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AUTOESTIMA – CÓMO SANAR LA INFANCIA (TODO COMIENZA EN LA INFANCIA)


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AUTOESTIMA – CÓMO SANAR LA INFANCIA

(TODO COMIENZA EN LA INFANCIA)

 

 

La baja Autoestima se nutre considerablemente de los episodios de la infancia, porque ese es el momento en que la Autoestima se va construyendo, y es cuando se crean los elementos y experiencias que la decantarán hacia la normalidad o la escasez.

 

En los casos de baja Autoestima es común que hubiera en la infancia muchos momentos en que un sentimiento de maltrato emocional estuvo presente, o largos momentos de silencios y aislamiento, y la sensación de desatención y abandono y de no importarle a nadie cuando se necesitaba ser escuchado o reconfortado en el dolor y nadie se prestaba a ello.

 

Estábamos casi recién llegados a un mundo desconocido que había que transitar sin manual de instrucciones ni guía, sin raciocinio para darnos cuenta y sin una mente entrenada para salir del apuro; momentos de desconcierto porque nadie nos había explicado nada y no sabíamos que no éramos culpables de lo que nos estaba pasando; la incomprensión sobrevolando cada uno de nuestros actos y conflictos, y el tormento de los pensamientos que no se pueden expresar y se sufren en silencio y con dolor. Todo ello cayendo gravemente sobre la frágil conciencia de quien no sabe y además tiene que soportar cosas insoportables, y modelando sin darnos cuenta un concepto propio de inepto e inútil, de no ser amado y no ser importante, de ser ineficaz y no comprender.

 

Los progenitores y los educadores son proveedores directos de grandes frustraciones, de traumas abrumadores, de complejos pesados. En muchas ocasiones nos traspasan sus problemas y en otras ocasiones nos quieren hacer culpables de sus asuntos desgraciados y sus traumas.

 

Muchas personas arrastran el dolor de haber escuchado a su madre cómo les decía –o cómo les demostraba sin palabras- que “hubiera sido mejor que no nacieras”, porque “me has amargado la existencia”; “si no fuera por ti yo no estaría aquí aguantando lo que estoy aguantando”; “hay que ver lo que me sacrifico por ti y lo poco que me lo agradeces”. Y con eso le crean a sus hijos un trauma para toda la vida.

 

Otros tampoco ayudan gran cosa, ya que nos controlan obsesivamente buscando qué no hacemos a su gusto, para poder reprochárnoslo, son muy estrictos –intolerantes, teniendo en cuenta que tratan con niños-, parecen estar siempre encolerizados y consiguen transmitir ese sentimiento al niño para que este se considere el culpable –“¿qué habré hecho para que estén siempre enojados conmigo?”, se preguntarán a su modo-, o se burlan de las cosas que el niño, en su inexperiencia y con sus limitaciones, es capaz o incapaz de hacer. El maltrato verbal o emocional es tremendo.

 

Parece como si se sintieran orgullosos de que su hijo sea tan “inútil”, porque de ese modo tienen alguien con quien meterse, y tienen con quien compararse y salir ganando. Patético enfrentamiento. Torpeza imperdonable la suya. Y de unos resultados desastrosos. Maltratos y no estímulos. Y la impotencia del niño que no sabe qué hacer porque nadie le dice de un modo instructivo y nutricio lo que tiene que hacer.

 

Los progenitores o educadores tienen la obligación de cimentar con su actitud una Autoestima sólida en el niño. Todos los niños tienen que aprender a andar y todos lo hacen del mismo modo: intento y caída, y cada vez más pasos y menos caídas. Si la actitud que recibe ante cada caída es de estímulo y le aplauden el intento –“ánimo… es normal caerse… no pasa nada por caerse… inténtalo otra vez… ahora lo vas a hacer mejor…”-, comprende que en la vida que comienza va a ser así, y que, ante cada caída lo mejor es levantarse y seguir intentándolo, porque así se logran conseguir los objetivos.

 

Si, por el contrario, ante cada caída recibe críticas y amenazas –“si te vuelves a caer mamá no te quiere… qué torpe eres… otros niños con tu edad ya saben andar… aún no sabes andar, te vas a hacer daño si lo intentas…”-, se convence de que no es válido, que es mejor no intentar hacer las cosas, que los demás si valen pero él no, y esa será la actitud que tomará a partir de entonces y para todos los aspectos de su vida.

 

CÓMO SANAR LA INFANCIA

 

En algunos casos nos proporcionaron una educación desastrosa, bien por su actitud errada o incoherente, o por su falta de equilibrio emocional, o por el amor que no nos dieron y lo cambiaron por desatención o desprecio.

 

Detrás de una baja Autoestima casi siempre se esconde un niño herido, atormentado por un pasado del que se siente responsable de algún modo, arrastrando una retahíla de preguntas sin respuesta que ya no se molesta en repetirse; es un niño apocado, perpetuamente triste aunque a veces esconda su amargura tras la mueca de una falsa sonrisa; es una víctima inocente que ni siquiera reclama una pena para su verdugo, sino un alivio y una palabra, en forma de abrazo o caricia, que le rescate del fondo de su pozo particular.

 

Padeció una infancia desoladora que le llenó de incertidumbres. A veces ese niño se escapaba de su caos para tratar de alcanzar la felicidad que le correspondía, y por eso también aparecen episodios breves pero felices en su vida. El instinto de supervivencia le empujaba hacia adelante y hacia arriba.

