
buscandome
Warianos-
Posts
1,697 -
Joined
-
Last visited
-
Days Won
23
Everything posted by buscandome
-
SÓLO BUSCAMOS FELICIDAD O PLACER En mi opinión, los pasos que damos en la vida, las cosas que hacemos, y el destino al que se encaminan nuestros pensamientos, siempre están orientados hacia la felicidad o, cuanto menos, hacia el placer. Si buscamos el amor, la amistad, un trabajo, viajar, comodidades, o futuro, es con la intención -soterrada o clara- de que eso nos va a proporcionar bienestar, mejoría, satisfacción, alegría… o felicidad. Hay que reconocerlo y aceptarlo: lo hacemos desde el nacimiento, es algo intrínseco, o genético, que forma parte del camino o del impulso vital. Lo que pasa es que esto sucede bastante “en secreto”. Generalmente no somos conscientes de cuál es el fondo último que se esconde en cada decisión, la auténtica realidad que hay tras cada esfuerzo, lo que nos empuja en una dirección. Y ya que está incluido en nuestra naturaleza, ya que parece que forma parte esencial de nuestro itinerario en esta vida, que es parte del fin real y definitivo, sería muy conveniente dedicarle la atención y dedicación que merece, y sería conveniente fomentar todos los actos placenteros encaminados a gozar con más asiduidad de la felicidad y todos sus sucedáneos o sinónimos. Aunque no nos demos cuenta de ello, y por lo tanto no le saquemos todo el partido posible, buscamos el bienestar y la prosperidad, demandamos la comodidad y la salud, deseamos la tranquilidad y la placidez, ansiamos la seguridad y la despreocupación, evitamos los problemas y sufrimientos, ambicionamos satisfacciones y alegrías, nos gusta vernos contentos y encantados, nos atraen el optimismo y la euforia. El mundo y la vida pueden ser –lo son- fuentes de deleites. Los cinco sentidos que tenemos a nuestra disposición son surtidores de sensualidad y gozos. La sonrisa es un termómetro de nuestro estado interior. No hay que negarlo y hay que colaborar en la búsqueda de ese placer, y es bueno aportarnos cualquier cosa que nos ayude a sentirlo y vivirlo así. Cuidarse es un buen principio para ello. Y atender las demandas internas, de cualquier tipo, es positivo. O escucharse los sentimientos y las emociones, y darse el lujo de vivir con intensidad todo aquello que pueda llenarnos de gusto, de delicia, de gozo. Somos lo más importante para nosotros. Esto hay que reconocerlo, y no permitir que una falsa modestia intervenga para desmerecernos. Somos el sentido inicial de nuestra estancia en esta vida, somos nuestro presente y nuestro destino. Somos merecedores de conocer y vivir todas las cosas satisfactorias que sea posible, y todo aquello que nos provoque éxtasis o promueva estados de bonanza. Y en este asunto conviene ser insaciable y entenderlo como que todo es poco. No hay que avergonzarse de buscar la felicidad o el placer. Es más una obligación que un pecado. Existen para disfrutarlos. Hay que ser generoso con uno mismo en este aspecto. Insaciable. Y sin remordimientos. Repito y resumo: Todo lo que hacemos, si lo miramos objetivamente y buscamos el fin último, está orientado en este sentido. La felicidad y el placer y todos sus sinónimos son necesarios y excelentes. Todos, por el hecho de estar en la vida tenemos el derecho indiscutible a ser felices. Y darnos esa felicidad es una responsabilidad propia que no se ha de delegar en otras personas o en las circunstancias. Si uno es capaz de aceptar todo esto con el corazón abierto y la mente a favor… adelante: ¡¡A ser Feliz!! Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
TENEMOS MÁS PREGUNTAS QUE RESPUESTAS Ten paciencia con todo aquello que no se ha resuelto en tu corazón e intenta amar las preguntas por sí mismas, como si fueran habitaciones cerradas, o libros escritos en una lengua extranjera. No busques ahora las respuestas que no estés preparado para vivir. Pues la clave es vivirlo todo. Vive las preguntas ahora. Tal vez las encuentres, gradualmente, sin notarlas, y algún día lejano llegues a las respuestas. (Rainer María Rilke) En mi opinión, eso de que cada pregunta pueda tener mil respuestas distintas –aunque sólo una de ellas parezca ser la atinada- nos crea unos conflictos que nos llevan del sufrimiento a la desesperación, y de la duda a la inacción. Esto es así y hay que estar preparados para ello. Nos preparan para responder cuando nos preguntan cuántas son dos más dos, o cuál es la capital de Italia, pero cuando llegamos a preguntas o situaciones para las que no estamos preparados –porque no nos han preparado, que no es sólo culpa nuestra…- entonces, la falta de claridad nos puede llegar a desbordar y condenarnos a no tomar ninguna respuesta como buena, ninguna duda como satisfecha, y quedarnos atascados sin poder avanzar. Nos hemos “equivocado” anteriormente en algunas respuestas o decisiones, y hemos comprobado que las consecuencias siempre son auto-agresivas; siempre nos hacemos pagar –y caros- los “errores”. Y pongo las comillas porque no siempre los “errores” son errores. A pesar de ello, es conveniente hacerse las preguntas y es preferible no sentirse consternado ante la falta de una respuesta inmediata. ¡Quién sabe si dentro de nosotros tenemos miles de respuestas esperando que aparezcan sus preguntas! Me gusta creer –porque sólo es una creencia- que el hecho de tener la valentía de hacerse las preguntas pone en marcha un mecanismo que está atento a buscarles sus correspondientes respuestas. Lo creo porque cada vez estoy más convencido de eso que supongo, y quiero creer que las preguntas siguen en el interior vivas, incansables, a veces desorientadas, pero buscando las pistas en cosas que le lleven a su destino. Es por eso por lo que, a veces, y cuando no pensamos ya en aquella pregunta -que parecía relegada al olvido- una palabra en boca de otra persona, una frase célebre -de esas que hay que celebrar que existan-, una ráfaga de lucidez, o un recuerdo que se activa aparentemente de un modo espontáneo, matrimonian pregunta y respuesta, y nosotros asistimos ilusionados al enlace. No hay que temer a las preguntas. Más temibles pueden ser las respuestas. Más temible es dejarlas en la intención pero sin darles permiso para que nazcan. Escuchar nuestras preguntas es escucharnos. Todos –promuevo que no hay que decir “todos” generalizando, pero voy a repetirlo en este caso: Todos- somos más sabios de lo que creemos, tenemos más respuestas de las que nos permitimos mostrar, somos más fiables de lo que sospechamos. Casi todos preferimos decir “no lo sé” antes que meternos en un proceso introspectivo a la búsqueda de nuestra verdad. O preferimos conformarnos con las respuestas ajenas, que el algún caso pueden coincidir con las propias, pero que en otras ocasiones son tan ajenas que en nuestro interior se rechazan como una trasfusión de sangre de otro grupo, que es incompatible aunque sea del mismo color que la nuestra. Preguntarnos es obligarnos a ser más inteligentes, a activar todo el conocimiento que tenemos oxidado en alguna parte, a confiar en nuestra propia ciencia y discernimiento. Así que… no temas hacerte preguntas, y vívelas como sugiere el poeta Rilke. Y, sí, relee de nuevo su poesía que es lo que has pensado ahora. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
LA VIDA MEJORABLE En mi opinión, todas las vidas son mejorables. Todas tienen capacidades o cualidades pendientes de desarrollar hasta su apogeo, todas las facetas de nuestra vida tienen posibilidades de mejoramiento y perfección, todos nuestros actos y pensamientos pueden ser corregidos si no son de nuestro agrado, todo lo que depende de nosotros tiene siempre algo en lo que poder esmerarse para su mejoría. Una parte importante de nuestro bienestar no depende de los éxitos generales conseguidos, ni de la economía bien resuelta, ni del brillo que podemos llegar a aparentar socialmente, sino que procede de tener una sensación íntima –que no se deje vencer ni persuadir- de concordia y bienestar con uno mismo. Algunos le damos la importancia que merece al hecho de que en la relación con nosotros mismos tiene que haber un ánimo de algún modo sosegado que nos evite la confrontación directa o soterrada, y que también nos evite algunos reproches que aparentan ser de origen desconocido y se manifiestan en forma de descontento inexplicable, de un vacío que sólo permite ser llenado por uno mismo con su amor propio, y eso provoca una falta de plenitud que no consuela ni puede satisfacer cualquier otra cosa. Otros son capaces de desoírse, de sepultar sus reclamaciones internas con distracciones que compran con dinero y evasiones de cualquier tipo –no siempre lícitas ni sanas-, y llegan a ser capaces de relegar continuamente la solución de su reclamación íntima, y hasta de negar la evidencia de su voz interna. La vida –la vida auténtica- nos sugiere o nos reclama el mejoramiento en forma de acercamiento entre el yo que se manifiesta y el Yo que no es físico. Las voces internas no se acallan con el ruido externo. Si acaso, se pueden disimular, distraer, disfrazarlas de otra cosa, intentar sofocarlas, amortiguarlas temporalmente… pero dentro de cada uno hay un impulso vital que empuja al deseo de repararse, porque todos somos conscientes de nuestras imperfecciones, de las cosas en las que podríamos ser más honestos o más ecuánimes o más… Todos somos conscientes de bastantes de las cosas que no hemos hecho bien, y todos tenemos una conciencia observadora que nos habla en forma de insatisfacción íntima, o nos grita de un modo innegable, porque cada persona es más su conciencia que el humano que se mueve por el mundo, a veces como un elefante en una cacharrería, a veces como un patán irremediable, a veces asolando los sentimientos de otras personas sin darse cuenta de la desolación producida. La vida, que somos nosotros, que es nuestra presencia en el mundo, y no es ninguna otra cosa, requiere para la propia evolución –humana y/o espiritual- de nuestra presencia constante incondicional, de nuestra atención continua con el objetivo claro de atender nuestras demandas internas, las que nos requieren y reclaman, las que nos van a acercar a nuestro centro o nuestro destino. La Vida Mejorable es una responsabilidad –irrenunciable- personal e intransferible. Nadie ha de hacerlo por nosotros, a nadie ni a nada podemos encomendar esa tarea: ni a otra persona ni al destino ni al azar. Es tu obligación –sí, obligación-, tu necesidad –aunque no quieras reconocerla-, y lo sensato: acometer esta misión venerable de mejorar tu vida, tanto en lo social como en lo espiritual. Y mientras antes y más intensamente lo hagas, más beneficiado saldrás. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
