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Yo que usted, No me detengo


JorgeArcadio

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Hola, muchos saludos. escribí este cuento hace unos días y me gustaría compartirlo. la verdad he escrito otros cuentos, pero creo que este es el primero que vale la pena de publicar jajaja una previa: un hombre que comete el peor delito de todos en una sociedad moderna: detenerse. y el resto, bueno léanlo. espero que les guste y cualquier opinión es válida mientras sea con respeto. saludos:

 

 

Yo Que Usted, No me detengo

 

En el centro de la capital la gente siempre camina rápido, se podría pensar que viven en una intensa búsqueda del tesoro donde la regla general es no correr, es decir, pueden saltar, gatear y arrastrarse, pero no correr y en este vacío legal, caminar rápido es la opción más inteligente. Algo parecido pensaba don Alejandro, quien a sus 75 años ya estaba cansado de caminar tan rápido, ya llevaba 60 años esquivando a toda la gente que se le atravesaba en su camino, 50 años usando el mismo traje azul marino y 30 usando esa corbata negra con la que miles de veces pensó ahorcarse pero nunca lo hizo, él debía caminar, y si bien hace ya años que había jubilado de algún trabajo que no recuerda, don Alejandro seguía buscando su tesoro escondido. Un día, mientras veía de reojo la esquina por donde debía doblar, se sintió viejo, su maleta de cuero sintético le pesaba más que de costumbre, su traje azul marino era aun más sofocante y sus lentes, gruesos como el fondo de una botella, ya no cumplían a cabalidad su rol. Entonces, a sus 75 años recién cumplidos, se detuvo, miró con atención como la gente trataba, sin éxito, no chocar con su persona, contempló los enormes edificios que lo rodeaban y apreció, con mucha dificultad, un árbol que a la distancia se levantaba orgulloso por ser el único árbol a la vista. Se dio un lujo que hace años había perdido, respirar profundamente el aire de la cuidad y aunque era bastante tóxico, fue un placer en aquel minuto sentir una fría sensación pasar por su nariz y llegar a sus pulmones. Don Alejandro disfrutó de aquel momento inolvidable, que para su desgracia fue interrumpido por el ruido de una sirena policial, que cada vez sonaba más y más fuerte. Él quiso saber de qué se trataba el espectáculo, el morbo le incitó a mover la cabeza hacía donde el sonido se dirigía, pero cuando dio la vuelta completa se encontró con una gran sorpresa: ¡El carro policial estaba frente a él! Perplejo por la situación, sintió un escalofrío correr por su espalda cuando tres policías bajaron del carro totalmente armados. Don Alejandro, inquieto, pensó que sería mejor retomar su caminata y seguir buscando su tesoro, se agachó a recoger la maleta de cuero sintético, pero cuando levantó la vista se encontraba rodeada por los policías. Uno de ellos le tomó las muñecas mientras le decía: -Don Alejandro, queda usted arrestado bajo el delito de detenerse en la vía pública mientras el resto camina- Don Alejandro simplemente no lo podía creer y mientras lo subían al carro policial, pensaba que ya pasados tantos años y cuando al fin decide detenerse, le es arrebatado su pequeño sueño.

El viaje no fue muy largo, don Alejandro seguía con la boca abierta tal como subió al carro y mientras los policías reían y fumaban, él se mantenía helado por lo acontecido. Llegaron prontamente a los juzgados. Los policías, aun armados, bajaron a toda prisa a don Alejandro, quien ya había interiorizado su error y estaba dispuesto a pedir perdón. “si digo que ya estoy viejo” pensó “seguro me dejarán ir, solo me detuve en la calle ¿Qué tan grave puede realmente ser?” cuando bajó, lo encaminaron hasta el salón donde sería juzgado, un aula magna que, para sorpresa de don Alejandro, estaba repleta. Cientos, o quizás miles de personas reunidas gritando improperios nunca antes escuchados por él, nunca pensó que su crimen fuese tanto. En el salón había una tribuna donde estaba la gente, en el medio, y bastante apartado de la tribuna, un asiento y frente a este un enorme sillón. Don Alejandro fue llevado al pequeño asiento en medio

 

 

de la sala y fue rodeado por lo mismo policías, esta vez en una posición mucho más afable. Pasaron 15 minutos interminables, don Alejandro miraba con pavor a quienes le gritaban. Luego entró el juez, un sujeto gordo y enorme, que llevaba puesta una peluca extraña y una sotana negra como la oscuridad misma. Antes de sentarse golpeo su martillo ferozmente contra una endeble mesa delante del sillón y todos guardaron silencio.

