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NOS GUSTAN MÁS LOS HALAGOS QUE LA VERDAD.


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NOS GUSTAN MÁS LOS HALAGOS QUE LA VERDAD.

 

 

En mi opinión, hemos llegado a generalizar algo que, desde el punto de vista ético o moral, debería ser rechazado; pero no solo no se rechaza, sino que se acoge con gusto y está socialmente admitido con total normalidad.

 

Me refiero a eso de que “la verdad duele” y como no nos gusta nada que algo nos duela estamos viviendo en un mundo donde se acepta con gusto la hipocresía y donde la verdad no es bien recibida cuando no es agradable o cuando no es favorable.

 

La sinceridad debería ser un asunto prioritario, pero gustan más los halagos que la verdad. Incluso aunque esa verdad sea constructiva. El impacto inicial que se siente al recibir lo que no nos gusta no es agradable porque parece un misil enviado directamente al ego.

 

Uno tiene SIEMPRE la libertad de escoger entre ser sincero –con los demás y consigo mismo- a pesar de lo que ello implica. La sinceridad es un asunto de ética personal. No es necesario seguir el  juego social y sí es conveniente respetar la propia conciencia.

 

Una muy querida amiga escribió: “Me iré de este mundo sabiendo que no habrá palabras sin decir que me acompañen a la tumba, porque dije siempre la verdad en todo lo que tenía que decir”. Bello. Si no fuera por la posibilidad existente de poder decir la verdad siempre, esta vida sería incompleta. Una vida cuya muerte podría dejar un sabor de remordimiento y rencor.

 

El Ser prefiere la verdad porque solo de la verdad puede extraer la enseñanza. El ego prefiere algo leve y suave, prefiere solo la parte en la que brilla, donde puede exhibirse sin heridas. Es él quien prefiere un halago falso a una verdad ingrata. Una mentira no ayuda, una verdad que duele -una vez que ha sido superado el impacto- sí puede ser útil.

 

Las redes sociales explotan de falsedades e hipocresías. Y las relaciones sociales están empezando a ser algo parecido. Mentimos ya con naturalidad cuando decimos “qué bien te queda ese vestido”, “qué guapo es tu hijo”. Y quien recibe una de estas adulaciones no impone la verdad, porque le va mejor auto-complacerse con esa mentira disfrazada de verdad.

 

“No aparentas los años que tienes”, decimos. Y nos contestan con una falsa sorpresa “¿de verdad?” o “¿verdad que sí?” que quiere decir “no vayas a cambiar la frase ahora o te mato, porque yo no me lo creo y necesito que alguien me lo diga”. Piensan en el fondo “he conseguido engañarles” y  entonces empiezan a creer con más fe en su propio autoengaño. “Miénteme pero miénteme bien, para que aparente ser creíble”.

 

Soy partidario de ser cortés y educado, de ser amable y cuidar el modo y el tono y la forma y el momento de decir las cosas, pero cuando digo algo quiero que sea la verdad.

 

Y si uno tiene esa costumbre de halagar –innecesariamente- solo por peloteo, por quedar bien o ganar méritos, por ser “más amiga” o “más querido”, que tenga cuidado con lo que hace. Puede perjudicar a la otra persona más que beneficiarla.

 

Practica la verdad con los demás. Y contigo mismo también.

 

Te dejo con tus reflexiones…

 

Francisco de Sales

 

Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. Gracias.

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