CADA DÍA DE MI VIDA ME HE ALEJADO MÁS DE MÍ En mi opinión, y sin darnos cuenta, cada uno de nosotros nos hemos ido alejando un poco más de quien realmente somos. A estas alturas de la vida, casi todos nos hemos dado cuenta de que no estamos siendo “nosotros mismos”. Y también sabemos que no encontramos una respuesta clara y definitiva cuando nos preguntamos quiénes somos. Todos hemos tenido que inventar y crear más de un personaje para sobrevivir a la infancia, para satisfacer las exigencias de unos educadores que no nos querían tal como realmente somos, sino que querían que fuésemos aquel que habían creado en su mente; se habían creado un modelo del que no debíamos salir porque eso atentaba contra la idea que se habían formado acerca de nosotros y nuestra personalidad y nuestro carácter y nuestro modo de ser…. y nuestro futuro. Nos llenaron de prohibiciones, de exigencias, de miedos –que eran sus miedos-, de dudas sin respuesta, de responsabilidades, y hasta nos obligaron –consciente o inconscientemente- a dimitir de nuestra verdadera naturaleza, de nuestra esencia, del que realmente somos. Nos inculcaron lo que opinaban o pensaban de nosotros… y nos lo creímos todo. La poca mente de nuestra infancia no daba para más. Construimos un personaje central que se denomina YO IDEA, porque está compuesto con las ideas que los otros nos suministraron acerca de nosotros. Y nos confundimos creyendo que somos esa IDEA. La tarea de hoy es evidente: abandonar a ese personaje –y a todos los otros que nos gobiernan-, agradecerle los servicios prestados por habernos traído hasta aquí, y dejarlo en el pasado, en la época que le tocó vivir. Deshacernos del personaje y comenzar a ser la persona. No somos el YO IDEA, ni tampoco el YO IDEAL –que es otro personaje inexistente creado por nuestra mente con todas las cualidades y virtudes y éxitos que no tenemos en la vida real y a los que, más o menos secretamente, aspiramos-, sino que somos el SER ESENCIAL que no hemos podido desarrollar. Y es necesario desembarazarse de los muchos personajes que están usurpando nuestro lugar y nuestra vida. No sólo hay que preguntarse quién soy, sino que también hay que preguntarse quién NO soy, para dejar de actuar como tal. La manera que nos han impuesto de vivir, de mostrarnos, de actuar, y hasta de pensar, no siempre y en todo coinciden con nuestra verdadera naturaleza, con quienes somos en esencia. Las motivaciones, los deseos, los impulsos, y hasta los objetivos que nos marcamos –que aceptamos como propios pero no son propios-, no siempre y en todo coinciden con nuestra verdadera naturaleza, con quienes somos en esencia. Por tanto, todo aquello que está orientado a la satisfacción del personaje nos aportará placer –a veces-, ilusión –otras veces-, pero nunca nos proporcionará la plenitud feliz que se logra cuando hay armonía y fraternidad con quien realmente somos. La tarea primordial es reunificarse con lo profundo. Y preguntarse y averiguar quién está detrás del personaje que mostramos, a quién hemos ocultado o desterrado, cuál es la verdad que está por encima del sucedáneo de verdad que mostramos. ¿Quiénes seríamos si nos despojásemos de los miedos, los prejuicios, lo que hacemos o pensamos sin saber por qué, o esta falsa naturaleza que vivimos como nuestra pero que no sentimos como nuestra? ¿Qué pasaría si nos mostrásemos siempre como ese que a veces permitimos que se asome y entonces sentimos “este sí soy yo”, “esto me hace feliz”, “esto es lo que yo quiero en mi vida”? Es muy posible que tanto tú, como yo, como casi todos, tengamos pendiente un regreso al origen, a la verdad, a nuestra realidad, y es muy posible que tengamos pendiente la construcción –o la reconstrucción- de la Persona, del Ser Humano, de quienes estamos destinados a ser. Si lo deseas con intensidad, aparecerá en tu vida el modo de hacerlo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
TODAS LAS PERSONAS SON GRANDES MAESTROS En mi opinión, no es imprescindible –ni tampoco es posible- encerrarse durante años en un Monasterio de Clausura, ni en un Lamasterio en lo más profundo del Tibet, ni haber tratado personalmente con Buda, para conocer a un Gran Maestro. Es mucho más sencillo: cada persona que aparece en tu vida es un Maestro. No lo dudes. Sólo tienes que estar atento y receptivo, y lo comprobarás. Recuerda cuánto aprendes, intelectual o emocionalmente, de una mirada cariñosa, de un niño que juega solo, de una puesta de sol, de alguien que te regaña con todo su cariño y buena voluntad, y también de quien ves que hace lo que no te parece bien. Todos, y todo, son Maestros si uno está en el mundo en la actitud de Alumno. Incluso de aquel que no te guste en su actitud o en su pensamiento, puedes llegar a aprender… lo que NO quieres ser. Si uno quiere aprender y progresar en el camino del Autoconocimiento, en su Desarrollo Personal y Espiritual, cualquier cosa que vea o sienta o padezca –cualquiera- es un buen inicio para una reflexión, que ha de ser objetiva, acerca de cómo está uno en ese aspecto que se mira, de cuáles son sus sentimientos y pensamientos con respecto a ello, y si son naturales y propios o son una herencia impuesta y por eso los vemos con los ojos ajenos de quien nos lo hizo ver de ese modo. Descubrirse y Actualizarse son dos tareas cotidianas, pero mágicas, en las que no ha de ver desatención ni descanso. Descubrirse y Conocerse son una base perfecta sobre la que construir esa persona que sabemos o intuimos que somos pero que no termina de mostrarse como realmente es, que está sin terminar de pulir, sin utilizar todas sus maravillas, sin permitir que salga y se manifieste toda la majestad que acumula. No sólo se aprende de las frases célebres enmarcadas, sino que también hay enseñanza en la sencillez, en la simpleza, en la contundencia de algunas reflexiones y verdades elementales. La sabiduría no es patrimonio de unos pocos Iluminados elegidos por los Dioses, sino que está al alcance real de cualquier persona que ya haya vivido una buena parte de su vida y haya aprendido mucho sobre la relatividad de las cosas, sepa desdramatizar la vida, y haya alcanzado el máximo grado de conocimiento: la sencillez aplicada en la vida cotidiana en vez de la repetición intelectual y aséptica de unas frases ajenas que no se salen de la mente y por ello no llegan al corazón. Los Maestros están de incógnito y aparecen en forma de anuncio de televisión que ofrece en una frase algo más que un artículo que nos quiere vender, o en una modesta ráfaga de viento que nos hace tomar consciencia del aire y de la cantidad de sensaciones a las que podemos acceder, o en el gesto de quien abandona su prisa y la deja a un lado para ayudar a una persona, o en los ojos amables que nos miran con amor sin pedirnos nada a cambio. Es posible que no existan los Grandes Maestros –esos que hemos idealizado-, pero sí es seguro que existen los Grandes Alumnos. ¿Eres tú uno de ellos? Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
ASUMIR LA ESPIRITUALIDAD En mi opinión, hay una gran cantidad de personas que se están dejando arrastrar por lo que propone la sociedad de consumo –que en algunos aspectos y con moderación y consciencia está muy bien-, y están tan atentos a los placeres que proporcionan satisfacciones inmediatas, y se dejan deslumbrar de tal modo por las cosas a las que se les adjudica una importancia que no tienen, que desatienden dedicarse a la que es una tarea que van incluidas en la vida: la espiritualidad. Hay una serie de cualidades innatas en el ser humano que hemos externalizado como si no nos perteneciesen. Me refiero a las hemos idealizado porque nos parece que se nos quedan demasiado grandes, o las hemos divinizado porque nos parece que están por encima de las capacidades que atribuimos al Ser Humano, a quien parece que solamente concebimos como tosco, burdo, imperfecto, pecador, y capaz de cometer las mayores atrocidades. Dividimos al Ser Humano, y no sé por qué, en dos partes claramente diferenciadas. La Humana, en la que incluimos lo cotidiano, lo relacionado con el cuerpo, los defectos, la culpa y la maldad, los miedos y los problemas, lo inferior… Y la Espiritual, que es la que se cree en la exclusividad de contactar con Dios y lo divino, la que mira por encima del hombro a la que es simplemente humana, la que a veces se viste de trascendencia desde un ego espiritual –que también existe: “Yo estoy más evolucionado que tú”, “yo medito más que tú”, “yo rezo más que tú”, “yo soy más devoto que tú”-. Desde el momento en que estamos vivos y estamos en este mundo -y si seguimos creyendo en esa división que solo existe en la mente-, nos vemos en la necesidad u obligación de asumir ambas por separado, pero de atenderlas por igual. La Humana nos requiere atención continua, nos acapara con sus asuntos urgentes, sus molestias físicas, sus ambiciones y preocupaciones, sus agobios y miedos. A todas horas está presente, afectando, exigiendo, influyendo. La Espiritual parece que la dejamos como un asunto para los domingos –en el caso de los creyentes religiosos-, o para los momentos en que la vida nos sobrepasa y requerimos -en forma de ruego u oración- la presencia de algo Superior que pueda resolver los asuntos que parecen irresolubles para el Humano, o para los instantes en que un acto doloroso nos hace tomar consciencia de la finitud de la vida y entonces aparece como una tabla de salvación el hecho de que pueda haber “algo más”, otra cosa que sobrepasa a lo Humano y se puede incluir en lo que se supone que es lo Espiritual o lo Divino. La parte espiritual –sigo usando la dualidad para que algunos lo comprendan mejor, aunque yo no creo que exista tal cosa-, ha de estar integrada en lo cotidiano, al alcance de la mano, relacionándose con cada cosa que hacemos y en cada momento de nuestra vida. Aceptar que la Espiritualidad, la Divinidad o la Deidad, o lo Trascendente, son una parte indisoluble que está incluida en el conjunto que denominamos Ser Humano, para algunos supone una responsabilidad para la que creen no estar preparados. Se necesita humildad y sencillez para reconocer integrados en uno mismo esos aspectos que se entienden como Superiores -porque de siempre nos han hecho creer que eso está fuera y lejos de nosotros-, ya que el hecho de reconocerlo como personal y propio es un compromiso para el que, generalmente, no estamos preparados. Aceptar la Espiritualidad como algo accesible conlleva la responsabilidad vivencial de prestarle la atención que requiere, de contactar con ella integrándola en uno mismo de un modo consciente y no como algo separado y ajeno, a lo que, por modestia, uno no puede llegar o puede hacerlo en contadas o excepcionales ocasiones. No aceptarla puede ser un miedo a la responsabilidad que ello conlleva. Hay que tener cuidado con que eso de alejarla de uno no sea nada más que una especie de falsa modestia… que en realidad esconde un miedo. Asumir la Espiritualidad es aceptar que uno es más de lo que uno parece ser. Y este es un asunto que merece una serena y sincera reflexión, así que… Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
SI LE PONES MUCHAS CONDICIONES AL ÉXITO, TE CONDENAS AL FRACASO En mi opinión, cuando uno hace un proyecto de lo que considera que será triunfar en la vida, ha de tener mucho cuidado, porque mientras más condiciones ponga para alcanzar esa sensación, exponencialmente tendrá más dificultades para lograrlo. Si lo simplificásemos mucho, se podría decir que quien se siente exitoso por el hecho de estar vivo tiene más posibilidades de ser feliz que quien se pone extensas condiciones, tales como tener una cuenta corriente que reviente de tanto saldo, ser conocido en todo el mundo por sus triunfos, desposarse con la persona más maravillosa del mundo –Príncipe o Princesa preferiblemente-, o poseer media docena de yates, aviones, chalets y coches. Opino que es más sensato, y más alcanzable, un tipo de triunfo pequeñito pero suficiente, amable y agradable, para que se pueda manejar y disfrutar sin gran esfuerzo y a todas horas. Me refiero a un triunfo íntimo, de esos que no te abandonan, que se hacen sentir porque buscan y encuentran un hueco en el corazón, se instalan con la intención de quedarse para siempre, y te reconfortan cuando miras para dentro… porque te sonríen y eso te hace darte cuenta de que estás bien. Lo erróneo es que algunas personas no reflexionan cuando se trata de individualizar lo que significa y simboliza el éxito, y tienden a compararlo con el modelo de éxito de otros y utilizan en la comparativa un modelo excesivo, alejado, más utópico que alcanzable, más ajeno que propio. El éxito es estar vivo y ser honrado. O estar en paz con uno mismo. O ser feliz. Incluso ser moderadamente feliz. O el éxito está –tal vez- en no perseguir el éxito como algo que determine la felicidad o no. Tal vez uno se encuentra mejor con el éxito si no lo persigue con desesperación, como condición imprescindible. Las metas y los objetivos, a veces alientan y empujan con ímpetu y perseverancia hasta lograrlos, pero otras veces se convierten en la frustración y el fracaso personal, por haber sido marcados muy a la ligera y por haberse propuesto los que son atractivos pero inalcanzables. Por eso es imprescindible ser sensato y consecuente, ser objetivo y razonable, cuando uno hace los propósitos en su vida, que son esos alicientes que nos ponen en marcha para la mejora en cualquier terreno, y que son esos logros que cuando los miramos ya realizados nos aportan la sensación de haber triunfado, una sensación de dicha y una especie de gozo que conviene conocer de dónde procede. No es lo mismo que esa sensación sea vivida en el alma, en el fondo sereno de paz del espíritu, que si es el ego el que sonríe con el logro, vanidoso y presuntuoso. Pueden parecer el mismo tiempo de contento, la misma sensación de esplendor, pero no es así. Aquello que ha satisfecho al ego será efímero y superficial. Será un triunfo notable de cara a lo social, pero vacío de cara al ser interno. Aquello que aporta una sonrisa interna, un deleite cuya máxima expresión de algarabía es un suspiro y una leve sonrisa en los labios (que es la expresión externa de una grande y explosiva sonrisa en el alma), pero se queda para siempre dentro y pasa a formar parte de uno, como algo ya inseparable: ese es el triunfo de verdad. El que se siente dentro, y se celebra sin alharacas, es superior porque es auténtico. Es la aspiración de quienes valorar más SER que TENER. De quienes saben que valen por lo que son y no por lo que tienen. De los que conocen que el triunfo auténtico, el de la persona y no del personaje, no se manifiesta en la cuenta corriente sino en los momentos en que uno se mira dentro y escucha un silencio de aprobación. Es una decisión personal, porque –afortunadamente- no hay una norma universal para el triunfo, y no es necesario darle explicaciones al mundo de lo que uno decide para sí mismo. La propuesta que se deduce de lo anterior es una serie de preguntas: ¿Qué es el triunfo para mí?, ¿En qué aspecto o aspectos de mi vida deseo triunfar?, ¿Qué me va a aportar –sinceramente- alcanzarlo?, y a éstas, añade todas las que se te vayan ocurriendo hasta que dentro de ti tengas claro este asunto y no pierdas el tiempo sufriendo innecesariamente, ni persigas un triunfo que si lo alcanzas no lo vas a sentir como tal. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
