue; y uno es el protagonista principal. (X) Para vivir la vida se necesita toda la vida. No se puede hacer en menos tiempo. (X) Nuestra vida tiene tanto o tan poco significado como nosotros le infundamos. (X) Nadie debe olvidarse de vivir su propia vida. (X) La auténtica trascendencia es vivir la vida. ¿Por qué buscas otra cosa? (X) En el acto de vivir no hay vacaciones. (X) La Vida es un estar imparable, un vacío que nosotros tenemos que llenar. La calidad de esa vida depende de lo que pongamos en ella. (X) Hay algo que ni yo ni nadie puede hacer por otro y que es exclusivamente asunto del otro: vivir la propia vida. (X) “Al principio la vida es totalmente simple y natural, pero después intervienen la sociedad, los reglamentos y las reglas, la moralidad, la disciplina, y toda clase de entrenamientos. La simplicidad y la naturalidad se pierden. Uno empieza a rodearse de una cierta armadura. Uno empieza a volverse más y más rígido. La suavidad interior no aparece más”. (Anónimo) La vida nos tiene reservadas muchas sorpresas. Es bueno dejar que nos las vaya mostrando. A veces, conviene huir de la rutina y dejarse sorprender. (X) “La aspiración de todo humano, por muy mal que viva, es vivir para siempre”. (Anónimo) No es mala idea que vuelvas de nuevo al principio o que vuelvas a releerlo otro día. Te dejo con tus reflexiones… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
HAY QUE SER VALIENTE Y ROMPER Una de las cosas que más asustan en el Camino es el momento de las rupturas. De cualquier tipo de ruptura. Uno está tan acostumbrado a ser de cierta manera, la que sea, incluso aunque no le satisfaga del todo, que le cuesta un trabajo enorme ser de otro modo distinto, rediseñar las actuaciones habituales, pensar de otra manera diferente, abandonar, cambiar, eliminar, romper y tirar… Romper y tirar… algo aparentemente sencillo se convierte en un gran obstáculo. Renunciar a lo que uno ha sido, aunque haya causado mucho dolor y pocas satisfacciones, resulta muy difícil. Aparentemente, uno no puede descargarse del pasado, no puede olvidar lo malo, no puede deshacerse de sus rutinas… sólo aparentemente. Y todo sucederá así hasta que un día se comprenda esta verdad: QUE LA MAYOR ALEGRÍA PUEDE VENIR DEL HECHO DE COMPROBAR QUE, CUANDO PARECE QUE SE HA PERDIDO TODO, NO SE HA PERDIDO NADA MÁS QUE LAS ATADURAS QUE LE TENÍAN UNIDO A UNA SITUACIÓN DE SUFRIMIENTO. Nunca se puede perder todo, porque siempre queda, por lo menos, el espacio vacío para poderlo llenar con algo nuevo. Nunca se puede perder algo, porque hay que saber que “algo” no nos pertenece ni nos ha pertenecido nunca: simplemente se usaba. Lo dice claramente Buda: “Estos son mis hijos, mi casa, mi tierra… ésas son las palabras de un necio que no entiende que ni él mismo es suyo”. Rupturas… romper es partir o destrozar algo, con mayor o menor violencia. Por eso, si pienso en romper con algo de mi actualidad, pienso que va a haber violencia en alguna medida y, sobre todo –aunque es un error-, que me voy a separar de lo conocido para encontrarme con algo que no sé lo que es, y por ese temor tan habitual a lo desconocido, me opongo. Asocio ruptura con violencia, y me equivoco si pretendo plantearla de esa forma. Todo lo nuevo que quiero cuando me plantee una ruptura, se ha de realizar con muchísimo amor. No hay una guerra dentro de mí, ni tengo ningún interés en propiciarla. Estoy intentando descubrirme para amarme, pero no descubrir más motivos para seguir castigándome. Por tanto, iniciar lo que se entiende por ruptura, que es terminar con una situación para empezar con otra, no se ha de hacer con violencia física, ni mental, ni emocional. Se puede hacer pero viéndolo con otros ojos o llamándolo de otra forma. Por ejemplo, si hay algo en mi actualidad que no me gusta, (que no me gusta a mí, sinceramente, no “que no le gusta a la sociedad y que lo tengo que hacer porque ellos lo digan”) voy a llamarlo “desapegarme de eso que ya sé que no me gusta, para remplazarlo por lo que sí quiero”. Otras personas lo quieren hacer de otro modo menos amoroso, pero tampoco saben cómo hacerlo, y entonces les suele pasar que lo aplazan hasta otro momento que no llega nunca. Y ocurre que, a veces, es necesario que las cosas salgan tan mal, que uno se sienta tan desolado y hundido, tan en el fondo, que