-Comienza la sesión: Don Alejandro, aquí presente, es acusado de detenerse en la vía pública mientras el resto de la gente caminaba, ¿Cómo se considera el acusado?-

-su señoría- replicó don Alejandro –verá, yo no sabía y…-

-¡silencio!- gritó el juez –que entré el primer testigo contra el acusado-

El juez extendió su brazo para señalar una puerta a su lado derecho, de ella apareció un sujeto muy bien vestido, con una corbata roja como la sangre y un maletín negro en su mano, caminó seguro hasta un pupitre cercano al juez, se acomodó la corbata y comenzó a hablar:

-Su señoría, déjeme ser presentado, mi nombre es Fernando Fernández, soy doctor con especialidad en dolores de cabeza y este hombre aquí presente (señalando con el dedo del medio a don Alejandro) arruinó mi carrera-

Cuando terminó de hablar la audiencia comenzó a gritar otra vez, ahora don Alejandro no sabía que había pasado y como es que su crimen pudo haber transgredido a esta persona.

-¡silencio!- gritó nuevamente el juez –Doctor, prosiga-

-verá su señoría, iba yo caminando rápida y tranquilamente por la avenida tal como lo hacía todos los días a esa hora, iba camino a mi consultorio para atender a una de las personas más adineradas del país, que tenía un dolor de cabeza por más de 15 minutos- al decir eso todos en la sala hicieron un gesto de lastima por aquella pobre alma, luego callaron otra vez –como el dolor ya llevaba más del tiempo normal, es decir, más de 3 minutos, a pesar de haber sido tratado con una dosis de 15 pastillas, quise apurar mi paso, mientras caminaba me puse a recordar mis cursos realizados por correo electrónico, la institución donde me gradué, para aliviar y sanar a la señora, entonces fue cuando levanté la vista, aunque ya tarde, para encontrarme con un hombre de pie ¡si señoría, de pie y haciendo nada! Que en su estática produjo un choque con mi persona que me retraso 3 segundos más de lo planeado- los gritos de la audiencia volvían a llenar el salón y el juez nuevamente insistió en el orden- su señoría, al llegar retrasado a mi consultorio, me encontré con la desgracia que mi asistente, presionado por mi clienta, había cortado su cabeza para solucionar el dolor, ¡mi asistente, quien aun no aprueba su curso para cortar cabezas!¡su señoría, por culpa de este hombre aquí, todo el mundo, de ahora en adelante, creerá que en mi consultorio no sabemos cortar cabezas!¡es inaceptable, su señoría, que este hombre tenga el placer de ver la luz del sol!-

 

 

El público estalló otra vez y el juez, irritado, golpeó con aun más fuerza la pequeña mesa con su martillo.

-muchas gracias doctor- dijo el juez cuando todos callaron

-su señoría- replicó don Alejandro –no sabía de esto y le pido mis más sinceras disculpas al…-

-¡cállese!- gritó el juez –aun no terminamos, que pasé el siguiente testigo-

De la misma puerta que entró el doctor, ahora entraba una señora de edad, muy mal vestida y con el pelo alborotado, se colocó en el lugar que le correspondía y habló:

-su señoría- dijo con una voz muy baja – mi nombre es Rosa de los Rosales Risueños, tengo 68 años y este hombre, aquí presente, es el culpable de mi terrible apariencia- al decir esto los gritos volvieron a resonar el salón, cuando el juez los hizo callar, el eco de “criminal” aun sonaba en los oídos de don Alejandro.

-le explico, iba yo caminando rápidamente por la capital ya que quedé de juntarme con mi hijo en su oficina, iba muy arreglada y perfumada, me había peinado exactamente 37 horas seguidas y este traje lo hice yo misma. Iba feliz por ver a mi retoño, pero este hombre se interpuso en mi camino, yo intenté esquivarlo, lo que logré exitosamente, pero al cambiar mi rumbo, tropecé con una pequeña piedra en la avenida, caí dentro de un agujero en reparación que daba a las alcantarillas de la ciudad, la corriente de esas sucias aguas me llevó al otro lado de la capital y cuando pude salir y verme en mi espejo de bolsillo, estaba completamente horrible para ver a mi hijo, así que lo llamé y mintiéndole para no verle, dije que le odiaba y me arrepentía de ser su madre, ¡todo por culpa de ese fulano!- el descontrol reinó otra vez, el juez miraba con una negación poco disimulada a don Alejandro, quien perplejo por su crimen quiso pedir disculpas, pero el ruido se lo impedía.

-muchas gracias doña Rosa, puede irse- dijo el juez y golpeó nuevamente su martillo contra la mesa.