YO SOY MI ENEMIGO En mi opinión, casi todas las personas disponemos de la capacidad –no siempre positiva- de ser auto-exigentes –y en demasiadas ocasiones, excesiva e injustamente exigentes-, auto-controladores, inquisidores, y jueces que se aplican una ley personal que no siempre es justa. Tenemos tendencia –muy condescendiente o caritativa- a ser comprensivos con las faltas leves de los otros –las mismas que en nosotros nos parecen imperdonables-, a entender en los otros los pequeños errores –“¡qué se le va a hacer… somos humanos!”, decimos como razón-, y a comprender que las cosas no siempre salen al gusto de cada uno y hay que aceptarlo así –eso cuando se refiere a los otros, porque cuando se refiere a uno mismo no se opina igual-. En cambio… cuando se trata de uno mismo… las cosas cambian. Entonces uno se despoja de la cara angelical, de la pose comprensiva, de la caridad con el prójimo, se aleja del buenismo, se olvida de la benevolencia, esconde la tolerancia, y se queda a solas consigo mismo preparado para iniciar una batalla desigual en las que ya hay un perdedor vaticinado: Uno Mismo. La auto-exigencia es desproporcionada en muchas ocasiones. Uno se olvida que no es Dios, que es un simple mortal con sus correspondientes fallos, y se olvida de que no ha sido preparado para esta tarea cotidiana –pero excepcional- que es vivir todos los días. Esa excesiva y agresiva auto-exigencia predispone inevitablemente para el conflicto. Esa tensión previa no propicia un buen diálogo. Hay una indisposición al diálogo de igual a igual, a la relación cordial y amorosa. Uno se siente frente a sí mismo acobardado, esperando de dónde va a venir el palo o la reprimenda. No hay unos brazos abiertos incondicionalmente deseando convertirse en un abrazo infinito que se acoja a sí mismo, no hay una amabilidad sin condicionar, no hay una sonrisa esperando contagiar a esa parte nuestra que no termina de ser de nuestro agrado. Lo que hay es una cara adusta, como malhumorada, un juez injusto. Y, en realidad, para una buena relación con uno mismo, para dejar de ser el propio enemigo, lo que se necesita es lo opuesto porque es lo positivo. Se necesita una incansable e interminable capacidad de comprensión hacia los “errores” y los “defectos” propios, que en realidad son oportunidades de mejoramiento no bien exploradas. Se necesita una predisposición a acogerse a uno mismo en todas las actitudes, en todas las circunstancias, en todos los momentos, siempre, pase lo que pase, porque uno ha de estar siempre dispuesto a aceptarse y ampararse, a auxiliarse y acogerse. Lo único que realmente tenemos es a nosotros mismos. Este que nos acompaña desde que nacimos y va a seguir estando a nuestro lado hasta el final. Se necesita un amor incondicional, tal como se puede querer a una madre o a un hijo. Y es conveniente evitar cualquier cosa que pueda enturbiar la relación consigo mismo. Se necesita rebajar las tensiones y las pretensiones. La pretensión excesiva de perfección crea nerviosismo y predispone a actuar de un modo no natural, inquieto e inquietante. Uno ha de aceptar cualquier cosa que venga de sí, y entender que no ha sido preparado para afrontar con éxito o acierto todo lo que se va presentando en la vida. Se necesita AMOR, con mayúsculas, AMOR PROPIO, AMOR hacia uno mismo, a este Ser que somos, a este cúmulo de virtudes y cualidades sin terminar de desarrollar, a esta persona que necesita más amigos que enemigos. Y necesita, menos aún, que uno sea su propio y más encarnizado enemigo. Y ahora te pregunto… ¿Estás dispuesto a darte todo lo que necesitas? Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
MIS PERSONAJES Y YO En mi opinión, si es tan difícil responder con una verdad a la pregunta clásica de “Quién soy yo”, es porque, realmente, es muy difícil saber quién es uno. Aparte de esas respuestas que ya están prefabricadas para la pregunta, como esa de “soy yo” –porque se dice sin saber quién es ese “Yo” al cual se hace referencia-, o la de “un hijo de Dios” –que tampoco aclara nada-, “un Ser Espiritual encarnado en un cuerpo humano” –que no es más que una respuesta con ínfulas de rimbombancia-, es difícil que alguien pueda decir con certeza quién es. Y eso se debe –sobre todo- a que no hemos sido preparados para afrontar la profundidad de la pregunta y su considerable importancia. Nos ha servido durante mucho tiempo responder con un nombre y unos apellidos o con alguna referencia al modo en que nos conocen los otros. Para sobrevivir, el niño pequeño que alguna vez fuimos –y que de algún modo aún sigue vivo y afectando con su estar más de lo que podemos suponer- tuvo que inventarse diferentes personajes, y porque le parece que eso es lo “normal”, y no se para a revisarlo, cada uno de nosotros seguimos siendo esos personajes con tanta intensidad y tal convencimiento que nos creemos que somos alguno o algunos de ellos. Para poder sobrevivir en una familia que le daba alimento y cuidado y cobijo, pero que a cambio de ello le exigía que acatara normas y obedeciera sin rechistar a todo lo que se le pedía o mandaba, desarrolló un niño sumiso, amaestrado como un animal de circo, manso y dócil, que se reprimía su naturaleza a veces por la buena convivencia y para no tener que enfrentarse a las figuras fuertes que representaban sus padres y educadores. Para ganarse los favores y cuidados de su madre, cuando dejó la parte más inconsciente de la infancia y empezó a darse cuenta de lo que tenía que hacer para defender sus intereses, reprimió alguno de sus sentimientos y los ocultó tras la máscara del personaje que representaba de niño subordinado. Para evitar las regañinas de su padre, tuvo que ser tan “varonil” como se esperaba de él –aunque su edad no era la apropiada para ejercer ese personaje-, o tan obediente y modosa como se espera de una niña, y fue ocultando su verdadera naturaleza indómita o sus ansias de aventura o su sensibilidad o su miedo, y creó un Superman o una Superwoman que tomara su papel y se enfrentara a ese mundo. Para satisfacer a su abuela –y recibir sus atenciones y sus regalos- se puso el personaje de niño ideal, de niña agradable y cariñosa. Para evitar los conflictos en el colegio, o para no desentonar con sus amigos, o para relacionarse bien con los otros, fue creando diferentes personajes, y fueron tantos que al final no supo quién era él mismo, quién era ella misma. Y así estamos hoy. No son malos los personajes siempre y cuando seamos conscientes de que son personajes y no somos nosotros. El caso más claro es el del actor, que llega a su camerino, se maquilla, se mete en el personaje que tiene que representar y lo es mientras dura la función, pero en ningún momento deja de ser él mismo, y cuando ésta acaba, se quita el maquillaje, retoma su vida, y no le afecta lo que ha vivido mientras ha estado en el escenario. Es conveniente observarse, estar atento a todo lo que tiene que ver con uno, y prestar atención a conocer todos los personajes que uno es, y, sobre todo, saber cuándo utilizar el apropiado, PERO DE UN MODO CONSCIENTE, y sin olvidar en ningún momento, que uno es EL OBSERVADOR QUE SE DA CUENTA DE TODOS ELLOS. Conviene también descubrir los condicionamientos inconscientes de cada uno de ellos –de los que somos víctimas directas si los desconocemos-, para ver si necesitan una modificación o ser eliminados, lo mismo que hay que reflexionar por si necesitamos crear alguno que nos interese utilizar en ciertos momentos. MIENTRAS no cambiemos las ideas y condicionamientos de estos personajes que nos gobiernan a nuestras espaldas estaremos desorientados y en el desconcierto de no saber quiénes somos realmente, y creernos –equivocadamente- que somos cualquiera de ellos. Y mientras no los descubramos no los podremos gobernar, porque actúan desde el inconsciente, sin nuestra autorización ni nuestro control. Mis personajes me pueden ayudar a andar por la vida, a solventar situaciones sin que Yo quede afectado, a socializar, a manejarme con soltura… Sólo tengo que conocerles/conocerme, y descartar a ese personaje timorato que me obstaculiza en ocasiones, al protestón que se aferra a su queja y no me deja evolucionar, al boicoteador profesional que se opone a cualquier cosa que Yo considere interesante, al inquisidor que no me autoriza a ser libre o divertido, al acomplejado que usurpa mi identidad muy a menudo, al tibio que me impide disfrutar la vida con toda la intensidad que requiere… hay tantos que en vez de ayudar me perjudican… Esta es una hermosa y necesaria tarea. Y es imprescindible si quiero empezar a ser Yo Mismo, sin la influencia nefasta de los personajes que pudieron servirme en algún momento para sobrevivir, pero que ahora me ahogan, me descentran, me impiden, me afectan… ¿Quién soy yo?, ¿quiénes mis personajes?, ¿les controlo o me dominan? Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