ya no se pueda soportar más y la ruptura sea, no ya la mejor decisión, sino la única, y, cuando no se hace de un modo reflexionado serenamente, sólo de esa rabia consigo mismo puede nacer la fuerza que le empuje hacia delante. Otras personas consideran, muy acertadamente, que no es necesario que sea traumático, sino que puede permitir que una forma se vaya diluyendo al mismo tiempo que la nueva forma va entrando, también poco a poco, para instalarse sin problemas. Desde que se reconoce que una forma ya no es útil ni deseada, empieza a morir, empieza a no ser, y deja un sitio para ser ocupado con otra forma, ésta sí, querida y aceptada. No hay prisa en el Camino porque puede suceder que, debido a la velocidad, uno se tropiece y caiga, y luego necesite mucho tiempo para recuperarse y empezar a andar otra vez. Todas las cosas, y todas las personas, tienen un ritmo y hay que respetarlo. Una de las excusas que aparece para aplazar las rupturas, es la resignación. Mientras quede algo de resignación, mientras se encuentren disculpas del tipo de “será mi destino…”, “será castigo de Dios…”, “será que habré hecho algo malo en otra vida…”, no se gozará la grandiosidad de la libertad para romper y empezar de nuevo. Mientras se acepte la situación, no se hará el cambio, pero si hay una mínima rebeldía, una doliente insatisfacción, ya es innegable la necesidad de una ruptura, y esa necesidad no callará en su obligación de recordarlo hasta que se haya efectuado. Otra excusa que se encuentra es el miedo. Pero miedo, ¿a qué?... habrá que buscar a quién se le quiere echar la culpa de la indecisión, y habrá que ver cómo se le llama, para ser sincero, y averiguar la mentira que se esconde detrás. Después aparecerán otras de las inagotables excusas del yo pequeño… miedo a no herir a terceros (¡es peor herirse a uno mismo!), auto-culpa de que eso es lo que uno se merece (¡un hijo de Dios tiene más derechos!), “ahora no tengo suficientes fuerzas…” (¡Esto hay que hacerlo sin esfuerzo!) ¿Qué es lo peor que puede pasar en la ruptura? (Ruptura con lo que sea, por supuesto) Deja tiempo para responder esta pregunta, no tengas prisa por seguir. El resto del artículo te esperará. ¿Qué es lo peor que me puede pasar en la ruptura? … … … ¿Y qué es lo mejor? Que nazca un yo nuevo… que empiece a ser yo mismo… que empiece a mandar en mi vida… que sea el que tantas veces he deseado… Amor, atención, y a por ello. Te dejo con tus reflexiones. (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
¿ERES FELIZ SIEMPRE? ¿Soy feliz? ¿Por qué no soy más feliz?... ¿Te has hecho alguna vez estas preguntas? Con permiso, voy a intentar aclarar el concepto, porque, a lo largo de los últimos años, detecto en muchas personas un error fundamental que condiciona el sentimiento que uno tiene con respecto al asunto. LO PRIMERO: No hay que confundir ser feliz –que es un estado interior, profundo, asentado, inamovible- con los estados temporales como la alegría –que es una manifestación no continua-, la risa –siempre breve y limitada-, los placeres –duran lo que duran, pero luego desaparecen y sólo dejan un recuerdo-, o los momentos de satisfacción y bienestar –que son tranquilamente radiantes, pero carecen de intensidad y totalidad-. Ni siquiera estar en paz es ser feliz, aunque para muchas personas ya es suficiente. LO SEGUNDO: No hay que confundir “la felicidad” con “ser feliz”. La felicidad es un estado pasajero. Aparenta ser que si uno tiene momentos de felicidad es feliz, pero no es lo mismo. “Ser feliz”, implica un estado continuo aunque no se manifieste continuamente. Si uno es feliz, es feliz aun cuando llora, cuando está dormido, y cuando no piensa en ello. Forma parte de la naturaleza propia. La diferencia está en que la felicidad, y el hecho de ser y saberse feliz, es un asunto que no se produce por cosas que vienen “de fuera”, sino que ya está, y no se altera por las circunstancias exteriores y temporales, como el hecho de tener un enfado, o que no salga una cosa como se esperaba, o tener lo que se dice “un mal día”, o atravesar un momento de mal humor… nada de ello modifica el hecho de ser feliz si uno realmente lo es. Cada persona es feliz de un modo distinto. Algunos son verdaderamente felices estando tumbados y ociosos, y otros son verdaderamente felices en una actividad