Jump to content

Del más acá


Sebastiasd

Recommended Posts

Si no le gusta leer mucho, mejor no se de el tiempo.. es un poco menos corto de lo normal

 

Me acerque a ti, vi como te comportabas con los demás, no eras una mala tipa, pero por lo que acostumbrabas, fue que te seguí.

 

Te seguí, seguí y seguí. Hasta el lugar que nunca creí que fuera a llegar. El lugar donde al fin pude asesinarte. Elizabeth, tu vida fue corta. Veinte años no son nada. Veinte años que se van por el inodoro debido a una simple acción que se realiza, un solo gesto acompañado de todo mi ser. El punto exacto para acabar contigo.

 

Bang-bang. Te maté. Repetías sucesivamente, pero nunca pasaba nada. Solo simulabas asesinar.

 

Yo no dudaba en responderte, en decirte que me vengaría, en buscar el cómo poder acabar contigo de la forma más placentera posible, de la forma que una mujer como tú solo pueda merecer recibir. Lástima que mis palabras no sean más que solo palabras. Te imaginaba con una bala entre ceja y ceja, con el sangrado que conllevaría aquel acto, y el olor a pólvora proveniente de tu cabeza, que lograba hacerme sentir satisfecho. Maldita imaginación que solo puede llegar a ser imaginación.

 

Te seguí como la cola sigue al perro. Pero sabes cuál es la diferencia, es que yo no era una extensión de tu cuerpo, sino de tu ser. Mi mente estaba fusionada con la tuya. En ese momento fuimos la misma persona, un solo ente de sentimientos, ¡sincronización perfecta! Ahí fue cuando pude conocerte a fondo, en ese momento supe que tu vida se acabaría pronto. En ese momento supe la verdad. La verdad de ti, de mí, de él, de ellos, de todo el mundo. Y esa verdad es que uno siempre se muere. Con o sin intención, siempre se muere. Con o sin cabeza, siempre se muere. Con o sin mi aliento para acabarte, siempre te mueres. Y si en mis manos tendré el placer de acabar con tu vida, gracias a ésta es lo único que me quedaría por dar, ya que lo demás se lo ofrecí junto con a mis sentidos y la gratitud es lo único vivo en mi ser. Porque todo lo perdía de a poco, cada vez que tú osabas asesinarme.

 

Te mueres, te mueres, te mueres. Mis manos actuaban por sí solas, se movían al son de una marcha fúnebre. Mi cuerpo se retorcía de la emoción sólo por pensar que mi venganza se encontraba cerca. Sí, Elizabeth. Tu vida se encontraba pronta a acabar.

 

Mi vista nublada, mis manos y pies actuando por si solos y mi cuerpo retorciéndose de la excitación.

 

Elizabeth, cuando tomé tu hombro por la espalda y te obligué a voltear, pude ver tus ojos, unos ojos que no me expresaron miedo ni repugnancia hacia mi persona. Solo te falto decirme: ¡Hola, cómo estás. Tiempo sin verte! Pero no alcanzaste. Tu mirada hizo que mis manos enrabiadas actuaran al instante, rodearon tu cuello como una anaconda a su presa. Sólo ahí, sólo ahí fue cuando tu mirada cambió. Pero no cambió como lo esperaba. Tu mirada no mostraba nada más que incomprensión y compasión. ¿Por qué, si en ése instante me encontraba acabándote?, ¡Porqué!

 

Mis manos enrabiadas evolucionaron, pasaron a otro nivel. Eran las manos de un perfecto asesino. Mi sangre hervía frenéticamente, obligando a mis dedos que dejaran de actuar por sí solos. El control de mi cuerpo me tenía que pertenecer, en ése momento, era preciso tenerlo.

 

Con una furia tremenda mis manos tomaron la fuerza de tres mil hombres. Tu cuello lo noté tan frágil como el de un bebé. Mis uñas se enterraban en tu carne, provocando que poco a poco tu piel fuera saliendo, como cuando uno usa el sacapuntas en un lápiz. Tu sangre fluía lentamente a través de mis dedos y tu cuello, para así caer, poco a poco, al suelo de cemento, que, en ese instante, te cobijaba tan acogedoramente que sentí una pizca de culpa al ensuciarlo e inexplicablemente, cuando sentí esa mísera pizca de culpa que ni siquiera provenía de mis actos, tuve una aparición, Elizabeth. Ésta se me presentó y dijo: “Soy tu diablo”. Extrañado le respondí: “¿Mi diablo?, que quieres, que estoy ocupado.” “Te observo, para luego…” le interrumpí al instante: “para luego qué, llevarme?” “No, para luego acompañarte, recuerda, soy tu diablo”

 

Y él se quedó ahí, observándome.

 

Me dije, mientras aún mis manos permanecían sobre tu cuello, que como podría darle este espectáculo tan empobrecido. “Si quieres observar, diablo mío, has el favor de acompañarme.”