SER FELIZ SÓLO DEPENDE DE TI En mi opinión, este asunto de la felicidad es inagotable. En todos los sentidos: como estado al que aspirar y como motivo de debate. Hasta que uno no se para a resolver este asunto por sí mismo, en sí mismo, a personalizarlo en vez de tratarlo como algo teórico y ajeno, no empieza uno a darse permiso para acercarse a la felicidad auténtica, para apoderarse de ella, para instalarse en ella y vivirla en su totalidad, porque cuando uno trata este asunto –y todos- desde la mente –como un simple ejercicio intelectual-, es casi como si no tuviera que ver con uno directamente. Cuando se habla de “la felicidad”, se habla de un concepto, de una idea, de algo que está ahí como si solamente sirviese para filosofar. Cuando se habla de “mi felicidad” debería tratarse de otro modo distinto, y no como una conversación coloquial ni como algo ideológico sobre lo que se puede especular pero inafectadamente, evitando que eso le conmueva a uno. “Mi felicidad” es algo que me atañe a mí, por lo tanto requiere centralizar en mí esa reflexión mental, en la que también han de intervenir –y con un papel preponderante- el corazón, y mi dignidad, y mi Amor Propio. Cuando uno trata de “Mi felicidad” todo ha de girar en torno a uno mismo, sin abstracciones. Yo como sujeto y yo como objeto central sobre el que ha de girar. Yo como afectado directo y como objetivo directo. Yo como beneficiario directo. De este modo es como se evita la dispersión en generalidades, o como se evita que uno piense en la felicidad de “los otros”, o simplemente desde un punto de vista retórico, o que piense en la felicidad como un asunto utópico o un asunto inalcanzable. “Mi felicidad” depende de mí, y es interesante –casi imprescindible- conseguir que no dependa de los otros, no ponerla en manos ajenas, y menos aún dejarla como algo impredecible que está en manos de la fortuna o el destino, y que tanto podemos ser agraciados con ella como rechazados. No es un asunto del azar o de los hados, más bien es un resultado o un efecto. Es conveniente, eso sí, despojarse de la idea de la felicidad con los atavíos externos con los que la emperejilamos, porque puede suceder que el hecho de no encontrarla con esos adornos externos –sonrisas, risas, satisfacciones, brillo, u otras parafernalias- nos haga creer que no la hemos encontrado o que no la estamos sintiendo y viviendo. La felicidad puede ser discreta y mostrarse muy serenamente, casi inapreciable desde fuera, porque es un algo que se ha de sentir interiormente –repito: no fuera- y por tanto no es necesario estar demostrándola. Si acaso hubiese un modo de mostrar la felicidad sería manifestando una especie de paz interior y completa que sea indefinible pero que sea apreciable por uno mismo y por los que nos miran. Lo he dicho en otra ocasión: uno puede ser y ha de ser feliz incluso en los momentos de tristeza, aún cuando se muestre serio, aunque esté dormido, o en un entierro, porque la felicidad es, sobre todo, un sentimiento que no es necesario manifestar… pero es inevitable sentir. Con esto último me refiero a que no es el resultado de una fórmula matemática o algo que se pueda recrear en un laboratorio. El hecho de tener una buena colección de logros sociales no la garantiza, ni tampoco el hecho de ser millonario, de ser atractivo, disfrutar de una pareja encantadora, o tener hijos y una gran casa. La felicidad es interior –como ya has leído-, no es algo externo, así que no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos. Aunque también puede ser una sensación a la que uno llega tras darse cuenta de un estado interior que le empuja a sentirlo de ese modo. No se logra racionalizándolo, ni alcanzando objetivos, ni porque se reúnan en uno una serie de condiciones. A veces es un sentimiento indefinible que no necesita explicación: uno se siente y se sabe feliz… y ya está. Esto es muy importante que sea comprendido: La felicidad debe ser algo que no se tambalee con los vaivenes de la vida cotidiana, de modo que un objetivo no cumplido no sea un asesino de la felicidad, ni que un desaire haga que ésta dude de sí misma, ni que la carencia de cualquier otra cosa -que no sea la propia felicidad- sea quien nos condene a la infelicidad. Básicamente hay dos opciones: felicidad o infelicidad (aunque haya puntos medios), y es decisión de cada uno si decantarse por la primera y hacer todo lo necesario para que se instale definitivamente en uno, o rendirse a la segunda y padecer sus inconveniente. Y eso –en tu caso- lo decides tú. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
¿QUÉ ESTOY HACIENDO CON MI VIDA? En mi opinión, esta es una de esas preguntas imprescindibles que hay que repetirse bastante a menudo, porque el hecho de prestarle atención y dedicarse a buscar la respuesta cierta y correcta, cambiará, sin duda, nuestra vida. Así es de importante. La pregunta conviene hacérsela, eso sí, desde el interés de mejoramiento –y con voz firme, pero amorosa- y no poniendo un tono y una intención de reproche. El modo en que se haga la pregunta, y la actitud con que se haga, van a marcar –sin duda- el resultado de la indagación. Lo que se ha de perseguir en la búsqueda de la respuesta no han de ser argumentos de auto-reproches, ni motivos por los que flagelarse y condenarse, ni encontrar más fallos o errores que deprecien el concepto que tenemos de nosotros mismos, ni tampoco justificaciones que confirmen nuestra inutilidad y torpeza. Lo que se ha de perseguir es encontrarse con esas cosas de nuestra vida con las que no estamos del todo de acuerdo, con las cosas que es posible cambiar para mejorar, con el potencial que aún no hemos desarrollado del todo, con las cosas que admiten o necesitan ser perfeccionadas… o sea, desde un punto de búsqueda positivo, con un ánimo de mejoramiento y búsqueda de nuestro bienestar o, por lo menos, de mejor-estar. No hemos de abandonar jamás la posición de ser nuestros mejores compañeros, nuestros más queridos amigos, nuestros cómplices y bienhechores, los colaboradores dispuestos e incondicionales que sólo deseamos lo mejor para nosotros mismos, y los que nos sabemos perdonar todo. Siempre a nuestro favor. Siempre fieles, leales, incapaces de una traición o un abandono. Uno se ha pasado toda la vida consigo mismo y es lo que va a seguir haciendo hasta el último suspiro, por tanto conviene que esa larga e intensa convivencia sea agradable y fructuosa. La intención al preguntarse ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ha de ser conseguir un balance realista, un inventario ecuánime, una revisión sincera, una comprobación de cómo se están manifestando nuestras diferentes partes y cómo nos estamos comportando en cada aspecto, pero con ese ojo amoroso y cuidadoso que sólo busca el modo en que cada cosa pueda ser mejorada o bien manifestada. Es, sin duda, el gran acto de amor. De amor propio. De amor a sí mismo. Para algunas personas puede ser útil plantearse también la pregunta de otro modo: ¿Qué NO estoy haciendo con mi vida? Y si uno comprueba que hay algo que no está haciendo pero le gustaría hacer, entonces acaba de encontrarse con la oportunidad de ponerlo en práctica. Recomiendo que al encontrase con una de esas cosas que uno comprueba que no hace, o que hace pero no quisiera hacer, revise nuevamente y con objetividad la razón por la que se está haciendo o no. Esa razón puede seguir siendo vigente todavía, o puede que en este momento sean inadecuados el argumento o sea otra la situación. Insisto en lo de la objetividad porque a veces utilizamos unos argumentos pueriles, que no resisten un enfrentamiento con la objetividad, o que nos resultaban obligatorios o útiles en otra época de nuestra vida, pero que en este momento carecen de consistencia o autoridad como para tener que seguir obedeciéndoles. Si uno cree que no puede hacer algo, pero quisiera hacerlo, conviene ser un poco inquisitivo consigo mismo y no aceptar la primera razón como definitiva –salvo que lo sea muy evidentemente - y tratar de averiguar qué se esconde detrás de esa respuesta o cuál de nuestros múltiples yoes es el que responde. A veces no es que uno no pueda, sino que uno realmente no quiere, o que le da vergüenza, o que le importa en exceso la opinión de los otros, o que responde un vago o un timorato desde nuestro interior, o el incansable boicoteador que todos albergamos, pero también puede ser que el infranqueable muro que vemos sea solamente un decorado de papel pintado que se puede derribar con facilidad. Seamos sinceros. Ya somos adultos como para andar con engaños. Seamos sensatos. Tomemos consciencia de lo trascendental de esta pregunta, de la gravedad que nos puede acarrear no contestarla, de todo lo que ganaríamos si obedeciésemos a su respuesta. Seamos firmes. La vida requiere atención y consciencia, y que nos resulte vacía o satisfactoria, plena o pobre, depende en gran medida de nosotros mismos. Encontrar respuesta a la pregunta QUÉ ESTOY HACIENDO CON MI VIDA, es imprescindible. Así de rotundo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Y si te ha gustado, ayúdame a difundirlo. Encontrarás más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?PHPSESSID=eenlijcs98uajic9vgatgm4f30&action=forum
-
¿ERES ADICTO AL SUFRIMIENTO? En mi opinión, hay personas –no todas, afortunadamente- que han encontrado su zona de confort en un sufrimiento en el que han decidido instalarse a perpetuidad, y cualquier alternativa que se les ofrezca para que la abandonen es automáticamente rechazada y hasta justifican el rechazo. Hay personas –no todas, afortunadamente- que caen en eso que se denomina “Indefensión Aprendida”, que es un tipo de comportamiento que desarrollan algunas personas por el que se sienten incapaces de reaccionar y actuar ante cualquier situación que les agreda, por dolorosa que sea, porque en su convencimiento interno están seguras de que no van a poder afrontarlo, ni cambiarlo, y creen o están convencidas de que sólo les queda la opción de padecerla como mejor puedan, y por ello se inhiben ante la situación y se quedan pasivos. Como su propia definición indica es “Aprendida”, o sea que no forma parte de la naturaleza del Ser Humano, y es algo que lo mismo que en algún momento se ha decidido incorporar –voluntaria o involuntariamente- también se puede modificar o eliminar. Para ello hay que ejercer una re-decisión, y cambiar aquello que se decidió hacer –casi siempre sin ser muy consciente de ello- en las situaciones conflictivas en las que uno se ve en inferioridad de condiciones para afrontarlas, marcado por sus miedos o por sus dudas, afectado por la inexperiencia o por una baja autoestima. Conviene ser conscientes de esos momentos en que nos quedamos aferrados al sufrimiento y no nos podemos mover, no sabemos dar un paso coherente, y no somos capaces de ver una solución o una salida. Tenemos que comprobar cuáles son los mecanismos o impedimentos que nos mantienen en esa situación de sufrimiento, qué es lo que nos impide salir de esa cárcel sufriente en la que nos quedamos voluntariamente encerrados, y entonces borrar todos los mandatos que nos hemos impuesto. Conviene aprender y poner en práctica nuevos comportamientos –algo imprescindible a la vista de que los actuales no nos resultan beneficiosos-, y empezar a enfrentar y resolver conflictos, comenzar a deshacernos del sufrimiento en vez de aceptarlo desde la rendición anticipada, y aprender –o desaprender- todo aquello que nos ayude –o nos impida- salir de la espiral autodestructiva en la que nos enreda el sufrimiento. Conviene tener confianza en uno mismo –y comprobar si es un asunto de falta de autoestima o es que unos miedos inútiles e irrazonables nos mantienen cautivos-, y ser muy conscientes de que cualquier cambio requiere un esfuerzo, y dejar de creer en ese engaño de que las cosas cambian por sí mismas, de que sólo dependen del azar el presente o el destino de cada uno, de que cualquier intento de oponerse a lo indeseable está condenado al fracaso. Conviene tener unas expectativas optimistas con respecto a uno mismo y las propias posibilidades, y aplicar todo el esfuerzo que salir del sufrimiento requiera, porque el resultado compensa cualquier sacrificio. No son el azar, ni el destino, ni el futuro, quienes van a sacarnos de nuestros estados desagradables. No somos las víctimas predilectas de la fatalidad, ni estamos predestinados a la desgracia. Nuestra vida es nuestra responsabilidad. Y esto ya lo he escrito mil veces. Salir del sufrimiento también es nuestro cometido y nuestra incumbencia. Y esto se logra comprometiéndose con uno mismo a cambiar o quitar o añadir cuanto sea necesario, y realizando lo que ello requiera; para ello es necesario averiguar qué hacemos de un modo inconsciente que nos perjudique, para remediarlo e impedir que se siga perpetuando su nefasta influencia, y es necesario mandar en nuestros pensamientos en vez de conformarnos con soportar sus errores y su tiranía. Hay que cambiar los pensamientos recurrentes perniciosos, y revisar todo aquello que hagamos o pensemos de un modo inconsciente, sin decidirlo libremente. Y hay que deshacerse del drama y del sometimiento. Somos Seres Humanos en continua evolución, y eso implica progresar hacia mejor y deshacerse de todo aquello que lo impida. Hay que eliminar los pensamientos negativos o catastrofistas, los miedos, las rutinas, los auto-impedimentos, y todo aquello que nos paralice ante cualquier tipo de agresión. Hay que buscar alternativas, soluciones, tomar decisiones, salir de la apatía o de esa Indefensión Aprendida, promocionar nuestro beneficio y quererlo siempre para nosotros, espantar los pensamientos agoreros que nos hacen creer que perderemos siempre, que estamos mal predestinados, que la felicidad no nos corresponde. La fuerza ya está dentro. Las decisiones y la voluntad las tiene que aportar cada uno. De ti depende. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