frenética. Lo que es imprescindible es darse cuenta y averiguar CUÁNDO y POR QUÉ uno es REALMENTE FELIZ. Lo que es bueno es darse cuenta de ello, observarse, evaluarse, y llegar a esa conclusión: SOY FELIZ. Aunque sea MODERADAMENTE FELIZ. Con eso puede ser suficiente. Feliz a pesar de no estar riéndome siempre, a pesar de mi situación precaria, de que no me salen todas las cosas bien, de que no se han cumplido casi ninguno de mis sueños, de que no soy un triunfador a los ojos de la sociedad… Feliz porque tengo la oportunidad de estar vivo y sé apreciar la vida, porque disfruto de una familia o unos amigos, porque dispongo de cinco sentidos para sacarle jugo a las cosas que me rodean, y veo cosas maravillosas, escucho músicas bellas y palabras agradables, degusto lo que como, toco la mesa, un árbol, otras pieles… Feliz porque tengo un corazón que bombea amor y late con una urgencia muy agradable cuando una emoción placentera me altera; feliz porque me considero un hijo de Dios, o porque he tenido la dicha de conocer y vivenciar cosas muy hermosas a lo largo de mi vida… Es muy interesante conocer cuáles son las cosas que nos ayudan a descubrir que somos felices, para reforzar el sentimiento o la seguridad de que lo somos. Observar: ¿Qué me hace darme cuenta de que soy feliz? Y promoverlo más a menudo. La acumulación de momentos de felicidad puede hacernos creer que somos felices. No está mal. De tanto repetirnos, o hacernos ver o creer que somos felices, eso va a conseguir asentar la convicción de que lo somos. Es buena la confirmación positiva cuando uno se da cuenta de que YA es feliz. Repetirse “soy feliz” es una buena práctica. Pero, cuidado: no poner trabas a la felicidad. Que ser feliz no nos cree remordimientos, o nos haga pensar que estamos retando a la maldición inexistente de que tenemos que sufrir; que nadie caiga en la trampa que alguna vez pusieron algunos curas de que si Cristo sufrió nosotros también tenemos que sufrir; que nadie piense que una infancia triste o dolorosa le condena a una infelicidad de por vida; que nadie especule con que ser feliz está reservado para los que tienen dinero o los que nacieron en otros sitios y con otras circunstancias. Son felices, realmente felices, los niños cuando aún no tienen las trabas y las falsedades que hacen creer que no se puede ser feliz para siempre: sí se puede ser feliz para siempre, lo que no se puede es estar manifestándolo continuamente con un signo externo como, por ejemplo, una sonrisa. Si cierras los ojos y te preguntas “¿Soy feliz?” y notas que una muy leve sonrisa se insinúa en tus labios, o que un suspiro liviano, casi imperceptible, responde a la pregunta antes que tu mente (que va a hacer un inventario y una rigurosa evaluación antes de contestar), o que no tienes necesidad de responder a la pregunta porque ya disfrutas en tu interior de la respuesta afirmativa, quédate tranquilo porque sí eres feliz. Porque puedes ser feliz aunque no lo sepas y aunque no lo hayas dicho nunca en voz alta. Recuerda: la felicidad es el resultado de lo que uno se permita ser, y no depende de los otros. (Al margen de todo lo anteriormente escrito, y de insistir en la diferencia entre ser feliz o la felicidad, sugiero que, sea lo que sea, se promocione todo lo que se pueda, aquello que nos hace sentirnos o estar felices, y no sólo no nos privemos de ello sino que provoquemos todo lo que podamos, las conversaciones que nos emocionan, los encuentros que nos llenan el corazón, las películas que nos emocionan o hacen reír o llorar, las músicas que nos arrancan de la apatía y nos ponen a bailar o las músicas que nos transportan a un estado emocionante, las puestas de sol, los niños jugando, la inocencia de algunas miradas, las sonrisas que atraviesan los sentidos, la belleza donde quiera que esté y se manifieste, los recuerdos que nos alimenten de cosas agradables, el amor hacia el niño que fuimos y la comprensión hacia el que somos ahora, los chistes, las buenas comidas –mejor aun cuando se está bien acompañado-, el amor de los seres queridos, el amor hacia los seres desconocidos, los escalofríos emocionales, vivir, saber que uno está vivo, las maravillas y las delicias de la vida, y todo lo que a ti te haga sentirte feliz.) (Más sobre la felicidad y ser feliz: http://es.scribd.com/doc/36893536/La-Felicidad-Ser-Feliz) (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
