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DEJARSE FLUIR


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DEJARSE FLUIR

 

En mi opinión, es muy interesante la propuesta del psicólogo Mihalyi Csikszentmihalyi (ni intentes pronunciarlo, pero realmente se apellida así…) ha desarrollado el concepto de “flow” –que se puede traducir como fluir o flujo- para llegar a decirnos, de un modo científico, lo que ya todos sabíamos: que hay un estado que se puede alcanzar si uno se permite desapegarse de las ataduras del yo, se dedica a las cosas que le gustan, y se mete de lleno en ellas.


El ser humano busca, aunque muchas veces no lo sepa, sentirse bien y alcanzar un estado de paz lo más continuado posible.


Sabe, en su inconsciente ancestral que, cuando se encuentra en alguno de esos modos, su forma de vivir la vida es distinto.


Si uno pudiera estar bien y en paz de un modo natural, se ahorraría terapias psicológicas en las que profundizar en los rincones más oscuros del alma, se evitaría tener que hacerse mil preguntas y sufrir la ausencia de respuestas, y no tendría que leer estos artículos.


Porque sabemos que cuando nos sentimos bien y en paz, disfrutamos la vida y las cosas de otro modo.


Todos hemos sentido la experiencia de perder de vista al ego ante una puesta de sol, embelesados por cierta música, en una reunión en la que nos hemos sentido muy a gusto, o en una relación sexual.


La capacidad energética de disfrutar es inherente en el ser humano. Todos la tenemos. La desarrollamos en su plenitud durante una infancia normal, en la que los placeres ocupan un espacio primordial, los juegos absorben –“está en su mundo”, dicen los padres-, y las preocupaciones y obligaciones aún no se han presentado.


Fluir es estar en un estado absorto del que casi no somos conscientes mientras estamos en él; lo sentimos un poco mejor cuando lo abandonamos, o nos abandona, y nos damos cuenta de lo bien que estábamos en ese momento, que es cuando tomamos conciencia de la plenitud que hemos alcanzado.


Mientras más momentos de estos vivimos, más felices y satisfechos nos sentimos con la vida.


Este debiera ser el sentido de la vida, piensa el pequeño filósofo que nos habita. Debería repetir esto más a menudo, piensa uno. Pero no siempre escucha con atención y compromiso lo que acaba de decir en ese momento de lucidez absoluta.


Y eso que sabemos que mejora nuestro nivel general de satisfacción y autoestima…

¿CÓMO FLUIR MÁS A MENUDO?


Aquí no hay una respuesta general.


Cada uno debe encontrar cuáles son las cosas que le provocan ese estado.


Para unos, escuchar ópera o reguetón; para otros, jugar, cocinar, hacer crucigramas, tejer, la jardinería, poesía, lectura, una buena conversación…


Son aquellas con las que te fundes de tal modo que desapareces como persona para pasar a formar parte de ello, en las que te involucras de un modo absoluto.


Exigen la concentración y dedicación total del Ser hacia ellas.

 

Desaparece el “yo”, que se funde con la actividad.


Son enriquecedoras. Son fascinantes.


Hay que encontrarlas y hacerles un hueco, todo lo grande que se pueda, en la agenda diaria, y aún más grande en los fines de semana y las vacaciones.


Pero hay que tener en cuenta, cuando se piensa en esto, que es lo que realmente nos proporciona calidad de vida, magia, interés, paz y sonrisas.


Es muy bueno ser egoísta de todo ello.

La palabra griega “éxtasis” –en su etimología, “fuera de la estabilidad”- se interpreta también como “hacerse a un lado”. Esto es lo que se consigue al fluir: hacerse a un lado, como ego, para no entorpecer el desarrollo absoluto de la actividad que es fuente de ese estado, en el que uno llega incluso a dejar de percibir las necesidades físicas como el hambre o la sed, e incluso el dolor.


Es preciso concentrarse en ello: pensar, hacer otra cosa al mismo tiempo, o desplazarse por el presente y el pasado, son actividades que descentran.

Cuando es el espíritu el que fluye, provoca un estado muy alto de conciencia, en el que el ego desaparece del todo, y uno deja momentáneamente de ser el que está siendo en lo cotidiano, para contactar con la belleza y con la percepción de lo Superior, de lo infinito, del más allá, o de la auténtica realidad.


Es lo que consiguen el zen o el yoga: la desidentificación con el ego, el olvido o la separación del cotidiano, y un contacto con lo trascendente en el que no interviene el yo, que queda eliminado con sus conceptos espacio y tiempo.

Es dejar de ser para Ser.

Dejarse fluir es ahora casi un oficio que hay que aprender, porque lo que aprendimos –o lo que nos enseñaron- es a dejar de fluir de un modo natural; aprendimos a ponernos frenos y trabas, a renunciar, a practicar más el “tengo que” que el “deseo”, a aplazar nuestras necesidades o ponerlas en segundo lugar, a dejar de ser uno mismo para ser lo que se suponía o deseaban que teníamos que ser, a negar nuestro deseos, a acallar a nuestro niño interno, y a ponernos una mueca demasiado seria, casi triste, en la boca.

Déjate fluir.
Escucha tus instintos.
Fluye.
Libérate.
No te desatiendas.
Suéltate.
Permítete el placer.
Sin miedo.
Provoca que sucedan las cosas en las que eres feliz.
Date permiso para ser realmente tú mismo o tú misma.
El fluir es instintivo, natural.
Fluye.

 

Te dejo con tus reflexiones…

 

Francisco de Sales

 

Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. Gracias.

 

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