¿POR QUÉ APLAZO LOS CAMBIOS NECESARIOS? En mi opinión, esta es una pregunta que nos tenemos que hacer casi todos, porque casi todos –yo incluido, por supuesto- aplazamos en numerosas ocasiones el momento de hacer ciertos cambios que sabemos que son importantes, convenientes, imprescindibles, casi vitales, pero… Pero nos entra una especie de pereza que es la suma de otras cosas: nuestra variabilidad, la inconstancia, algunas dudas, cierta desconfianza en uno mismo y en las propias capacidades, miedo, falta de decisión, excesiva precaución… Uno puede ser consciente de todo lo citado al mismo tiempo que también es consciente de que tiene que tomar decisiones para hacer los cambios necesarios, y que tiene que poner esas decisiones en práctica y llevarlas adelante, pero… Comprobado: cada vez que aparece un “pero”, siempre es una excusa, así que, sabiendo que es una excusa, lo mejor es imponerse un plazo, preferiblemente corto, para tomar la decisión correspondiente y hacerla efectiva. Cada uno tiene que responsabilizarse de su vida y sus decisiones, y no es adecuado dejar que pase el tiempo, que sean los otros quienes la tomen, o que se tomen por sí mismas, porque eso implica una desatención imperdonable a la responsabilidad sobre la propia vida, y lo que se busca con ello –aunque uno no se dé cuenta- es tener algo o alguien a quien culpabilizar en caso de que no salga bien. Si uno no toma la decisión, es el paso del tiempo, o son los otros, los responsables de que no haya salido bien, y uno se des-culpabiliza aunque eso implique asumir el papel de “víctima de un destino cruel que se ha vuelto contra uno”. Y eso es mentira. Uno tiene que asumir sus obligaciones y cumplir con el encargo que nos hacen cuando nos entregan la vida: “Haz de tu vida una vida de la que te puedas sentirte satisfecho”. (Y aún mejor si tu vida se puede convertir en algún aspecto en un modelo a imitar). Cuando se produce una necesidad de cambio es, evidentemente, debido a la insatisfacción con la situación actual. Se quiere cambiar porque no se quiere seguir como se está en ese momento. Repito alguno de los motivos que nos hacen aplazar la toma de decisiones de cambio: nuestra variabilidad, la inconstancia, algunas dudas, cierta desconfianza en uno mismo y en las propias capacidades, miedo, falta de decisión, excesiva precaución… Hay más motivos, por supuesto, y a ellos hay que añadir los motivos particulares, esos que los otros no comprenden pero que a uno le atenazan e imposibilitan. Los complejos afectan y sujetan; el terror a equivocarse -porque se sabe que tras las equivocaciones se desencadena un proceso de recriminaciones y enfado con uno mismo- es otro de esos paralizantes graves; el hecho de tener que renunciar a otras opciones cuando uno ya se decanta -por fin- por una también es un freno potente; la inseguridad detiene continuamente las tomas de decisiones. Los cambios reclaman realizarse, y nuestro yo más consciente se da cuenta de la necesidad y la importancia de hacerlos, pero… Pero cada día encuentra una excusa lo suficientemente convincente como para aplazarlo, y esa excusa es útil durante un poco de tiempo, porque enseguida aparece la conciencia para recordar lo que hay que hacer, y eso le enzarza a uno en un debate en el que los sentimientos y la mente pelean argumentando sus razones propias que, siempre, resultan injustificables por el otro. Los cambios que son necesarios, son necesarios. Este es el resumen. Y si hay que hacerlos, hay que hacerlos. Porque esos cambios que gritan desde el fondo su necesidad de realizarse salen de nuestras entrañas, de lo sabio que nos habita, de quien se da cuenta realmente de qué es bueno para nuestro bien, y por ello nos empuja a hacerlos. Escuchémosles. Escuchémonos. Cuando hayamos realizado esos cambios imprescindibles seremos nosotros los principales beneficiados. Adelante. Atrévete. Hazlos. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales “Oír o leer sin reflexionar es una tarea inútil”. (Confucio) Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
ACEPTEMOS NUESTRA IMPERFECCIÓN En mi opinión, eso de querer ser tan buenos y tan perfectos, tan maravillosos y sin mácula, nos lleva a pretender ocultar una parte inevitable de nuestra naturaleza de seres humanos que no nos gusta, o de la que nos avergonzamos. Y el hecho de ser humano implica que somos y podemos ser imperfectos. Soy consciente de todas las imperfecciones que ha habido en mi vida, de las que sigue habiendo, y hasta de las que habrá, pero eso no me hace bajar ni un ápice el concepto que tengo de mí mismo, de mi globalidad, en la que caben al mismo tiempo las cosas maravillosas, lo radiante, lo que me gusta de mí, mis cualidades, mis perfecciones… y mis imperfecciones. Valoro de mí, sobre todo, la voluntad de mejoramiento que no se ve mermada por el hecho de no haber alcanzado la perfección –aunque cada día doy, por lo menos, un paso en su búsqueda-. Eso sí, a la perfección absoluta e impoluta, por pura lógica de inaccesibilidad e imposibilidad, he renunciado. Me parece mejor aceptar ser imperfecto, lo cual me da la oportunidad de desarrollarme hacia un paso más cerca de la perfección –que es una meta inasible, pero en cuya búsqueda se pueden alcanzar logros bastante satisfactorios-, o dar un paso que me aleje un poco de la imperfección, antes que sentir la frustración inconsolable y deprimente de sentirme dolientemente imperfecto y permitir que eso hunda mi moral y me haga enojarme conmigo mismo. Soy humano -y esto no lo voy a usar como excusa sino como realidad-, y por ello mismo no soy perfecto, y por lo tanto no me puedo exigir como si lo fuese. Soy nada más, y nada menos, que un proyecto de llegar a ser la mejor persona que pueda conseguir –ni sublime, ni Dios-, dentro de mis posibilidades y mis limitaciones. Esto no es un ensalzamiento de la mediocridad, ni una invitación a la rendición o el conformismo, sino una constatación de que vale más la verdad, y el esfuerzo personal, que el martirio y el fracaso de no llegar a realizar los sueños utópicos que la imaginación diseña sin tener en cuenta las limitaciones. Descubrir las imperfecciones, lejos de dolernos y hundirnos, debiera ser motivo de alegría. Sí, he escrito lo que quería escribir y lo que has entendido, no hace falta que lo releas… “Descubrir”, ya lo he escrito muchas veces, es “destapar lo que estaba cubierto”, y esa es la razón por la que debemos alegrarnos al “destapar” algo que estaba tapado, PERO QUE YA ESTABA. Y no haberlo visto antes –o no querer verlo- no le quita fuerza ni realidad y no evita que nos estuviese afectando. El hecho de haber destapado las imperfecciones y haberlas puesto ante nuestros ojos, inevitable e innegablemente a la vista, es el primer paso y necesario para poder hacer cualquier modificación. Las imperfecciones están abiertas al perfeccionamiento, y ahí es donde está la tarea de cada uno. Una tarea personal e intransferible. Y, preferiblemente, inaplazable. Nadie lo va a hacer por ti. Eso ya lo sabes. Y es conveniente que lo hagas. Eso también lo sabes. Así que… manos a la obra. Ponte ya a esa tarea que te va a aportar, sin duda, grandes satisfacciones. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
CÓMO EXPRESAR NUESTRAS RECLAMACIONES En mi opinión, todos tenemos derecho a reclamar aquello que en justicia nos corresponde, y no veo correcto renunciar a ello y conformarnos rindiéndonos, resignados a soportar lo que no nos parece justo, sólo por el hecho de no enfrentarnos a quien nos ha causado un perjuicio. Es conveniente reclamar, pero también es conveniente comprobar el modo en que se hace, que ha de ser asertivo, y no ha de ser de una manera disparatada o desorganizada, y menos aún haciéndolo en un momento de ofuscación o rabia y con un tono o actitud que no nos va a aportar una solución sino, tal vez, más conflictos. Es evidente que si tienes un asunto al que le das vueltas y vueltas, y mientras más vueltas le das más te enoja, es un asunto que tienes que resolver. Por tu propio bien y por tu estabilidad emocional. Para que sea útil y efectivo, al hacerlo conviene seguir estos cuatro pasos de un modo ordenado: emoción, hecho, relato y próximos pasos. Ejemplo: Tienes problemas en la relación con un hijo –o hermano, cónyuge, madre…- por el modo como se comporta. Más o menos, poniendo tus propias palabras, así sería el guión para la reclamación. “Me siento incómodo (emoción). Te he pedido ayuda en varias ocasiones y no me haces caso (hecho). No escuchas mis peticiones, aunque sabes que son justas y que tu obligación es ayudarme (relato). Lo que quiero es que a partir de ahora modifiques tu actitud y te hagas cargo de tus responsabilidades y me ayudes cuando te lo solicite (próximos pasos)”. Hay que comunicar las cosas con claridad, y si se hacen en justicia, y del modo adecuado, se ha de recibir lo que se solicite. La asertividad –repito- es muy aconsejable en estos casos. Más bien, es imprescindible. De la wikipedia: “La asertividad es un modelo de relación interpersonal que consiste en conocer los propios derechos y defenderlos, respetando a los demás; tiene como premisa fundamental que toda persona posee derechos básicos o derechos asertivos. Como estrategia y estilo de comunicación, la asertividad se sitúa en un punto intermedio entre otras dos conductas polares: la pasividad, que consiste en permitir que terceros decidan por nosotros, o pasen por alto nuestras ideas; y por otro lado tenemos la agresividad, que se presenta cuando no somos capaces de ser objetivos y respetar las ideas de los demás. El concepto de asertividad suele definirse como un comportamiento comunicacional en el cual la persona no agrede ni se somete a la voluntad de otras personas, sino que manifiesta sus convicciones y defiende sus derechos. Es también una forma de expresión consciente, congruente, directa y equilibrada, cuya finalidad es comunicar nuestras ideas y sentimientos o defender nuestros legítimos derechos sin la intención de herir o perjudicar, actuando desde un estado interior de autoconfianza, en lugar de la emocionalidad limitante típica de la ansiedad, la culpa o la rabia. Contar con un criterio propio dentro de la sociedad es indispensable para comunicarnos de una mejor manera”. Partiendo del convencimiento del derecho a ser asertivos –aunque se pueden necesitar varios intentos hasta manejarlo bien-, teniendo claro lo que se quiere solicitar, y haciéndolo del modo adecuado, es muy posible que se obtengan los resultados deseados. Te invito a que lo pruebes. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales “Oír o leer sin reflexionar es una tarea inútil”. (Confucio) Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