ADVERTENCIA: Este artículo trata sobre la muerte. Sobre tu muerte. Te lo advierto porque hay personas que prefieren engañarse y evitan pensar en ello creyendo que si no piensan o no hablan sobre ese asunto evitarán morirse. Y como ya somos mayorcitos, será conveniente una profunda reflexión, en un enfrentamiento directo y sin miedo, sobre algo que va a acontecer aun a nuestro pesar. Te vas a morir. Yo escribo “te vas a morir”, pero tú debes leer “me voy a morir”. Y conviene que hagas una pausa de largo tiempo oyendo cómo se repite dentro de ti la frase. Me voy a morir. Repitiéndola nuevamente, con convencimiento, sintiéndola con rotundidad innegable en alguna parte del interior. Preferiblemente en la parte que puede reaccionar de un modo positivo. En la parte que puede tomar conciencia de esa realidad y puede evolucionar asumiéndola sin pesar, sin sentirlo como una desgracia, y puede tomar la determinación -¡por fin!- de aprovechar de otro modo el tiempo hasta que llegue ese indeseado, pero inevitable, momento. Te vas a morir. Espero no estropearte el día con esta realidad. Espero, por el contrario, que te alegres de leerla porque eso indica que, aún, sigues con vida. Sigues a tiempo de darte cuenta de eso, y puedes apreciar la vida de otro modo porque eres consciente de su finitud. Cuando uno está comiendo una comida o un postre que le gusta mucho y ve que se está terminando, que sólo quedan unas cucharadas, las come más despacio y las degusta de otro modo distinto. Con más intensidad. Ese es mi propósito. Es inútil revelarse contra ello. La lista de predecesores que se han opuesto a morir, que no querían morir, que pretendían dar toda su fortuna por seguir viviendo, que imploraban más vida, que se creían con méritos y derechos a ser la excepción que la evitaran, es enorme. Yo no quiero morir. Me gustaría seguir mucho tiempo en la vida disfrutando todo lo que me está ofreciendo, pero soy consciente, absolutamente consciente, de que la muerte no va a tener en cuenta mi opinión ni mis deseos. Como ha hecho en todos los casos. Muchas veces pienso que me gustaría ir por las escuelas y las universidades alertando a los jóvenes de esta realidad. Advirtiéndoles a tiempo, en esa edad en que uno casi cree en lo infinito, en que el futuro es enorme, en que la muerte no entra en los planes a corto plazo. Me gustaría decirles que va en serio, que les va a suceder, que no es tan lejano como parece a esa edad, y que llegarán a “El tiempo de los Arrepentimientos” y que será mejor que cuando lleguen tengan muy poco de lo que arrepentirse. Algún día tendrán cincuenta años y se darán cuenta de que ya han asistido a un montón de entierros de gente cercana. Más adelante tendrán sesenta y harán recuento de cuántos amigos con los que hacía poco tiempo correteaban jugando ya han desaparecido. Con las amigas que hablaban de muñecas ahora hablan de nietos y achaques en la salud, de torpezas físicas, o de dolores en órganos que ni siquiera sabían que existían. Algún día un pensamiento más profundo que los cotidianos, o una conversación que surge tal vez sin querer, girarán en torno a lo que no se hizo. A lo que YA NO SE PODRÁ HACER. A cosas de las que uno se arrepiente porque entonces no se atrevió o no se dio cuenta y no supo apreciarlas. ¡Cómo me hubiera gustado haber hecho aquel viaje que tanto quería! ¡Y cuánto pedirle a aquella chica que bailara conmigo! Si me hubiera atrevido a… Nunca le dije a mi madre cuánto la quería… Se me pasó la infancia de mis hijos casi sin darme cuenta. Me arrepiento de… Y, en muchos casos, ya es tarde. Demasiado tarde. Imposible. Uno se queda mirando al pasado, que es algo muy lejano, y piensa que le hubiera gustado llenarlo de otras cosas: tal vez más alegría o menos rencores; quizás más intensidad en las vivencias; más palabras y más hechos relacionados con el amor; o tal vez más fiestas, más familia, más amigos, más música, más verdades… O menos silencios –y uno, por dentro, deseando decir pero sin atreverse…-, menos represiones –y más ser uno mismo y anteponer los propios deseos-, menos negativas a disfrutar –y haber dicho sí a cosas placenteras-, menos obligaciones -¡Ay, si se pudieran borrar tantos “tengo que…!”