-su señoría, escúcheme por favor, de verdad no lo sabía, verá, tengo 75 años y solo…-

-¡silencio!- le gritó el juez –aun queda un último testigo, háganle pasar-

De la puerta salió una mujer de unos 40 años con su hijo pequeño, caminaron orgullosamente y llegaron a su lugar designado.

-su señoría- dijo la madre – mi nombre es Rafaela y él es mi hijo Rafael y estoy aquí para acusar a este hombre del crimen que cometió contra mí-

 

 

Como ya es sabido, gritos y luego silencio.

-¡si, mami!- dijo el pequeño -¡fue él! ¡Fue él!- apuntando a don Alejandro.

-mi historia es así: estaba en la capital para llevar a mi hijo al colegio que queda aledaño al centro de esta, era su primer día de clases y por culpa de este sujeto mi hijo nunca más podrá ir al colegio-

-¡si, mami!- repitió el pequeño -¡fue él! ¡Fue él!-

-caminando con mi hijo y listos para llegar puntualmente a la escuela, este hombre que se detuvo para observar un árbol su señoría, ¡un árbol!, chocó con mi hijo, el cual llevaba una paleta, la que compré puesto que no había tomado desayuno y que mejor desayuno que una paleta- en eso el doctor, aun presente, asintió afirmativamente el hecho moviendo la cabeza- pero este hombre, en su descaro, rompió la paleta de mi hijo que comenzó a llorar desconsoladamente-

-¡si, mami!- dijo Rafael -¡fue él! ¡Fue él!-

-entonces tomé de la mano a mi hijito y en busca de otra paleta para su desayuno llegamos 5 minutos tarde a la escuela. La directora me miró fijamente cuando me vio llegar con mi pequeñín y me dijo que no me dejaría entrar por la insolencia cometida. Mi Hijo, sin desayuno y sin escuela, lloró nuevamente, tanto así que a la distancia mi esposo y su padre logró oír sus gritos. Llegó en cuestión de segundos e intenté explicarle lo sucedido, pero no logró escuchar nada por los gritos de mi pequeño, entonces, sin entender, me abandonó ¡y todo, todo, su señoría, por culpa de este hombre aquí presente!-

-¡si, mami!- dijo el pequeño y el público estalló con más fuerza que otras veces, la audiencia estaba descontrolada, el juez en sus múltiples martilleos terminó por romper la mesa y en un intento desesperado y último grito con todas sus fuerzas: -¡SI-LEN-CIO!-

Todos callaron, don Alejandro no podía decir nada, estaba paralizado ante sus atrocidades, no podía mover un músculo de su cuerpo y sentado donde estaba, se mantuvo con los abiertos de par en par.

-Don Alejandro, luego de escuchar la acusaciones, ¿Cómo se declara el acusado?-

Silencio total

-Culpable, su señoría- susurró don Alejandro.

-entonces, el culpable es condenado a 5 años de prisión, en una celda alta seguridad, donde su única entretenimiento será una máquina para correr- al término de la sentencia, don Alejandro fue sacado de la sala por los policías y al mientras le era arrebatada su libertad, y mientras el

 

 

público cantaba victorioso, y mientras el juez sacaba una paleta para darle al niño, don Alejandro, silencioso, cerró los ojos y visualizó aquel árbol que a la distancia se levantaba, sonrió y entró sin oponerse al carro policial nuevamente.

En el centro de la capital la gente siempre camina rápido, se podría pensar que viven en una intensa búsqueda del tesoro donde la regla general es no correr, es decir, pueden saltar, gatear y arrastrarse, pero no correr y en este vacío legal, caminar rápido es la opción más inteligente. Algo parecido pensaba don Anacleto, quien a sus 75 años ya estaba cansado de tanto caminar. Entonces decidió dejar su maleta de cuero sintético en el suelo para descansar un rato, pero antes de hacerlo, un anciano de unos 80 años pasó por su lado y le dijo: -¿sabe? Yo que usted, no me detengo- y se marchó, don Anacleto se quedó de pie pensando en el extraño sujeto que le había hablado, hasta que a la distancia, y cada vez más cerca, la sirena de un carro policial llamó su atención.

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Extrañé mucho los punto aparte y ver tanto texto junto casi hace que se me quitaran las ganas de leer así que te sugiero editarlo para que las otras almas del foro se animen a comentar. :tonto:

 

Sobre el relato: lo hallé bien simpático - ya que ahora no se me ocurre otro apelativo :mmm: -, y a lo mejor el remate del cuento no terminó de formar o comunicar la crítica que plantea ... ¿o será que es viernes y ando en otra? :tonto:

 

En resumen, me entretuve leyendo y pienso que con algunos otros matices la historia sería aún más entretenida de leer. :lol:

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