 

Mi diablo ni se inmutó por mis palabras, que si las hubiera dicho o no, de todas formas el me habría acompañado. Me preguntaba en ese momento, Elizabeth, si alguna vez, antes que te asesinara, habrías conocido al tuyo.

 

Me vi obligado a levantar tu inconsciente cuerpo para trasladarlo a tus reales cimientos. Te lleve a una habitación muy acogedora, de una combinación de naranjo y negro. Si hubiese podido interpretar tu mirada mientras te instalaba en la silla y te amarraba y amordazaba, podría jurar que eran los colores que hubieses preferido para la ocasión.

 

La silla en la que te senté tenía un respaldo tan largo como tus piernas, y al verte ahí, fue cuando decidí el cómo tenía que acabar contigo. Un final lleno de la más triste furia que nunca se conocerá, que solo ahora, con estas pequeñas palabras quizás te puedas guiar. Verte sentada allí solo me inspiraba más y más deseos de acabarte. Amordazada y amarrada, que agradable combinación. ¡Oh Elizabeth!, si hubieses sentido como yo, te aseguro que tu muerte hubiese tenido justificación. Es increíble como las emociones inundan nuestro comportamiento, lo inundan como si nuestras emociones fueran la luna llena y el mar nuestro actuar.

 

Poco a poco, comencé a realizar pequeños cortes en tu cara, pequeños cortes que significaron el principio de mi vida, y el comienzo de tu pérdida. Cada corte significaba algo distinto. Un corte, un sentimiento. Un sentimiento, un corte. La cadena que unía esos actos era indestructible. Solo otra podría reemplazarla, otra que solo conseguiría mas martirio para tu cuerpo. Tu cara cortada hablaba por sí sola. ¡DAME MÁS! Exclamaba, angustiosamente.

 

Tu cuerpo, teñido de pequeños ríos de sangre provenientes de tu interior, me hizo pensar que quizás estaba haciendo mal las cosas, que quizás tu vida se me fuera a escapar de las manos. Irremediablemente, fue ahí, cuando me detuve. Pero sólo por un instante.

 

Mi diablo permanecía a mi lado, como si fuera mi perro, mi perro guardián. Cuando lo vi de nuevo aquí, supe que no me acompañaba. Sino que esperaba, me esperaba.

 

Estaba pronto a mi meta, la manera perfecta de cómo acabar con tú débil y frágil cuerpo, se encontraba en mis manos.

 

No sé si lo recuerdas, estabas media inconsciente, pero até tu cuello con una soga. Tan larga como la vida de una mosca. Ya, con tu cuello atado, me encontraba a medio camino, a medio proceso. Un proceso por el que alguien como tú, un ser humano dotado de características singulares, que hablan bien de sí, merecía.

 

Elizabeth, verte en esa situación, con tu cabeza ladeada, tus ojos entreabiertos, tu cara con esos cortes sentimentales que cruzaban de mejilla a mejilla, y esa sangre ya seca por el tiempo transcurrido, me abrían las puertas hacia un mundo al que nunca creí que fuera a llegar, a una tierra donde lo desconocido dejaba de serlo, donde cada paso que dabas fuera conocido por todos, como si fueran cañerías unidas bajo tierra, como si sólo fueran un único ser.

 

Sólo me quedaba una cosa por hacer, tomé la cuerda que amarraba tu cuello, la estiré lo más que pude, tanto que llegué a levantar tu cuerpo unos centímetros antes de tiempo. Lo que buscaba era amarrarla a un fierro que cruzaba por el techo de la habitación. Apenas terminé de atarla, tuve que sostener tu cuerpo, que de todas formas colgó a medias, entre el cielo y la tierra. No te me tenías que adelantar, porque en ese momento yo era quien daba las órdenes allí.

 

Apenas resistías estar de pie sobre la silla. Tus rodillas temblorosas hacían que mi mirada permaneciera pendiente al momento en que por accidente te fueras a caer. Sin embargo, esto me excitaba. Producía ciertas sensaciones que ninguna droga había logrado en mí. Mis sentidos estaban a mil, mi cabeza estaba tan lúcida que podía sentir cada parte de mi cuerpo en donde exactamente se encontraban mis vellos, y mi mirada, escalofriantemente penetrante, no podía mostrar nada más que confianza en mí, mis sentidos y mi lucidez.

 

Sólo faltaba una mísera patada para acabar con todo, un pequeño traspié que podía cortar la vida.

 

Mientras, mi diablo, permanecía a mi lado, mudo. Como si no quisiera hablar, aunque en realidad no lo sabía, quizás ni le era necesario.

 

Tus rodillas se encontraban tan temblorosas que podía sentir el crujir del suelo como si hubieses estado caminando sobre él. Era hora, tu santo martirio debía acabar.

