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Un cuentito


zavalandija

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Abelardo tomó el arma, la mano le temblaba. Se supone que lo había entrenado, sin embargo, esta vez la cosa no resultó como se tenía previsto.

 

Joaquín miraba su reloj, quería que la hora de almuerzo llegara lo más pronto posible, se supone que se compraría una hamburguesa, aunque el medico se lo prohibiera.

 

Silvana no encontró confort en el baño, tampoco llevó pañuelos desechables. Qué mierda podía hacer en ese baño sin papel ni pañuelos. Se miró los calzones, se los subiría.

 

Doña Luisa cocinaba lo mismo de todos los miércoles, charquicán. A su marido le encantaba. Se lo comía todo. Y a veces pedía repetición.

 

Roxana llevaba mucho rato esperando micro. Otra vez llegaría tarde a clases, ya le daba vergüenza. Esperaba tener plata en la bip.

 

Jorge tenía sueño. Escuchaba la radio futuro y sonaba Credence. Debía llevar unos papeles a la oficina del frente para que los timbrara el notario.

 

El notario firmaba papeles que nunca leía. En esa labor estaba cuando se escuchó el primer disparo. Sonó muy cerca de la oficina. Luego vino un segundo, tercero, cuarto, quinto, sexto y séptimo disparo. Jorge entró corriendo al despacho del notario. Se agacharon juntos debajo del escritorio. Era la primera vez que jorge miraba directo a los ojos al notario.

 

En el baño se escuchaba una llave correr, eso ponía un poco inquieta a Roxana, y si se le sumaba que en el baño no había papel, peor aun. La decisión estaba tomada, se subía los calzones, después vería cómo lo hacia para limpiarse, secarse o lavarse. En eso estaba cuando sonó un balazo, luego un segundo y así hasta completar los siete que escuchaban Jorge y el notario debajo de la mesa. Roxana se quedo escondida en los baños, tomó su rosario y comenzó a orar con los pantalones y el calzón abajo, sentada en la taza del baño, con la llave corriendo y el ruido de los balazos.

 

Abelardo disparaba, no lo quería hacer, pero sucedió. No estaba planeado. El guardia que se creyó súper héroe, y la pistola que dispara, y que sale un segundo balazo, y un tercero y así hasta los siete. Salía de espalda a la calle, dispara con la mano temblando dándole a lo que fuera. Al guardia, a las cajas, a un depositador, al que quería cobrar un cheque, al júnior que va todos los días a la misma hora a depositar la misma cantidad de plata. Salió corriendo por la calle, sin botín alguno y con más de alguna muerte encima.

 

El reloj marcaba la salida a colación, Joaquín estaba feliz. La hamburguesa la imaginaba en su boca. Bajó por el ascensor, saludó a un par de secretarias que le preguntaron por Emita, la secretaria de su sección, les contesto cualquier cosa. Caminó por la calle, se revisó si había bajado la billetera, lo había hecho. Se iba directo al Burguer King cuando se escuchó el primer disparo, luego un segundo hasta contar siete. Sabía que algo malo era. Al escuchar el primero lo único que atinó fue correr hacia los autos estacionados, pues pensó que las carrocerías serian una especie de escudo antibalas. Al terminar los disparos Joaquín se levantó y volvió a la ruta, la gente levantó un caos por la balacera, se sintieron las sirenas policiales. Corrió en dirección al Burguer. En eso estaba cuando un tipo de terno negro, sudado y con una mochila choca de frente con él. Cayeron, Abelardo se levantó y siguió arrancando. Joaquín se torció la mano al caer, y al parecer sería un esguince. Mala suerte, era el tipo que disparaba. Lo miró a los ojos y Joaquín se asustó. Qué podía hacer. Nada, pensó. Abelardo se alejó corriendo. Las sirenas se sentían más cerca.

 

La micro subía por compañía, casi a la altura de morande, casi al frente de los tribunales. Silvana escuchaba música, The Cramberries sonaba en su mp3, también leía los apuntes de la clase anterior ya que tenia prueba en la ayudantia. No entendía mucho la materia, el problema era que aparte de no entender no le gustaba, era el ramo que menos disfrutaba. Sonaba un tema que le gustaba mucho, aunque no se acordaba del nombre, el disco recién lo había descargado de Ares, en eso la gente se comienza a tirar al suelo. Silvana al primer disparo no reaccionó, si al segundo y a los cinco que vinieron después. Al pasar el caos se asomó por la ventana y por morande corría un hombre de terno y mochila, corría hacia el sector de Mapocho. Venia con una pistola en la mano. La micro quedo al medio de la calle, tapando morande. La patrulla se acercaba. Silvana llegaría tarde a clases.

 

Doña Luisa cocinaba el charquicán que tanto le gustaba a su marido, cocía las papas y las otras verduras. La casa estaba pasada a sofrito. Con la televisión encendida, la mañana había pasado rápido. El buenos días a todos, el matinal de Chile, se había terminado hace mucho rato. Doña Luisa no quería ver farándula. Ya la tenían aburrida las Pamelas Díaz, los Longton, las Adrianas Salazar, etc. Prendió la Pudahuel y se entretenía con Pablito Aguilera. Le gustaba cocinar. Ya tenia ordenada la casa, limpió los muebles y después iría a la feria. Ella nunca escuchó ningún balazo.

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