EL NIÑO DESAMADO En mi opinión, hay personas que viven con gran insatisfacción una carencia, en muchas ocasiones inexplicable, desconocida, que sólo les provoca sufrimiento pero sin delatar claramente su origen, y que –salvo los casos que pueden llegar a hacerse muy claros y evidentes- necesitan de un psicólogo u otro profesional cualificado que les haga sacar a la luz el origen de ese malestar. Hay niños que crecen sanos mentalmente, sin traumas, por supuesto, y mis felicitaciones para ellos, pero hay una cantidad ingente de personas que tienen archivados en su recuerdo inconsciente –que es el que les motiva o desmotiva, el que les hace tener fe y confianza o lo contrario, una buena autoestima o no, y una u otra actitud ante la vida-, y esas personas, en muchas ocasiones, no saben que el motivo de su desazón, de su intranquilidad ante la vida, de su vacío existencial, es un niño desamado que albergan en su corazón, un niño que no recibió caricias incondicionales, de esas que se le dan a alguien simplemente por el hecho de ser alguien, de las que brotan del corazón y salen a reventar de amor, de las que van rebosantes de afecto y el otro las recibe como una bendición porque le llenan su alma de afectos. Hay niños que fueron bien amados y saben en todo su ser que fueron y son apreciados, y eso les proporciona una actitud de confianza y valía para afrontar la vida, y viven con una sensación de estar ocupando su sitio en el mundo, de no ser un impostor, y pueden andar por la vida con tranquilidad porque su vida les pertenece. Hay niños que fueron desatendidos sentimentalmente, que no conocieron la sensación de ser incondicionalmente amados porque se les ignoraba en demasiadas ocasiones, porque no se les manifestaba un amor claro y directo que se les grabara en el corazón, porque fueron más criticados que alabados, o porque sólo se les prestaba atención y reconocimientos cuando estaban enfermos o a cambio de que acataran órdenes sin rechistar y de que se callasen cuando querían decir algo. Recibieron caricias tristes y frías, que sintieron más como lástima o como migajas de atención que como cariño, se les grabó un vacío, una conmoción de no valer nada y no ser nadie, una inutilidad que les hacía creer que el mundo era un coto privado y reservado para otras personas. Lloraron lágrimas tristes y silenciosas, le dieron muchas vueltas al sinsentido de sus vidas, se les cinceló en el alma la idea de que estorbaban… ellos, que eran tan niños, tan solos, tan desatendidos, tan desamados. Hay padres que son buenas personas pero no son buenos educadores. También hay padres dañinos y destrozadores, que agreden con su maligna intención o con su desatención, y de ahí salen hijos que luego tienen que ir mendigando amor, o cariño, o simplemente atención, o que alguien les anime, les quiten de encima un poco del peso de su aflicción, o les den un lugar en la vida que sentir como propio. Esos hijos sentirán una angustia inespecífica por no sentirse queridos, y vivirán con la eterna e incontestada duda de por qué no fueron queridos, y llegarán por lógica equivocada a pensar que son malos –tal como alguien les ha inculcado o insinuado sin palabras pero con hechos-, que no son dignos como personas, que no se merecen nada bueno, y pasarán por la dolorosa experiencia de no creerlo cuando alguien les diga algo bueno de ellos, cuando les hagan ver que no son como creen y que el auto-concepto está manipulado y maleado, cuando les abran el corazón que no vieron abierto en sus educadores…Y sufrirán mucho en su vida. Estos adultos que conviven con su niño desamado tendrán que aceptar que aquellas caricias que no recibieron de sus padres -en forma de atención o de amor- no las recibirán nunca, pero que eso no es muy grave. Ahora deberán amarse por sí mismos, y también recibir con agradecimiento las caricias que otros les den, pero sólo cuando capten que vienen directamente del otro corazón hasta el suyo, cuando sienta su niño interno que de verdad es apreciado, cuando sea capaz de dejar que a través de su coraza de autodefensa entren los sentimientos puros de otros, el abrazo entre los brazos sinceros del afecto, o el bálsamo de las palabras amables y verdaderas. Es posible que necesiten la cooperación de un profesional de la mente para que les ayuden a desembarazarse de los miedos y las inseguridades, para que les enseñen a mostrarse y mostrar sin miedo quiénes son, o a contactar con el niño desamado, a des-culpabilizarle, a mimarle como nunca antes lo hayan hecho, a hermanarse como el adulto de hoy con el niño de ayer y emprender juntos el camino de la reconciliación. A este niño que cada uno llevamos dentro hay que mostrarle nuestra comprensión, nuestro apoyo por lo que tuvo que sufrir y por las carencias que atravesó, por haber sobrevivido a todo lo que ha pasado, por haber resistido y habernos traído hasta el día de hoy; hay que ofrecerle protección porque si él se siente seguro y amado nosotros nos sentiremos seguros y amados, y bajo ningún concepto y en ningún caso emitiremos un juicio sobre él ni le acusaremos de nada. El niño desamado, el desesperanzado, el desilusionado, el desvalorizado, el desgraciado… todos siguen vivos y afectándonos, y a todos hay que admitirles, abrazarles, y curar sus heridas emocionales. Y esa es la tarea inaplazable e ineludible de cada uno de los que se hayan visto aquí reflejados de algún modo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
1+1 = 1+1 En mi opinión, cuando hablamos de parejas –y no de matemáticas- ese pastelón romántico de decir que “juntos somos más que dos: somos uno”, es una falsedad. Y una tontería. Tal vez poético, pero incierto. Otros dicen que “juntos somos mucho más que dos”. Tampoco es cierto. Uno más uno –cuando hablamos de parejas- es uno más uno. Uno, y el otro o la otra. O una y la otra. Es una utopía –y además de esas que es mejor que no lleguen a hacerse realidad nunca- eso de aspirar a una compenetración tan íntima y profunda, una unión tan mística e insostenible, tan indisoluble, que desaparezcan las fronteras de la mente y del alma para fundirse en una sola persona. Lo conveniente en las relaciones es que estén formadas por cada uno de los miembros de la pareja y al mismo tiempo por “algo” que sea común a ambos, que sea el nexo que les une y les mantiene interesados, y mientras más grande sea ese nexo más posibilidades hay de que la relación se mantenga. Lo que está casi condenado al fracaso es ese tipo de relación en que uno de los miembros exige a la otra parte una renuncia casi total a ser quien es. Generalmente, acaban siendo unas relaciones tóxicas y, en muchos casos, de dependencia emocional, con la tragedia que ambas situaciones conllevan. También se dice con asiduidad algo pretendidamente bonito, disfrazado de romántico, pero empalagoso, sin pensar exactamente en lo que se está diciendo, cuando uno pronuncia aquello de “buscar mi media naranja”. Uno ha de ser una naranja entera que no necesite de otro para poder completarse. Está bien alguien que complemente, que aporte, que comparta, pero no alguien que tenga la responsabilidad de coger a una persona incompleta y tener que ser el sustento de esa persona. No es una falta de amor, ni es desinterés por la compenetración, el hecho de aspirar a seguir manteniendo cada uno su individualidad dentro de la pareja. Hay más comodidad y más posibilidades de seguir juntos entre dos personas que sienten libertad en su pareja –aun respetando el compromiso que la pareja conlleva- que cuando se siente como una obligación o una atadura o un compromiso inevitable. Como dice la frase: “Estoy contigo porque lo deseo y no porque te necesite”. “Necesitar” puede llegar a ser el principio de una lamentable relación de dependencia. Desear estar con la otra persona, que se nos ilumine la vida cuando pensamos en ella, o ser feliz sólo porque sabemos que está con nosotros –y que está con nosotros porque es su libre voluntad y no porque cumple un compromiso impuesto o ya indeseado-, son síntomas de una relación en la que 1+1 es igual a 1+1. Uno Mismo tiene que seguir siendo Uno Mismo en la relación. Es conveniente que comparta –pero no todo todo todo- con su pareja, y que tenga proyectos en los que ambos están presentes, que el amor les una, que se deseen, que se sientan unidos con lazos firmes y apetecidos, pero… sin olvidar que cada uno es él mismo, y que puede mantener sus momentos de retiro interior, sus gustos que no son compartidos, y su individualidad al margen de la participación en ese conjunto amoroso que han creado entre ambos. Creo que es conveniente no llegar a la renuncia absoluta a sí mismo a cambio de estar en una relación, que ésta nunca se ha de sentir como un sacrificio y renuncia, que es mejor que el vínculo que un día enlazaron juntos no se sienta como una pesada cadena que impide la libertad. No abogo por una pareja de dos muy distintos y muy distantes, sino por la suma de dos personas que son capaces de mantener intactas algunas de sus partes sin que ello perjudique ni afecte al otro al mismo tiempo que le aporta satisfacciones y vida al margen de la relación. Estoy dispuesto a admitir como cierta –tal como apunté anteriormente- el resultado de que la suma de 1+1 = 3 Uno más otro más lo que une a ambos. Creo que, en este caso, tres es la pareja perfecta. Te dejo con tus reflexiones… Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
AHORA En mi opinión, perdemos demasiada vida en esta locura de pasarnos más tiempo en el pasado o en el futuro –el posible futuro- que en el presente. Está bien traer el pasado al presente de vez en cuando, porque es placentero y enriquecedor deleitarnos con las cosas agradables por las que hemos ido pasando, y a través de nuestra mente y el recuerdo somos capaces de hacer el milagro de recrear lo que ya no existe, y está bien traer al presente de vez en cuando las cosas que no han estado bien en nuestra opinión, siempre que sea con el exclusivo objetivo de aprender aquello que nos permita evitar que se vuelva a repetir siempre que esté en nuestra mano. Lo que no está bien es irse al pasado –abandonando el presente- porque allí tengamos recuerdos de cosas que ya no están ni volverán a estar –eso que se llama nostalgia-, y no está bien querer quedarnos allí porque estábamos mejor que ahora. Si es por placer, estupendo, se puede ir, pero luego hay que volver al presente con las pilas cargadas… y no abatidos. Tampoco está bien si el motivo de ir es que tenemos mucho de que arrepentirnos y vamos allí para reabrir la herida de lo que hicimos mal, y aún es peor si además nos ponemos a hurgar en ella con saña y con el único fin de castigarnos por lo que hicimos. No existe el pasado ni el futuro: existe el ahora. El instante en que leíste la palabra anterior ya no existe. Ya forma parte del pasado. O sea que no existe lo pasado –existió- y no existe lo futuro, porque a eso que llamamos futuro cuando llegue lo llamaremos presente. Existe cada uno de los instantes, pero solo durante el tiempo breve y limitado de su existencia. Para entendernos mejor con esto que llamamos presente lo que hacemos es agrupar varios o muchos instantes, y lo llamamos “hoy”, o “esta tarde”. Y esto es lo que existe. Y “esta tarde” es lo que tenemos que vivir con atención e intensidad. Y “esta tarde” es cuando tenemos que tener claro nuestro propósito, lo que queremos hacer en ella, lo que nos puede aportar, con qué la queremos llenar para que sea satisfactoria y nos aporte una buena sensación, y, además, le aporte sentido. Y si no lo hacemos de ese modo es muy posible que al final del día se nos instale una desagradable sensación de haber perdido el tiempo –que es la vida- salvo que lo que hayamos decidido sea, precisamente, perder el tiempo. Y si esta misma sensación se nos va acumulando un día tras otro entonces será una sensación aún más desagradable la que se instale: “estoy perdiendo mi vida”. Y eso de perder la vida deberíamos tenerlo en el lugar de las cosas inaceptables, de las que bajo ningún concepto queremos que lleguen a suceder. Hay una cosa importante que es favorable: depende de nosotros. Es algo que podemos –y debemos- controlar. Somos conscientes de que tenemos que dedicar un tiempo a las obligaciones: trabajo, responsabilidades, cargas, urgencias… pero también durante ese tiempo podemos ser conscientes de nosotros mismos –del ahora-, atender nuestra vida y atendernos –en ese ahora-, y siempre podemos encontrar y ser conscientes del momento, de lo que somos, de quienes somos, de la magia de estar vivos y estar viviendo… y eso sólo se vive AHORA. Este ahora es inaplazable y es insustituible por otro ahora, que ya tendrá su propia entidad. AHORA es ya. Así que deja de leer en este instante y toma consciencia. Mira la vida. Mírate. No lo aplaces más. Aprende a vivir en el ahora. VIVIR EN EL AHORA. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si te ha gustado, ayúdame a difundirlo compartiéndolo. Gracias. Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum
-