-, menos momentos de malas caras, de corazón aquietado o sufriente, de abrazos retenidos, de sonrisas frustradas… Pero poco más, aparte de arrepentirse, se puede hacer ahora. El pasado se marchó hace tiempo y no hay forma de convencerle del deseo de que sea otra vez presente para ser modificado ahora que uno se da cuenta de todo lo que pudo haber sido de otro modo y no fue. Si pudiera volver a nacer de nuevo, pero sabiendo lo que sé ahora… ¡Cuántas cosas serían de otro modo! ¡Qué distinta sería, en muchos aspectos, mi vida! La buena noticia es que aún estás en el mundo. Y con vida. Y tienes eso que llamamos futuro. O sea, con los ingredientes necesarios para poder hacer del tiempo que está por venir un continuo presente satisfactorio, de modo que, cuando se convierta en pasado, no sea un pasado que haya que archivar en la abultada carpeta de “Arrepentimientos”. Tal vez ahora que le has dedicado unos minutos a la muerte seas más consciente de que aún estás en la vida. De que aún te pertenece. De que aún puedes, en gran medida, hacerla a tu gusto. De que es tu responsabilidad hacer de ella un motivo de orgullo. De que una vida sin vida es una vida vacía, inútil. Aún estás a tiempo de reorientarla, de reciclarte, de tomar decisiones, de escuchar a los deseos, de convertir sueños en realidades, de llamar por teléfono o de ir a visitar a ese alguien, de abrir el corazón para que se airee, de quitarle las telarañas a la rutina, de reconciliarte contigo y abrazarte sinceramente, de ver el mundo con otros ojos, de madrugar para ver cómo amanece, de tomarte un café caliente en tu comprensiva compañía, de abrazar de otro modo y dar besos de verdad, de romper esa careta que usas a veces, de llevarte bien con la soledad, de liberar las sonrisas presas, de ser plenamente consciente de dónde estás y quién eres, y de empezar a ser tú. (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
Responde a esta pregunta: ¿Cuántas decisiones has tomado hoy? Si ya has respondido, puedes seguir. Si no lo has hecho, sería mejor que lo hicieras antes de seguir. Un alto porcentaje de personas habrán respondido: “dos”. O, como mucho, “tres”. Bastantes habrán respondido: “todavía ninguna”. Ninguna de las personas ha acertado con la respuesta. Tomamos miles de decisiones a lo largo del día, pero no somos conscientes de ellas porque lo hacemos de un modo automático o inconsciente: Beber, andar, mirar, sentarse, rascarse, conducir, leer este artículo… Pero tomamos más decisiones: ¿Qué ropa me pongo?, ¿Qué como?, ¿Cuándo me acuesto?, etc. Asociamos tomar decisiones sólo a las cosas sobre las que reflexionamos, a las cosas que hacemos de un modo más o menos atento. Pero tampoco es “reflexionar” eso a lo que llamamos reflexionar. En casi todas las reflexiones hay algo en común: estamos tratando de buscar una solución a un asunto o problema, y tratamos de que el resultado de esa decisión sea algo beneficioso para nosotros. Conviene recordar que, en bastantes casos, cuando uno vislumbra una decisión que le parece acertada pero con ella cree que puede perjudicar a otro, en enseguida aparece una llamada de atención de uno mismo en la que se califica de egoísta. Ojo si notas que aparece algo así. Porque quizás no tengas que hacerte caso… En este artículo, me voy a referir a las decisiones importantes, a las que afectan de un modo notable al presente o al futuro. Partiendo de ese principio de que uno busca, y ha de buscar, el bien propio en la decisión, conviene tener en cuenta estos aspectos: ES UN ACTO DE AMOR PROPIO De amor a sí mismo. Uno busca con ello su propio bien, alguna mejoría, equilibrio y bienestar, solucionar un conflicto o escapar de su influencia… en definitiva: estar mejor. Ya el hecho de tomar la decisión es algo que se debe mirar desde esta perspectiva: “me cuido, me respeto, me ofrezco lo mejor dentro de lo posible, cumplo el mandato divino de respetar mi vida y tratar de hacer de ella un lugar en el que sentirme bien.” Tratar de que la decisión sea provechosa para uno mismo no indica egoísmo ni falta de amor al prójimo. LA INTENCIÓN DE ESA DECISIÓN TIENE FINES NOBLES Si hay alguien que es capaz de tomar una decisión absolutamente egoísta, en la que no le importa perjudicar gravemente a otro con el fin de obtener sus satisfacciones (violadores, ladrones, dictadores, algunos