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Las Moscas


RadioKampino

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Hola, nunca acostumbro a postear en chilecomparte, pero esta sección me pareció buenísima. Desde el 2007 que a veces escribo en mi blog, del cual me carga escribir cozaz azí en la profundah y bueno aquí les dejo cuatro microcuentos que escribí.

 

 

Las Moscas

 

Había una mosca bailando en un basural. Se deslizaba por la tapa de yogurt de vainilla como un galán. Nadie dudaba de su capacidad para atraer mosquitas poncias; un poco de excremento de perro en las patas y estaba ready para toda la noche.

 

Se encontró un día con la mosca Yamira, la invitó a la vega a saborear un tomate aplastado y después a la picá del ratónmuerto en Rosas #2567.

 

¿Sabís qué Yamira?, esto de ser glamoroso entre las moscas me tiene un poco chato. Ayer hice el amor en el balcón del Hotel Hyatt con la mosquita Adriana y me pilló el mosco Juan. Estoy cagado, mañana me espera en el Mc Donald para un duelo.

 

Yamira lo miraba con cara de comprenderlo como mejor amigo. Mentira. Le tenía más ganas que saborear una vitrina en el matadero de Franklin.

 

"Er Mosco" te voy a decir'te una hueá. Hace tiempo que mis alas me vibran por ti -le dijo Yamira con 3000 ojos mirándolo fijamente.

 

¡Pero Yamira, no puede ser! Te conocí cuando estábamos agonizando con el nuevo Raid matamoscasyzancudos y juramos que íbamos a ser hermanos por siempre.

 

¡Mentira, yo te amo! -frotándose sus patas con tomate.

 

Lo siento Yamira, debo irme al Mc Donald -y partió volando al compás del viento.

 

En el Mc Donald lo esperaba el mosco Juan. Estaba en la esquina del techo de las papas fritas. Hoy tenía que morir Er mosco por haberse acostado con la mosquita Adriana.

 

Cuando llegó er mosco, Juan se lanzó a toda velocidad con sus mil ojos apuntando al ala izquierda de er mosco.

 

Sin embargo Er mosco sabía como defenderse y esquivaba todos los golpes. Luchaban en el aire, como Gokú con Vegetta supersaiayin. De pronto se siente un golpe de plástico seco. Había caído Juan y Er mosco en el aceite caliente de las papas fritas.

 

Habían muerto los dos, moviendo por última vez sus patas. Cerraron sus últimos 300 ojos cuando una boca dejaba todo oscuro y los escupía al suelo con cloro.

 

Adriana tuvo esa misma noche sexo con el mosco Rafael en el baño de una casa de Vitacura.

 

Yamira se quitó la vida oliendo Raid en la bodega de un supermercado.

 

Abril, 2011.

 

 

Mafia escolar

 

Tocaban el timbre para salir. El ruido de las sillas con los lápices callendo al piso y el olor a galletas con pan guardado me hacían correr a la puerta y respirar el aire con humedad.

 

Metía la mano en los bolsillos de la cotona y miraba; doscientos pesos, restos de lápiz a color y diez láminas de pókemon.

 

Te juego una.

 

Ehm, dale.

 

Cinco golpes al cemento frío y las había perdido todas.

 

Había pasado la moda de las bolitas, ahora eran las láminas Salo. Después serían los tazos, las cartas mitos, el porno, los juegos online, las minas; todo complementado con el fútbol.

 

Caminaba solo comiendo mi unomasuno y me quedaba mirando a la Mafia Escolar. Grupos de niños que se juntaban en las esquinas más oscuras de la escuela; siempre eran tres o cuatro que miraban las láminas y planeaban su plan de acción en sus quince minutos de libertad.

 

Su modus operandi consistía en que uno veía las láminas de otro niño para robarle las mejores, otro tenía el capital que no superaban las doscientas láminas, otro era seco para jugar y el último vigilaba el juego.

 

Era un robo por confianza; veían las láminas del otro para ver si las tenían y con un movimiento calculado de los dedos y la muñeca, dejaban la lámina bajo la manga de la cotona. Es que las holográficas nadie las jugaba, no se repetían y eran las más valiosas.

 

El juego era simple: láminas de dos niños en una superficie plana y de concreto la cual, tras una elección de los turnos por Cachipún, el primer jugador debía pegarle con la palma de su mano a las láminas con tal de levantarlas y darle una vuelta de 180°.

 

Esa era toda la magia. La magia de las mafias y grupos traficantes.