SUFRIR… SÓLO SI ES PARA CAMBIAR En mi opinión, el sufrimiento es contraproducente. No aporta nada que sea positivo, salvo que… salvo que uno lo utilice como plataforma desde la que comenzar un cambio. Ya se ha escrito en demasiadas ocasiones que cada experiencia por la que pasamos, tanto si es positiva como si aparenta ser negativa, nos puede aportar una lección, algo que nos engrandezca, y que solo depende de cada uno que quiera quedarse en la euforia de los buenos momentos –sin reflexionar acerca de ello y de lo interesante que sería estar así más a menudo- o cuando está mal quiera quedarse en el abatimiento, el pesar, la autocompasión, la lágrima, la negatividad y la sensación de estar en un mundo y una vida que es su enemiga acérrima. El sufrimiento lo que hace es coartar la confianza, espantar la dicha, opacar la esperanza, teñir todo de un luto agresivo, o poner en la mente los peores pensamientos cargados de dolor y frustración. A eso que provoca ese sufrimiento conviene mirarlo con objetividad, sin miedo, y no desde el punto de vista de ser su víctima, sino como un asunto que hay que afrontar y resolver. Insisto: no asustado. Hay que mirarlo de frente, a los ojos, tratando de desdramatizarlo, poniéndolo en su lugar correspondiente y con sus medidas, y no magnificándolo. Hay que conocer el origen real del sufrimiento, y no el aparente. Es muy posible que –por ejemplo- tras el sufrimiento de “la gente no me quiere”, esté la verdad de “en realidad sufro porque yo no me quiero, no me acepto”. Y con esta forma de reflexionar acerca del sufrimiento, lo que se propone es no quedarse como el perrito apaleado, y dejando en manos ajenas la responsabilidad de nuestros bienestar o sufrimiento, cuando lo adecuado es admitir la verdad y ponerse a la hermosa tarea de reconciliarse consigo mismo. Y conviene verificar si estancarse en el sufrimiento, apresado entre sus barrotes, tiene alguna utilidad. Si sufres –por ejemplo- porque te ha dejado tu pareja, el hecho de que sufras no sirve para que vuelva tu pareja. Si sufres porque te han despedido del trabajo –por ejemplo-, el hecho de que sufras no hace que te llamen para que vuelvas. Ya sé que en todos los casos están por medio los sentimientos, y contra ellos es difícil luchar… pero no imposible. Conviene poner objetividad al revisar los motivos del sufrimiento. Ser ecuánimes –unos jueces justos-, y ser objetivos –desinteresados y desapasionados- y muy neutrales. Date permiso para apreciar las cosas en su justa medida. Sin sentimientos ni pasión, las cosas adquieren el matiz que les corresponde. Es el modo de apreciarlo en su justa medida. Y si somos capaces de hacerlo de ese modo, resultará más sencillo mitigar el malestar del sufrimiento. No tienen que vencer siempre los sentimientos pesarosos y arrastrarnos a su tenebrosidad. No es necesario quedarse en el sufrimiento ni un segundo más de lo imprescindible para extraer el aprendizaje acerca de cómo actuar en la próxima ocasión que se presente una situación similar, o del necesario para darse cuenta de la incorrección en el actuar o en el pensar, de tomar la decisión firme de no querer volver a caer en lo mismo o no volver a tomarse las cosas del mismo modo. Cada cual verá cuál es su lección. Hay que evitar siempre, eso sí, que nuestra parte masoquista se quede a regodearse en el sufrimiento porque eso nos acercará más al fondo, a la desesperación, a la depresión… y no son sitios agradables para estar. Te dejo con tus reflexiones…
-
¿TENEMOS QUE REEDUCAR A LOS PADRES? En mi opinión, los padres educan a sus hijos más con buena voluntad que con conocimientos acertados. De ahí surge el hecho de que la mayoría de las personas no estemos preparadas para afrontar la vida en condiciones. No sé cuántos años tienes, a qué generación perteneces, así que tendré que generalizar. A cada uno nos han tocado unos padres y unas circunstancias. Eso hace que seamos distintos. Los que han sido afortunados con unos padres que han sabido ejercer como tales, y no les han llenado de traumas o miedos o conflictos o dudas o angustias, se van a evitar pasar por una tragedia que es bastante común para el resto de la humanidad. El resto…tenemos por delante la larga tarea de desaprender la mayoría de lo aprendido, arreglar nuestros problemas por nuestra cuenta o hacernos clientes de uno o varios expertos en salud mental, sufrir innecesariamente y en muchas ocasiones sin saber el motivo, vivir en una ansiedad indescriptible por la sensación de que nos falta algo que no sabemos qué es, navegar desorientados por la vida, llorar a veces un llanto desconsolado desde una sensación de no saber quién es uno mismo, y padecer a veces la sensación de vivir un malvivir. No todos con este grado tan intenso que he descrito, pero casi todos podemos hacer nuestro alguno de los ejemplos anteriores u otros similares. Está demostrado que, en más del 90% de los casos, todas estas cosas referidas están relacionadas con el ambiente y las circunstancias que nos tocaron vivir en la infancia, con los padres o educadores que influenciaron en nuestra educación, con lo que nos inculcaron; lo hicieron en muchas ocasiones no sólo por desconocimiento de la tarea de ser padres, sino porque ellos se limitaron a copiar el modelo con el que ellos fueron educados sin preocuparse de pulirlo o de actualizarlo descartando las cosas innecesarias o dañinas. Muchas personas somos capaces de superar esos traumas y de hacernos –rehacernos- personas “normales”, con una conciencia más clara de cómo han influenciado en nosotros, y nos damos cuenta de que es un modelo que no queremos repetir con nuestros hijos y pondremos todo el cuidado posible para que así sea. Pero… qué pasa con nuestros padres -esos que se quedaron anclados y no supieron evolucionar-, ahora que somos capaces de verlos de otro modo –y comprobamos que en muchas ocasiones son víctimas de la educación que les dieron a ellos y no solamente nuestros “verdugos”- y nos damos cuenta de que podrían mejorar, aunque parezca ser tarde. Si alguien les plantea eso de hacer cambios en seguida recurren a que ya son muy mayores para cambiar, o se encastillan en que ellos son los padres y que nadie les va a enseñar. En fin, una variedad de razones que no pasan de la categoría de excusas, pero… ¿Tenemos la “obligación” –amorosa o ética- de reeducar a nuestros padres? Y si la respuesta es positiva… ¿Cómo se hace? Yo no he encontrado una fórmula universal que se pueda aplicar en todos las ocasiones, porque todos son distintos entre sí, y porque las relaciones con los padres no son iguales en todos los casos, ni su apertura o colaboración, ni la capacidad de cada uno para afrontarlo. Pero, en mi opinión, hay que hacerlo. Es conveniente darles otros puntos de vista por si quieren mirar desde ellos, es interesante aportarles una visión diferente de las cosas y animarles a que se atrevan a salir de su fortaleza inexpugnable –en la que no permiten entrar a los otros pero que tampoco se permiten salir ellos-, es bueno animarles para que se atrevan, prueben, acometan y experimenten, para que conozcan algo distinto de lo que han hecho y pensado siempre. Uno de los mejores modos es con el ejemplo. Si una cambia, y su cambio es notable, eso provoca un efecto contagio. Si la relación con ellos es fría o es distante, y los hijos demuestran afectividad de modo que los padres lo aprecian, es más factible que ellos también den un paso. Si en la relación ha faltado la comunicación y los hijos dan el primer paso -y todos los que haga falta-, a ellos les será más sencillo dar sus primeros pasos. Cuando no ha habido abrazos, caricias, confidencias, muestras de amor… si los hijos lo empiezan a hacer con naturalidad, ellos verán reblandecerse sus corazas y estarán más predispuestos. No hay nada que perder. Todo parece que será positivo, así que… ¿por qué no intentarlo? Te animo y te invito a probarlo si lo ves interesante o necesario. Todos, ellos y tú, ganaréis. Te dejo con tus reflexiones… Si te ha gustado, ayúdame a difundirlo compartiéndolo. Gracias. VISITE (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum
-
SI TIENES UN TALENTO, TIENES QUE COMPARTIRLO En mi opinión, quien tiene un talento –entendiendo por talento una aptitud o capacidad- tiene también la obligación –ética o religiosa- de compartirlo. No voy a recurrir al argumento de que todos debemos colaborar en el mejoramiento de la especie humana y por eso conviene que quien sabe enseñe, o quien pueda ayudar ayude. No voy a recurrir al argumento cristiano del amor al prójimo, o eso de “haz por los otros lo que te gustaría que hiciesen por ti”, ni a que con ello te vas a ganar el cielo, ni a que “hay que predicar con el ejemplo”. Aunque… si eres cristiano, ya sabes que tienes que compartir los dones que recibes, así que… vas a tener que hacerlo. No voy a inventarme un chantaje lastimero o emocional, ni maldiciones o castigos infernales para quien no cumpla lo que propone el título. Simplemente voy a recurrir a la conciencia de cada uno, a ese recinto sagrado que cada uno lleva dentro de sí, donde el alma se explaya en consejos para un bien actuar, para hacer cosas de las cuales sentirse digno, para manifestar la parte generosa y divina que cada uno de nosotros llevamos dentro, con la cual podemos trascender la pequeñez que mostramos de nosotros mismos en comparación con la grandeza que podemos llegar a mostrar. O sea, LA GRANDEZA QUE SOMOS. No sé si es cuestión de solidaridad, de hermanamiento, de un cuidado innato que todos llevamos más o menos activado o escondido, pero cuando uno se deja ser él mismo, cuando se escapa del personaje que ha tenido que inventarse para andar por el mundo y deja que se muestre la generosidad acallada, a veces en desuso, le nace irremediablemente el deseo de compartir y compartirse, de mostrar su magnanimidad sin reprimirla. Todos somos generosos por naturaleza y, de hecho, tenemos que hacer un esfuerzo para reprimirla… o tenemos que seguir actuando inconscientemente obedeciendo algunas órdenes que alguien nos inculcó –tal vez la sociedad actual tenga mucho que ver en esto- en las que se promovía la insolidaridad, la huída de los conflictos ajenos para recluirnos en los nuestros propios –si es que los nuestros no los podemos evitar, cosa que haríamos gustosamente-, la comodidad en oposición a la implicación, o el recogimiento en vez de la apertura de corazón. El Ser Humano, en su esencia, y esto es irrenunciable porque viene incrustado en cada uno de nosotros, es piadoso, y en su naturaleza lleva implícita la bondad que le brota si no hace nada por frenarla. También disponemos, todos, de la capacidad de detectar y comprender al necesitado Cuando hablo de “tener un talento” no me refiero a una capacidad extraordinariamente brillante, a la facultad de hacer milagros, o salvar a la humanidad, como Superman. Tal vez tu talento sea cocinar bien, saber planchar, tener conocimientos de mecánica, poder leer… y puedes enseñar eso a los demás. Tal vez tu talento sea que tienes una sonrisa espléndida y se la puedes contagiar al mundo entero, que sabes dar las gracias mejor que nadie, que eres amable, que sabes decir “te amo” a tus seres queridos y ser cariñoso con todo el mundo, o que seas capaz de dar ánimos y dejar un reguero de bienestar por donde pasas…y con tu ejemplo puedes enseñar eso a los demás. Tal vez tu talento sea que eres capaz de distraer o ayudar a un necesitado, que tu empatía da vida a los otros, que sabes escuchar con un respetuoso silencio y consolar a los afligidos, que eres capaz de regalar algunas de tus cosas a quien las puede necesitar y lo haces sin que te importe, que tienes detalles con los demás… y con todo eso puedes enseñar a los demás. Eso puede ser compartir los talentos. Tú has desarrollado algo, o has sido agraciado con algo, lo que sea, y crecerá –sin duda- si lo compartes. Es un milagro exponencial por el que mientras más das, más tienes. Comparte tus talentos. Y compártete. Te lo agradecerán y te lo agradecerás. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