políticos…) queda excluido de lo que escribo, porque me estoy refiriendo a la gente “normal”. Querer el bien para uno mismo, o para sus familiares o seres queridos, no es malo, sino más bien al contrario: es un acto de amor. APLICAR DECISIÓN A LAS DECISIONES Cualquier DECISIÓN (determinación, resolución que se toma o se da en una cosa dudosa), una vez que se ha tomado, se ha de realizar con DECISIÓN (firmeza de carácter). Uno tiene derecho a experimentar y no acertar siempre con el resultado. No pasa nada. No es malo. Lo único que pasa es que se acaba de descubrir otra forma de no hacerlo bien. Pero si no aciertas, no pasa nada. La vida es un campo de experimentación. Y se ha de aplicar a este asunto, continuamente, la comprensión y aceptación. El hecho de no acertar siempre no ha de menoscabar la relación con uno mismo ni la autoestima; no ha de convertirse en una batalla continua, en un enfrentamiento encarnizado, en un perpetuo desprecio, o una traca de reproches y un muestrario de malas caras. Pero tampoco en una resignación que acepte todo sin más y sin hacer algún esfuerzo por aprender o mejorar. Es mejor tratarse como se trata al niño que está aprendiendo a andar: se le levanta una y otra vez, se le anima a que lo intente de nuevo; no se le riñe ni se le reprocha, no se le echa en cara su “torpeza” –que es la misma “torpeza” de todos los niños de su edad-, pero se le enseña para exigirle finalmente que aprenda a andar. Así ha de ser: compresión, aceptación, paciencia… y exigencia de resultados. VALENTÍA Muchas veces hay que hacer lo que hay que hacer. Y hay que ser valientes para ello. Muchas veces la vida, y nuestro proceso de aprendizaje en la vida, nos exigen algo más que pasar por ella soportando lo que nos ofrezca, y nos exige enfrentarnos –si es necesario- a sus planteamientos, y nos recuerda que nuestra vida es responsabilidad nuestra, y no del porvenir ni del destino, que no son más que una excusa la mayoría de las veces. En ocasiones nuestra conciencia, o nuestra sabiduría, nos sugieren que tomemos decisiones, y esas decisiones puede que no sean comprendidas inmediatamente por los otros. Siempre que se actúe con buena voluntad, sin ánimo intencionado de dañar, y siempre que uno tenga algún tipo de certeza de lo que tiene que hacer, tiene que hacerlo. Tony de Mello escribió: “Si ni siquiera Dios ha sido capaz de poner de acuerdo a todo el mundo, ¡cómo voy a hacerlo yo!”. Algunas decisiones serán incomprendidas, otras pueden afectar a los intereses codiciosos o los deseos de otros, otras pueden ser distintas de lo que esperaban… pero hay que ser valientes y tomarlas. Siempre, por supuesto, con el consentimiento y aprobación de la conciencia. SER IRREDUCTIBLE (pero no siempre) Si has tomado la decisión que has creído acertada o conveniente, pero los resultados te van demostrando que no es acertada, conviene que la revises o que la re-enfoques de otro modo. El hecho de que estés convencido de una decisión no la convierte obligatoriamente en apropiada. Es bueno que persistas en la defensa de tus decisiones, pero no es bueno que seas obstinado y obtuso, y que te estés perjudicando a ti mismo por no reconocer a tiempo que no era tan correcta como parecía. Un paso atrás no es una derrota. Es el sabio, y no el tonto, quien es capaz de reconocer sus errores. SER UN JUEZ JUSTO Un juez se debate muchas veces entre la aplicación de las leyes y lo que considera justo. No siempre coinciden ambas cosas. Uno sí se puede permitir ser juez imparcial y descondicionado, y aplicar la justicia en vez de la ley, y obrar según su criterio. A la hora de tomar decisiones es muy correcto ser capaz de actuar de un modo neutral, considerado, desapasionado, sensato, justo, y equilibrado. Hay un modo de encontrar soluciones a los problemas sobre los que uno tiene que decidir, y es desapegarse de ellos: verlos como si fueran ajenos. Cuando uno tiene un problema, está afectado en el campo que corresponda: sentimientos, trabajo, relaciones, economía… y esa misma afectación le descentra, y no sólo no le ayuda, sino que le obstruye. Casi todos tenemos la capacidad de “resolver” los asuntos ajenos, y es porque no estamos implicados en ellos, y porque no nos afectan. La psicología propone una especie de juego en el que uno se sienta en una silla, cierra los