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Negro


Fingolfin

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" Te quiero mientras los esclavos se pudren, te quiero mientras ellos pagan por existir "

 

Gatillazo

 

Soy un negro, al igual que mi padre, y su padre antes que él. Soy un negro y trabajo la tierra, la riego con lágrimas, bajo el ardiente sol, bajo gélidas noches.

 

De vez en cuando la mano blanca aprieta, como se aprietan los ojos en un mal sueño. Le cedo a mi mujer, le cedo a mis hijas, le cedo mi espalda para descargar frustraciones, sus frustraciones... frustraciones blancas.

 

Soy un negro, su negro.

 

Hoy en la mañana desperté, empapado de sangre y con el olor de la muerte en mis narices, rígida como la madera y con un orificio en la cabeza, estaba María, mi mujer, la mujer que besaba mis cansadas manos, que limpiaba mis lágrimas, la protagonista de mis alegrías, la que me recibía con una sonrisa y un buen plato, la madre de mis hijos, la compañera.

 

Yacía sin vida, podrida en la muerte, con los ojos vacíos y su mirada fija en el horizonte muerto. Seguramente se resistió una vez más a las intenciones del patrón, ¿quien era ella para oponerse a un blanco?, los ojos de mi hija, al ver la macabra escena, me respondieron, esa mujer era todo para mi, para nosotros. Me vestí lentamente... cogí un cuchillo.

 

Mi cabeza era un infierno, y mis pasos los mas lentos que di en vida, entré decidido a la casona, subí escaleras de madera, mi mano dolía y palpitaba, estaba asfixiando el mango del cuchillo, aflojé un poco y respiré, todos los vellos de mi cuerpo estaban erizados, mi espalda mojada de sudor, mojada de terror, un terror helado, estaba frente a la puerta blanca y entré silenciosamente.

 

Cogí al bebe blanco de su cuna, cuidando todo detalle para no despertarlo, era pequeño, dos años, demasiado pequeño para alzar un látigo, pero lo alzaría, claro que sí.

Con el muchacho en una mano y el cuchillo en la otra, avancé al dormitorio del patrón, ahí estaba, con su esposa, blanca como la nieve y rubia como el sol, hermosa como una diosa, y aún así, solo carne blanca, vacía al lado de María.

 

Se despertaron con el terror en sus rostros, el patrón no hablaba, el miedo lo paralizaba, lo veía en sus ojos, por primera vez fuimos iguales, el chiquillo despertó pero no lloraba, sólo miraba mi rostro con esos extraños ojos de blancos, extraños colores, colores falsos.

 

¡Ten piedad por favor! gritaba la mujer, horrorizada al ver que acercaba el cuchillo a la garganta del pequeño, ¡no te atrevas a tocarlo!, ¿qué clase de corazón tienen los negros?mis ojos se posaron en los de ella, el tiempo se detuvo, se escuchaba afuera el ladridos de los perros, un corazón negrorespondí, el patrón gritó con todas sus fuerzas, pero no salía ningún sonido de su boca, mientras la cálida sangre se disparaba a borbotones y bañaba mi rostro, cálida como la venganza.

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