DATE PREMIOS, HAZTE REGALOS En mi opinión, no somos del todo ecuánimes cuando se trata de juzgar nuestros hechos o juzgarnos a nosotros mismos. Usamos dos varas de medir distintas cuando nos medimos. Una, cuando se trata de juzgar las cosas que hacemos o hemos hecho “mal”; en ese caso somos muy rígidos, demasiado estrictos, excesivamente exigentes, no nos aceptamos con errores, y nos aplicamos castigos de diferente índole y calibre. En cambio, cuando hacemos algo bien, algo bueno, algo de lo que nos podríamos sentir satisfechos, usamos otra vara –esa que es injusta- y le restamos importancia, lo menospreciamos, y no le damos el justo trato y reconocimiento que se merece. Y, por ello, cometemos una infracción en la igualdad que conviene reconocer y no volver a repetir. Todos necesitamos reforzar nuestra autoestima, y uno de los modos es tener acciones satisfactorias que las hayamos producido nosotros mismos. Eso nos hace reconocernos y valorarnos mejor. Nos provoca una agradable sensación interna que se parece mucho al orgullo del ego, pero es más sano. Reflexiono… si nos damos castigos cuando hacemos algo mal… ¿Por qué no nos damos premios o regalos cuando hacemos algo bien? Yo soy partidario de hacerlo. Y lo hago. No es necesario que sean costosos regalos, voluminosos obsequios (se nos podría llenar la casa y no quedaría sitio para nosotros… jejeje), pero sí es conveniente que sean algo más que un simple reconocimiento, ya que el reconocimiento se limita a darse cuenta pero de un modo “notarial”, seco, aséptico, como un dato, y no lo valora, y en el caso de las cosas que hacemos -de las que nos sentimos complacidos- es necesario casi montar una fiesta, porque lo bueno es bueno, lo que está bien está bien, y lo que es mérito de uno es mérito de uno. Yo me lo premio casi siempre con una sonrisa, por lo menos. Me paro frente al espejo y sonrío. Me gusta ver en el espejo esa cara sonriente porque en muchas ocasiones veo una cara seria, demasiado seria -como de vieja amargada institutriz- que me riñe por todo, y parece que es un Inquisidor que ha descubierto algo personal malo y me amenaza desde su mirada violenta. Cuando me sonrío todo cambia. Me reencuentro conmigo mismo. Con esa cara medio pícara que refleja felicidad -con la que uno se siente a gusto-, con una clara satisfacción que se refleja en la mirada junto a una sensación notable de paz. Es tan gratificante… y tan barato. Otras veces me invito a un dulce. O me premio con un rato de compañía relajante conmigo, en silencio o en amigable conversación interna, sin críticas ni reproches, escuchando mi música, mirando el horizonte… Date premios, hazte regalos. Sé amable y generoso contigo. Entierra el hacha de guerra. Echa los odios a la hoguera. Deshazte de lo negativo del pasado. Funda una nueva relación donde sólo quepa lo positivo. Cuídate. Ámate. Por tu bien. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
EN LA LUCHA CONTRA UNO MISMO SIEMPRE SE PIERDE En mi opinión, esa batalla encarnizada que algunos mantienen consigo mismos es una terrible pérdida de tiempo –que es no es “tiempo”: es VIDA- y una pérdida innecesaria de energía, ya que esa guerra es una confrontación lastimosa y lamentable, fratricida, y la más insensata de las reyertas. Uno siempre tiene que estar a favor de sí mismo y colaborar en todo consigo mismo. En todo. Aunque tenga motivos para discutir, una montaña de quejas, y discrepancias que resolver. En estos casos –cuando uno tiene algún conflicto consigo mismo-, lo más adecuado que uno puede hacer es conciliar todas sus contradicciones, comprender la parte de su humanidad desconcertada y consolarla, aceptar la confusión que le domina y no martirizarse por ello -aunque es conveniente proponerse ponerle remedio-, y evitarse padecer la rabia que todo ello le provoca. Uno se puede observar y comprobar los sentimientos tan chocados que padece, y los diferentes puntos de vista a los que les llevan su educación y sus condicionamientos, y la falta de una dirección clara en algunos momentos para algunos asuntos, y cómo dentro de sí mismo hay dos tendencias –por lo menos- y cada una quiere ir por un camino distinto. Esto es habitual. Quien padece estos estragos no es alguien extraordinariamente raro, sino un ser humano más que está tratando de armonizar sus desorientaciones internas, tratando de aclarar sus incongruencias y sus arrebatos, sus emociones desbocadas y sus pensamientos enrevesados. Pero… lo que nunca se ha de hacer es convertirse en el ejecutor de sí mismo, en el inquisidor brutal, en el más feroz enemigo, o en un desalmado que no se respeta. Algunas personas, en su relación consigo mismos, hacen una auto-persecución insana, porque se limitan a restregarse todos los errores que hayan podido cometer a lo largo de su vida, o a menospreciarse por el mismo motivo, a compararse directamente con aquellos que sabe que son mejores que él –porque tienen o han tenido otras circunstancias más favorables-, o a manifestar continuamente el malestar o disgusto que le provoca ser como es, pero sin hacer algo de lo necesario para dejar de ser como está siendo. Uno nace solo –aunque haya alguien más en el parto-, vive solo –aunque comparta su soledad con otra gente- y muere solo –aunque haya gente acompañándole en el trance-. Toda la vida es una soledad compartida. Con esta premisa debería ser sencillo comprender que, ya que uno está predestinado a estar consigo mismo en cada instante del día y de la noche, desde su nacimiento hasta que fallezca, es un absurdo innecesario llevarse mal consigo mismo. Luchar contra uno mismo es perder. De todos modos, pierdes. Hagas lo que hagas, si es en contra tuya, siempre eres tú el que pierdes. Si tienes algún conflicto contigo, resuélvelo. Llega a acuerdos con todos esos yoes opositores o traidores o equivocados que viven en ti. Firma la paz con tus enemigos internos, y consigue que todos colaboren contigo y a tu favor. A vuestro favor. Convéncete de que siempre eres tú quien pierde y convence a todo lo que hasta ahora se opone. Imponte a cualquiera que quiera destruir la alianza que has de pactar contigo mismo para olvidar rencores, reprimendas, frialdad, rechazo, y comenzar una nueva etapa. Es por tu propio bien. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
-
¿SOY YO O SOY MI PEREZA? En mi opinión, cada vez que somos conscientes de todas las cosas que deseamos o debemos hacer y no las hacemos amparándonos en la pereza, y además responsabilizándola y culpabilizándola por eso de que no hacemos nada, estamos cometiendo algo similar a un delito, y –lo que es peor- nos cuesta ponerle remedio imponiéndonos a nuestra propia pereza. Que esa es otra: que hablamos de ella como si fuese algo ajeno a nosotros, un enemigo que tenemos ahí instalado no sé por quién, algo que nos tiene encarcelados y subyugados, que ha secuestrado nuestra capacidad de decisión y al dejarnos sin ella sólo nos queda la opción de rendirnos a la flojedad, impidiéndonos hacer algo por nuestra propia voluntad. Hablando muy claro: la pereza es culpa o responsabilidad de cada uno. PEREZA Del lat. pigritia. 1. f. Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados. Porque la pereza nos afecta solo ante cosas a las que estamos OBLIGADOS y nos desagradan, ya que si se trata de algo que sí nos apetece entonces desaparece la pereza, y uno se hace cientos de kilómetros 7para ir a un sitio que le gusta o se viste a las 10 de la noche –cuando estaba tan a gusto en el sofá- para salir de fiesta si sabe que va a disfrutar. Ante la aparición de la pereza, lo adecuado es tomar el mando de la situación conscientemente y reflexionar como el adulto maduro que uno es o que uno debería ser: “Esto tengo que hacerlo, o debo hacerlo, quiera o no quiera, me guste o no me guste, así que lo más sensato es hacerlo ya, y mientras antes lo haga, mejor; así podré quitarme este asunto de encima y poder relajarme tranquilamente”. Porque mientras uno SABE QUE TIENE QUE HACER ALGO no está tranquilo del todo. Pepito Grillo te recrimina al oído. Eso cuando no es tu esposa, tu jefe, tu madre, o tu “quien sea”, el que está insistiendo para que hagas ya de una vez lo que tienes que hacer. MI PEREZA no es, o no ha de ser, mía. La pereza es un estorbo innecesario, una zancadilla indeseada, una trampa que hay que evitar… Otra vez digo que hay que apelar a la adultez, la sensatez, o bien al o a la responsable que es consciente de que todo lo que afecta a su vida es un asunto inevitable de responsabilidad propia. Se exceptúan motivos por los que uno tiene una tendencia similar a la pereza. Me refiero a esos enfermos –a los que incluso a veces se les acusa sin razón- como pueden ser los autistas, los que tienen Síndrome de Asperger, fibromialgia, fatiga crónica, depresión, distimia, o incluso demencia. Algunos motivos en los que se sustenta -a veces- la pereza son la falta de un beneficio que sea equivalente o superior al esfuerzo que el asunto requiere, el hecho de que se sepa o suponga que no va a ser reconocido ese trabajo o actividad, la falta de una motivación suficiente, que sea algo muy monótono que no aporte alicientes, o saber que va a producirnos molestias, dolor, trastornos… Si alguna de estas razones se manifiesta, conviene revisarlas y ver si se encuentra una motivación que le lleve a uno ponerse en acción, o eliminar lo que están siendo razones-excusas. Contra la pereza, resolución. Ante la pereza, apremio. Frente a la pereza, aplicación, presteza, actividad. En muchas ocasiones la pereza nos elimina la posibilidad de hacer algo que puede resultarnos gratificante. Supongo que casi todos hemos pasado por la experiencia de empezar a hacer una cosa que no era en principio apetecible, y que poco a poco ha empezado a resultarnos agradable y al final nos ha parecido satisfactoria y nos hemos alegrado de haberla hecho. La pereza se puede catalogar de enemiga y tal vez sea conveniente tratarla como tal. Y por lo tanto, vencerla. Recuérdalo la próxima vez que se te presente. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. VISITE (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum
-
CUIDARSE: LAS MICROATENCIONES CONTINUADAS En mi opinión, en muchas ocasiones aplazamos eso de tener un buen detalle de amor hacia nosotros mismos, una atención, un regalo, esperando que llegue la ocasión de juntar lo suficiente como para que aparente ser algo grande: un viaje, un vestido costoso, una joya cara… Nos perdemos muchas grandiosas pequeñas cosas… No es necesario –aunque está muy bien, por supuesto- que sea algo excelso, espectacular, o hollywoodiense, lo que nos emocione el alma porque cualquier otro detalle va a ser agradecido. Me refiero a lo que denomino MICROATENCIONES CONTINUADAS. Yo prefiero recibir el regalo de mi aceptación cada instante, sonreírme a menudo, sentir de continuo paz en la relación conmigo mismo, encontrarme con alguien que se alegra de verme cada vez que me miro al espejo, ponerme una canción que sé que me va a emocionar o me va a poner a bailar como loco, darme caprichitos –que casi siempre son gratuitos-, o darme permisos y no privarme de algunas cosas que me gustan. El cuidado. El auto-cuidado. Eso es lo que deseo más que nada. Y una relación conmigo mismo en la que las buenas emociones, los cálidos escalofríos, o los pensamientos agradables, sean lo que me pasa de continuo. Y mantener un monólogo interno en el que yo salga bien parado, un soliloquio en el que la comprensión del Ser Humano que uno es presida todos los pensamientos y las intenciones. Porque a fin de cuentas somos Humanos, y no otra cosa, y necesitamos amor para poder seguir adelante. Es el carburante de nuestra alma. Y cuando escribo “necesitamos amor” me refiero a un amor distinto del que nos pueden aportar los demás –que siempre es bien venido-; me refiero al AMOR PROPIO, al amor de uno por sí mismo y hacia sí mismo, porque es un tipo de amor especial que ningún otro amor puede sustituir. Todos buscamos –porque realmente lo necesitamos- nuestro AMOR PROPIO, y si no somos capaces de dárnoslo fácil y generosamente, buscaremos que sean los otros quienes nos den amor, pero aunque lo consigamos comprobaremos que no nos termina de satisfacer, que no cubre el vacío, porque es otra cosa: es externo. Y el que todos buscamos es un amor interno. Amor que tenemos que descubrir por nosotros mismos en nosotros mismos. Amor que tenemos que cuidar, alimentar, fomentar, manifestar… Las MICROATENCIONES CONTINUADAS son los pequeños detalles, las cosas leves que van directamente al corazón, el miramiento hacia uno, el cuidado tierno, la atención constante al bienestar, el afán de mejorar la relación consigo mismo, el sentirse a gusto en la propia piel… Todas esas grandiosidades que están tan a mano, que pueden ser tan cotidianas, son lo que necesitamos sobre todo y ante todo. Hay que tener cuidado de no alimentar y satisfacer solo al ego, a la posición social, a los intereses -que no son tan interesantes-, y dedicarnos a cuidar a quien nos ha acompañado desde el principio y lo hará hasta el final: uno mismo. Esa es nuestra hermosa tarea: Cuidarnos. Y tú… ¿te cuidas? Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si te ha gustado, ayúdame a difundirlo compartiéndolo. Gracias.