ojos, y se imagina o visualiza otra silla vacía enfrente, y visualiza que de uno mismo sale un doble, con el mismo cuerpo, y se sienta en la silla. Entonces se le pregunta cuál es su problema –porque, en ese momento del ejercicio, es “su” problema y no el tuyo-, se le escucha, se le da la solución, y entonces regresa, se incorpora a uno, desaparece la silla, y se abren los ojos. Ya hemos sido capaces de encontrar la solución. Ya sólo falta aplicarla, que es lo más complicado… pero no es imposible. Tomar decisiones es algo que seguiremos haciendo a lo largo de la vida, y es conveniente ser muy conscientes de ello, dedicarles el tiempo y la atención que requieren, no agobiarse –mejor hacerlo de un modo relajado-, aceptar de antemano que no siempre acertaremos, hacerlo del modo más ecuánime posible, y aplicar la justicia. (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la psicología, la espiritualidad, la vida mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
HAY QUE PRESTAR ATENCIÓN A “EL MOMENTO”. Nos pasa a todas las personas y en muchas ocasiones. Muchas más de las que nos podamos imaginar. Nos pasa que pasamos por situaciones o circunstancias que son irrepetibles, que tienen “su” momento. Y es entonces, y sólo entonces, cuando es “El Momento”. Son momentos realmente importantes. Son los que aportan más milagro y maravilla a la vida, porque son especiales, porque no son los rutinarios, sino que llevan un encanto especial. Llevan algo que te hace parar en lo cotidiano de la vida y descubrir su magia. Conviene estar muy atentos a cuando suceden, y no permitir, bajo ningún concepto, que se extingan sin vivirlos plenamente, con toda la intensidad, por ese regalo tan divino, humano y emocional que conllevan. Y a mí aún me pasa una y otra vez, aunque ya no tan a menudo. Me pasa que, en algunas ocasiones, me doy cuenta de “El Momento” cuando ya es tarde, cuando es irrecuperable. Ya he escrito en varias ocasiones que cuando doy una ayuda a un mendigo en la calle, me marcho corriendo del lugar –como si le hubiera robado en vez de darle- y cada vez pienso que quizás necesitara, además del dinero, un poco de conversación, el calor de una sonrisa, o una mirada de comprensión y aliento. Me ha vuelto a pasar, aunque esta vez sólo un poquito, en la India. Una niña de no más de ocho o nueve años, mendigaba –como miles de ellas- con un niño, de cuatro o cinco, cargado sobre su cadera. Me había propuesto en este viaje –por duras experiencias del anterior- no dar a nadie, no dejarme alterar por el sufrimiento, por la miseria, por las caras de hambre, por las miradas teñidas de dolor, y confiar en la razón que te dan cuando llegas allí: “El país estaba así antes de que tú llegaras y seguirá igual cuando te marches. No vas a cambiar nada. Nada va a cambiar”. Pero esta niña, que mendigaba como todas las demás, exhibía una sonrisa que no encajaba con su situación: tan pequeña y mendigando, con ese presente y ese porvenir tan duros, con su hermano cargado durante todo el día… y sonreía. Le decía, una y otra vez, que no le iba a dar el “money, money”… que me pedía. Y seguía sonriendo. Me perseguía. Yo sólo le ofrecía sonrisas y le repetía “no, no, no”… y ella sonreía. Tuve una clara percepción en ese instante de que estaba en “El Momento”, y me paré, me puse a su altura, le sonreí nuevamente, le acaricié la mejilla, la barbilla, le transmití en silencio, pero con todas las palabras, lo que sentía hacia ella, lo inexplicable de su situación, lo que tendría que sufrir aún, cuánto me iba a acordar de ella, cuánto iba a pedir por ella, pero no podía hacer mucho más. Le di dinero, claro, pero ese dinero iría a manos de sus padres y ella sólo se podría quedar con la atención de aquel extranjero con el que no se entendía pero que le sonreía también, al que nunca volvería a ver, el que le acarició la mejilla sin importarle su suciedad, le habló con unas palabras que ella no entendía aunque su corazón sabía que eran buenas, que la abrazó simbólicamente -¡lástima no haberlo hecho físicamente!