 

Las reglas del juego eran diversas: "manitoajena" donde el mafioso contrataba a un profesional con manos lisas, cochinas y duras, pagándole una comisión por jugar; el "guate" para doblar las láminas; el "mueve" para ajustarlas y tener una mejor posición al pegar; "vuelta al mundo" donde el giro de 360° repetía la jugada y "retirá paga doble" donde el retiro del juego debía pagar una indemnización a los jugadores restantes.

 

Toque de timbre. Toque de queda. A los que no se iban a la sala aplicaban sanciones las autoridades de delantal blanco con lentes grandes y negros. Te fiscalizaban el juego y te incautaban todo el capital. Pasaba lo mismo en la sala. Muchos se ponían a llorar, otros trataban de abrir el estante de las cosas confiscadas. Habían perdido todo su capital; todo su prestigio de niño bacán.

 

Una vez fuimos a Salo. Fue para mí como si mi viejo fuera al Vaticano o mi vieja a un concierto de Arjona. Cuático el olor a papel.

 

Igual pocos completaban el álbum, a pocos les importaba, -a lo más al guatón mamón con plata que tenía todas las láminas que le había comprado la mamá- a todos les motivaba la ambición de las láminas. De tener prestigio. De ser el más bacán.

 

Para ser el más bacán o teníai que ser bueno para jugar láminas o tenías que robar. Si eras bueno, al final trabajabas en los recreos para algún matón. Si te pillaban robando, te amenazaban con un matón, un vecino, un primo, un hermano grande o el papá del pendejo víctima del robo.

 

Así era la ley; la ley de la mafia escolar.

 

 

 

Cumpleaños de niño

 

Me levantaba de mi cama para ver encima de mis juguetes la carta de invitación; letra de mamá, números raros y un payaso dibujado en la tarjeta. Hoy tenía cumpleaños.

 

Y no me vestía como yo quería, me vestía mi mamá. Ropa formal de niño, camisa cuadrillé y pantalones cotelé. Parecía fiesta de graduación peque. De la mano con mi mamá caminaba hasta llegar a la casa de mi compañero de Pre-kinder; siempre era una calle rara de nombre de persona rara. Jorge Dubornais #864, bien de barrio la calle y con hartos árboles.

 

Mi mamá toca el timbre y sale la mamá de mi compañero a abrir.

 

Hola; pero que caballero está el Pablito, pasa gaia un ratito pa' conversar poh.

 

Entraba por el jardín y de a poco escuchaba la música. ¡Cachueros 96'! mi casette favorito con la nueva canción de "La Mosca". Saludo a mi amigo y le doy el regalo.

 

Dígale gracias mijito -le dice la mamá

 

Grashias -y corre a jugar con otros niños.

 

Miro al living y todos los papás en su onda, mi vieja ya se había ido. Me quedo parado viendo el ambiente con olor a shampú manzanilla y souffles de queso. El cumpleañero no estaba ni ahí conmigo, no había nadie de mi curso y todos sus invitados eran vecinos.

 

¡A la mesa niñitos! gritaba la mamá con un cigarro en la mano.

 

Me sentaba en la mesa llena de colores. Mantel blanco con "feliz cumpleaños" por todos lados y los gorros que nos teníamos que poner; nos obligaban para la foto. Siempre me apretó el elástico, me dolía y se amarraba al pelo. Cantabamos cumpleaños feliz, los mas choros el cumpleaños fatal y empezabamos a comer.

 

Salían los artistas de una. Los que hacían figuras con ramitas y souffles de queso y el gil que siempre se le caía el vaso de bebida. Corría la bebida por toda la mesa. Nunca pasé un cumpleaños sin que pasara eso.

 

Me sirvió la mamá en la botella de vidrio cocacola y quedé satisfecho. No quería torta. No cachaba como soplar las serpentinas asi que me las guardaba en el bolsillo. Papa frita mezclada con coca cola en el mantel y Cachureos de soundtrack. No faltaba el tarado que bailaba cuando ponían la canción de La Mosca.

 

"¡Es es una mosca! ¡Es es una mosca!"

 

Y jugabamos a las escondidas. Se fué a la chucha lo formal y la regla de que no me podia ensuciar. Me escondí en el jardín, atrás de las plantas destrosadas de la mamá y me dieron ganas de hacer pipí. Hice ahí, en las flores con olor a tierra mojada.

 

Oie el Rubén está contando -aparecía un niño del cumpleaños.

 

Oh, si. Escondamosno aquí; yo te aviso -le decía con voz de Power Rangers.

 

¿Te gustan los power rangers? a mi me gusta el Blac.

 

Es mejor el Red -le repondía con cara de sabermelas todas.

 

Fue el amigo del día. Era el primo y no cachaba a nadie, igual que yo. Los power rangers perfectos. Nos transformamos en megazords y pudimos gritar juntos "¡Un dos tres por mí!"

