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NO DEJES TUS PREGUNTAS SIN RESPUESTAS


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NO DEJES TUS PREGUNTAS SIN RESPUESTAS

 

 

En mi opinión, esto de que tengamos más preguntas que respuestas, y esto de que algunas nos agobien porque deseamos o necesitamos que se encuentren con su contestaciones correctas correspondientes, y esto de tener una mente con una capacidad limitada, y esto de que no sepamos mantener la objetividad y el desapego de las cosas cuando es necesario verlas con ecuanimidad, son obstáculos -muchas veces insuperables- en el control y gobierno de nuestra vida.

 

Es bastante habitual quedarse en blanco y no encontrar solución a todas nuestras dudas, y también pasa habitualmente lo contrario: que se encuentran demasiadas respuestas y todas aparentan ser correctas; aparentan que cualquiera de ellas puede ser la que buscamos pero ninguna se erige en lideresa que destaque por sobre todas las demás dejando claro su supremacía y su verdad.

 

Ante este panorama tan desolador y cargado de confusión, es habitual que acabemos evitando hacernos preguntas, porque esto nos excusa de tener que pasar por el calvario sufriente de las incertidumbres y las indecisiones, y ese trauma que nos provoca ser conscientes de nuestra incapacidad para matrimoniar preguntas y respuestas.

 

No hay que evitar las preguntas, ninguna, y no hay que dejarlas sin respuestas.

 

Hay que hacérselas sin miedo–sean de la índole que sean, sean de la profundidad que sean- y sin miedo al vacío de las respuestas que no aparecen.

 

Si la pregunta está ahí, latente, es porque es importante. Y si persiste en el tiempo, es más importante aún.

 

Lo mejor que se puede hacer con las preguntas es responderlas.

 

Las preguntas necesitan respuestas por la propia tranquilidad personal. Es Uno quien se hace las preguntas, y no me estoy refiriendo a esas que son más un asunto filosófico, sino a las que brotan de dentro, del Ser o del alma, porque esas son realmente personales.

 

No me refiero a cuando uno se pregunta cuál es el sentido de la vida –filosofía-, sino a cuando uno se pregunta cuál es el sentido de MI vida. No me refiero a cuando se pregunta cuál es la misión del ser humano –filosofía-, sino cuando se pregunta cuál es MI misión.

 

Y hay que preguntarse sin miedo por la envergadura de la cuestión, ni por la profundidad, ni siquiera por la complejidad o el alcance que pueda tener.

 

Hay que atender a las urgentes y a las cotidianas, pero hay que prestar una atención especial a las que son más trascendentes, a las que están relacionadas con el Uno Mismo, a las que aparentan estar calladas pero se presentan dejando una inquietud que sólo se puede calmar con una respuesta, en forma de palabras o de sentimiento, que tranquilicen o que aporten una luz o una paz que nos confirmen que –por fin- hemos reunido a la pregunta con su contestación correspondiente.

 

No querer atender las preguntas esenciales, las que son valiosas, las que pueden marcar nuestro destino, impiden el Desarrollo o el Crecimiento Personal.

 

El primer paso es reconocer la respuesta verdadera aunque no sea precisamente la que a uno le gustaría encontrar. El segundo paso es aceptarla –por muy desagradable que nos parezca-, porque negarla o disfrazarla o culpabilizar a otro no va a cambiarla, y la negación impide la resolución. En tercer lugar es cuando hay que decidir si uno la mantiene, o si prefiere modificarla o sustituirla. Y ya en este tercer paso es cuando aparece la consciencia y cuando uno toma el gobierno de su vida.

 

Pueden aparecer cosas de uno mismo que no gusten, pero descubrirlas y reconocerlas nos da la opción de poder mejorarlas.

 

Se recomienda tanta paciencia como insistencia, porque las personas que no están acostumbradas a los procesos de introspección, o las personas que en el fondo tienen miedo aunque se disfracen de valientes, tardarán más en moverse con soltura por este mundo de los sentimientos, de las aceptaciones, de las verdades que hemos escondido por temor a nosotros mismos o por la vergüenza.

 

El Camino del Crecimiento Personal está reservado para los valientes… y para los que quieren dejar de serlo.

 

La recomendación es parar y escucharse. Estar atentos en la vigilia cotidiana o pararse un tiempo cada día para quedarse a solas –y no con uno mismo, sino con Uno Mismo- y dar permiso a las preguntas para que se manifiesten con el compromiso de acogerlas con la mente y el corazón abiertos, y con la responsabilidad de encontrarles SU respuesta.

 

Así puede ser el inicio de una nueva relación, íntima y satisfactoria, con uno mismo.

 

El principio de una vida distinta.

 

Te dejo con tus reflexiones…

 

Francisco de Sales

 

 

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