-, que la trató como persona y no se limitó a darle dinero para sobornar y acallar la conciencia cristiana, que la bendijo, que la sintió como una hija, que le decía “adiós” una y otra vez. Ella me siguió. Durante toda la visita turística apareció varias veces ante mí. Y yo le decía sonriendo: “¿pero otra vez tú?” Parecía como si entendiese la broma, porque volvía a sonreír. Ya no me pedía más, sólo se quedaba a mi lado para que la acariciara nuevamente. Cuando me monté en el autobús le dije definitivamente adiós, y la vi marchar. Me senté en el lado opuesto de la puerta por donde había entrado. Arrancó el autobús, despacio por el excesivo tráfico. Ya estaba añorándola, arrepintiéndome de no haberla abrazado, de no haberle prestado aún más atención, de no haber aprovechado del todo “El Momento”, cuando uno de los compañeros de viaje, gritó: “Mira, nos sigue tu amiga corriendo con el chiquillo en brazos, buscándote para despedirse de ti”. Me levanté, nervioso y emocionado, y vi lejana su sonrisa, y su mano diciendo adiós. (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la psicología, la espiritualidad, la vida mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
-
¿CUÁNTO TIEMPO DEDICAS A AMARTE? Si no sabes responder a esta pregunta, o si la respuesta es “nada”, hay algo que va mal. Hay algo sobre lo que deberías reflexionar, por si te apetece modificarlo. Siempre estás tan ocupada… ¿verdad? Siempre hay otra persona u otra cosa que tiene prioridad… ¿verdad? ¿O tal vez es que aún buscas un motivo, aunque sea solamente uno y pequeño, para amarte? El caso es que puedes llegar a encontrar más de mil motivos por los que no puedes dedicar un tiempo a amarte. Me refiero a “un tiempo” que puede ser el segundo exacto en que te das cuenta de que te sientes bien, o que te sientes a gusto contigo misma, o que te sientes satisfecha por algo que acabas de hacer o pensar, o que te sientes en paz, o que te sientes orgullosa… Me refiero también a “un tiempo” más largo en el que puedes sentarte tranquilamente, contigo misma, para tomar un mate o un café, para mirar por la ventana, escuchar tu música favorita, cerrar los ojos y pensar, o volar con la imaginación, o relajarte sin más. Me refiero a “un tiempo” de reconocimiento de ti misma, de aceptación sin conflicto de tus actos a lo largo de la vida, de mirarte con desapego, pero con cariño, y darte cuenta que ese ser que eres –con todas sus cosas- es alguien digno, alguien amable, y alguien querido. No es egoísmo, sino justicia y amor, dedicar un tiempo –en mi opinión, lo máximo posible- para amarse. Se llama amor propio. Amor a una misma. Y amarse a una misma no excluye amar a los demás, sino, más bien al contrario, ejercitarse en el amor que se compartirá después con los demás. Al margen de que tu autoestima se verá recompensada y fortalecida, de que la siguiente vez que te mires al espejo encontrarás un aura amable, una sonrisa que te agradecerá el auto-amor, y un lazo invisible de complicidad, amarse implica el cumplimiento de aquel mandato de “amarás al prójimo como a ti mismo”. “Como a ti mismo”, dijo. Amarte no es encerrarte en un individualismo excluyente, no es llevarte a un centro egóico en el que no quepa nadie más, no es robar amor a los otros, no es quedarte con algo que tendrías que entregar desinteresadamente a los otros. Es otro amor distinto. Ya has comprobado que a cada persona la amas con un amor que aparenta ser distinto, aunque es el mismo con diferentes matices. Y el amor no solo es inagotable, sino que todo el amor que entregas se multiplica en un milagro maravilloso, y mientras más amor entregas más amor recibes, y mientras más amor das más amor tienes. Un alto en la vida… Una parada en las obligaciones… Un descanso en las responsabilidades… Aunque sea sólo el tiempo que se necesita para cerrar los ojos y mirarte hacia dentro, o para ponerte frente al espejo –en un acto de valentía y reconocimiento- y decir que te amas sin que te tiemble la voz, o para decirle a tu corazón que le amas -con la voz insonora del pensamiento-, o para abrazarte con cuidado -o con pasión-, o para sentir un escalofrío emocionante al pensar en ti, en tu fondo, en lo que has llegado a ser, y en lo que has sido capaz de descubrir en ti. Sería una excelente decisión que buscaras y encontraras momentos para decirte y demostrarte que te amas. Tú decides… (Francisco de Sales, es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM), para personas interesadas en la psicología, la espiritualidad, la vida mejorable, el Autoconocimiento y el Crecimiento Personal)