 

Después a abrir los regalos todos juntos. Menos mal que los abrían al azar y no decían quien lo había regalado; mi vieja siempre tuvo la manía de comprar tazas del ekono con una pelota de futbol para niño o una de flores para niña, total salían luca.

 

De a poco se iban los invitados y me quedaba solo denuevo; pensaba que mi mamá se había olvidado de mí para siempre. Me dolía la guata y me daba pena. Cuando estaba a punto de ponerme a llorar llegaba, un beso con olor a rush y nos ibamos a la casa.

 

Y caminaba a mi casa, con el cielo color naranja, contándole a mi vieja que me transformé en el megazords power ranger rojo y había agarrado muchos dulces en la piñata.

 

 

 

Viejocentro style

 

Una noche de primavera lo dejaron en la puerta de una oficina del Estado. Era un recién nacido y el país estaba bajo la bohemia de los carretes colores sepia con blanco y negro. Lo dejaron ahí, en Compañía con Bandera; solo, en un canasto y con el retrato de su mamá en un marco de fotos dorado.

 

Creció viendo a personas de camisacorbatapantalón entrando y saliendo. A él le apasionaba saber lo que pasaba. Entró a estudiar periodismo pero no resaltaba; estaba ahí.

 

Y su vida siempre fue así; estar ahí.

 

Tuvo su amor, su primer beso, su primera vez. Fue su último amor, su último beso y su última vez.

 

Era una joven secretaria, que siempre veía pasar por Agustinas cuando iba a comprar El Mercurio en la mañana. Mirada inteligente, a paso firme y cuerpo inseguro. Se vestía igual que todas, una falda que le tapaba las rodillas, cudrille y una camisa que le sobraba espacio para dejar en suspenso sus pechos un poco caídos. Era una polilla hermosa; una mariposa para él. Pensó que si le preguntaba la hora y le decía que la había visto antes en algún Boliche de alguna calle rara conocída podría hablarle un poco.

 

Buenos días señorita, ¿tiene hora que me diga? -se sacó su sombrero mostrando su peinado con gomina.

 

Si, son las diez y un cuarto -le respondió un poco asustada.

 

Pensó que todo iba a acabarse ahí, en un segundo estaba jugándose la vida, lo que no le habían dado los diarios ni menos su máquina de escribir.

 

Disculpeme, pero me parece que la he visto antes -le dijo tartamudeando.

 

Parece que yo también lo he visto -le dijo sin mirarlo.

 

Un café cortado en el centro, un almuerzo, una cena en Huérfanos, una noche con ella y el olor al perfume francés de la mujer del centro. Sudor, movimiento y amor.

 

Se llamaba Iris. Llegó el golpe y nunca más la vió. Penso que si no hubieran llegado los milicos podría haber tenido familia, una casa más arriba de Plaza Italia y vivir acompañado de hijos a los cuales podría educar.

 

Pasó mucho tiempo mal, jamás volvió a ver el amor; y se transformó en un viejo más de izquierda. Y trabajaba, en una oficina donde archivaba casos judiciales que no importaban mucho.

 

Pasaron los años; tiene una pieza en una galería del Centro. Tercer piso subiendo por el asensor de fierros verdes. Cuando termina de trabajar, con La Segunda en la mano, se sienta en la Plaza de Armas, mirando a los que juegan ajedrez, a los humoristas sin sentido y a los peruanos que pasan en los locales de llamados.

 

Piensa en el mundo, en silencio. Todo en silencio.

 

Carretea en el Café Haití, donde conoce ya a todas las que atienden; son muy jóvenes.

 

Y vuelve a su casa, después de haberle dado de comer a las palomas que siempre lo saludan en la mañana por la ventana de su pieza.

 

Llega solo, abre la puerta y respira. Cada vez le cuesta un poco más. Respira sintiendo el olor a humedad, a diarios con colonia Flaño.

Tiene muchos papeles; es su album familiar. Diarios, libros y papeles amarillos con letra de máquina de escribir.

Se toma un baño, la manilla de la ducha suena fuerte; el gasfiter se lo cagó y a veces se baña con agua helada. Se cambia de ropa y camina a su cama tropezando con la pelela amarilla gastada. Mira el retrato de su mamá, quien joven no lo pudo criar. Se crió en el Centro, ese centro que lo deja vivir, al modo de los viejos oficinistas del centro.

 

Y duerme, con una cruz arriba de su cama café, pensando en que todos los días son Lunes.

 

 

http://cuadernotres.blogspot.com

 

un abrazo!

Edited by RadioKampino
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