 

Preparé mis ansias, mi corazón latía como si me encontrara con taquicardia. Levanté mi pie, lentamente, preparando el patadón final que acabaría con esta preciosa escena. Tomé un poco de impulso, corrí hacia ti como nunca antes, levanté mi pierna, la eché para atrás. En ese momento los segundos pasaron extremadamente lentos, tan lento, como cuando dicen que estás a punto de morir y vez toda tu vida en un par de segundos. Mi pierna de apoco se fue estirando para alcanzar la silla, y así, provocar que el estruendo de mi patada se escuchara hasta el infinito.

 

Ver como tu cuerpo convulsionaba en el aire buscando precisamente un bocado de ésta, me hacía pensar que tenías un gran parecido a un pez recién capturado. Qué manera de mover tu cuerpo onduladamente, lástima que haya durado tan solo unos segundos.

 

La escena había llegado a su fin, tu cuerpo colgaba de la cuerda amarrada al techo, se estiraba tanto, que me daba la impresión de que querías tocar el suelo.

 

Después de todo lo ocurrido, el tiempo se detuvo para mi, cada día, cada noche, cada semana, cada mes, cada año, cada momento de mi vida estuviste en mi mente, la sublime imagen tuya, colgada del techo navego por los mares de mi pensar, como queriendo llegar a un objetivo, como si el barco en el que iba tu imagen tuviera un destino, un lugar en donde si llegaras, algo cambiaría. Un viaje destinado para mi desdicha.

 

Mi diablo aun no hablaba, lo más cercano a una palabra que pude ver salir de él, fueron unos movimientos de sus labios. Palabra alguna salía de su boca. Mi diablo me acompaño durante el resto de mi vida, durante mi nueva vida. Llamada así desde que te asesiné.

 

El barco, donde iba tu imagen, se fue deteniendo en distintas paradas, paradas que me las imaginaba como una estación de trenes, pero con barcos.

 

Cuando notaba que el barco se iba parando en las estaciones con destino a mi desdicha, distintas ideas eran sembradas en mi mente, aparecían de la nada, para quedarse en ella. En el transcurso de tu barco, tuve distintas ideas, cada estación era igual a una idea. Se iban fusionando, se integraban unas a las otras.

 

Nunca actué antes, porque sabía que no era el momento en que la idea culminara. Tu barco seguía navegando, dándome por cada estación una nueva idea. Cuando noté que había llegado la última, era obvio, una idea magistral solo podría llegar al final de un recorrido.

 

Tu barco se detuvo. Completaste el poder conocerme tan rápidamente, a tan poca edad y pronto a morir.

 

Tu imagen, cuando descendió del barco y se paro en la estación, se quedó ahí. Ahí para siempre.

 

Mi diablo como no hablaba, solo me apuntó directamente. Logré comprender su mensaje, era obvio, el momento había llegado, su misión estaba pronta a acabar.

 

Cuando llegue a todas esas conclusiones y con mi diablo apuntándome en todo momento, me encontraba en el metro, parado en el andén, esperando a que el tren pasara. Lo vi bien a lo lejos, vi como se acercaba lentamente, vi como mis piernas se movían solas delante de la línea amarilla, vi como el tren estaba muy cerca de mí, vi como mis manos tomaron impulso y mis piernas saltaron a la línea del tren. Y por último, vi la cara de espanto que ponía el conductor, al saber que justo en el momento en que el manejaba el metro, iba a encontrarse un hombre flotando entre el cielo y las vías, cometiendo suicidio.

 

Yo no pude manejar nada desde el momento en que te asesiné, tu viaje por mi mente provocó que me conociera a fondo, que conociera la vida misma en poco tiempo. Después de que te asesiné, fue inevitable ponerle fecha a mi castigo.

 

Estoy seguro que te maté con mis manos de la mejor forma que pudieras haber merecido. Estoy seguro que mi diablo, que me acompañó durante el resto de mi vida, post asesinato, me juzgó como a un niño y quiso darle fin a otra miserable vida, como si por asesinarte le haya vendido mi alma.

 

Mi vida terminó hace muchísimo tiempo atrás, y justo hoy, que me entero que desde el más acá se pueden enviar cartas al más allá, escribí esto. Podrías ponerle carta de despedida, Elizabeth. Una carta donde tuve que mostrarte cómo fue que tu vida se vio acabada.

 

Te la envío porque tengo que asegurarme que te des cuenta que era una muerte merecida y por fin acabar con este martirio.

 

Para lograr estar tan seguro de que mis actos hayan sido correctos, para estar tan seguro de mi mismo, como que tú, alguna vez te llamaste, ¡Elizabeth!

 

Saludos y gracias por su lectura :)

Link to comment
Share on other sites

Create an account or sign in to comment

You need to be a member in order to leave a comment

Create an account

Sign up for a new account in our community. It's easy!

Register a new account

Sign in

Already have an account? Sign in here.

Sign In Now
×
×
  • Create New...