 

Esa confusión, esos mandatos incrustados en la personalidad y en el inconsciente, requieren ser sustituidos por otros más acordes a la realidad y los conocimientos actuales.

 

Urge la reconciliación con ese niño o niña que ocupó nuestra infancia, y para ello sugiero un ejercicio un poco más adelante. Conviene deshacerse de todo lo negativo que condiciona nuestra actualidad; observarnos en las reacciones inconscientes, para averiguar de dónde vienen y por qué actuamos así. Es bueno preguntarse por las cosas que no hacemos de un modo voluntario consciente, para saber quién las decide y desde qué estado. Encontraremos que algunas o muchas de las veces es un niño asustado y desconcertado el que toma las decisiones, desde el miedo y la inseguridad, por nosotros.

 

Conviene hacer una toma de responsabilidad para que seamos nosotros quienes tomemos el rumbo del presente y del futuro, dándole descanso al niño que nos trajo hasta hoy; deshacerse de los límites innecesarios, y de los miedos tiranos y desconcertantes; al mismo tiempo, marcar nuevas directrices para nuestra vida en la que no permitamos el acceso a nada ni nadie que nos pueda herir.

 

Y acordar que nos avise nuestro Yo Observador si se da cuenta de que tomamos hacia los otros algunas actitudes de las mismas que a nosotros nos hirieron.

 

EJERCICIO DE RECONCILIACIÓN

 

Sugiero sentarse en una postura cómoda para estar bien, pero no lo suficientemente cómoda como para relajarse demasiado y quedarse dormido, así que mejor que no sea por la noche si uno está un poco cansado. Una silla está bien, mejor que una cama.

 

Hay que tener un tiempo suficiente en el que se tenga la seguridad de que nadie va a interrumpir. Es un ejercicio de relajación, y cada uno la hará del modo habitual. Cuando considere que ya está lo suficientemente relajado, que ya puede olvidarse del sí mismo actual y sus preocupaciones, es cuando comienza el ejercicio.

 

Se trata de permitir que aparezca una imagen nuestra de cuando éramos niños. No hay que forzar el que la aparición sea con una determinada edad, sino que dejaremos al niño o la niña que se muestre en la edad que quiera. Como se puede repetir cuantas veces se quiera, en otra ocasión sí se puede “forzar” el que aparezca con la edad que se quiera, pero en esta primera ocasión se va a presentar el niño más herido de todos los que tenemos.

 

Conviene darle tiempo para que se sienta a gusto y vaya adquiriendo confianza con nosotros, ya que no nos conoce: no ha llegado a vernos en nuestra edad actual. Si está jugando, es mejor dejarle que siga con ello, y dedicarnos a disfrutar la visión.

 

Si aparece llorando y nos busca, o sentimos que nos necesita, sí está bien acercarse a él o ella, pero teniendo en cuenta estos requisitos: que no forcemos la situación, que cuando estemos a su lado nos pongamos de rodillas para estar a su altura, ya que si nos quedamos de pié, porque somos mayores y desconocidos, se puede asustar. Tenemos que mostrar una sonrisa que les inspire confianza, y abrirle los brazos por si quiere recibir un abrazo. Todo ello sin ninguna prisa.

 

Si le hablamos le hablaremos como al niño que es, de modo que nos pueda entender. Le repetiremos cuantas veces sean necesarias nuestra aceptación incondicional, nuestro Amor, y nuestro agradecimiento por cuanto hizo para que llegáramos a donde estamos hoy; le diremos, con palabras que sea capaz de entender, que somos conscientes de que lo hizo lo mejor que pudo, que no tenemos ningún reproche y que comprendemos que las circunstancias que tuvo que atravesar no fueron fáciles, cosa que valoramos. Le diremos lo importante que es para nosotros verle bien y feliz, y no le recriminaremos nada.

 

También le escucharemos, porque si es importante lo que le digamos, es más importante aún  lo que nos tenga que decir. Esta situación se puede alargar el tiempo que sea necesario, siempre y cuando se respeten las premisas descritas.

 

Es un momento especial en nuestra vida –el reencuentro- y tenemos que ser conscientes de ello. Hay que hacerlo bien. Es el momento de la reconciliación con nuestro niño, con nuestro pasado, con nuestra historia.

 

Conviene terminar el ejercicio con otra muestra más de Amor, que lo tenga muy claro, y ofrecerle un abrazo antes de terminar, a su altura, y si acepta el abrazo habremos adelantado mucho; iremos apretando el abrazo hasta que consigamos que se integre en nosotros, hasta que se meta en nuestro interior. Si no acepta el abrazo no hay que forzarlo. Es mejor volver en otra ocasión, ya que quizás se trate de un niño muy herido y todavía desconfiado.

 

Al salir del encuentro y volver al mundo, es bueno quedarse con las sensaciones que la experiencia ha aportado. Es bueno seguir en el estado en que nos hayamos quedado, y observarlo y observarnos, y no tratar de mentalizar lo que ha pasado: es más provechoso sentir que tratar de poner en palabras el sentimiento.

 

Como dije anteriormente, se puede repetir cuantas veces se quiera.

 

 

Francisco de Sales

 

Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. Gracias.

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