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El resbalín en el que jugábamos


Sebastiasd

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Es ilógico pensar que un sueño podría cambiar tu vida. Y mucho menos creer que es posible conseguir lo que soñaste. Hay que tener los pies sobre la tierra, pensaba muy a menudo Javier. Tenía más que claro, que lo que uno desea con toda su alma conseguir, no llega por arte de mágia, ni por limosna. Uno, con las ganas de un delincuente por conseguir su libertad, las busca. Es la idea poder cumplir los anhelos que tienes. Poder sentirte pleno contigo mismo. Saber que lo que haces por conseguirlo, lo repetirías una y mil veces. Porque lo que llega al final, sin lugar a dudas, no lo dejarías escapar nunca más.

Javier, una mañana cualquiera se despertó de un sueño que le enterneció hasta lo más profundo de su ser. Tenía diez años y se encontraba en una plaza de juegos muy cerca de la casa en la que vivía en ese entonces, junto a una niña de pelo largo y negro como el mar por la noche, con un listón rojo sobre su cabeza, paliducha y vestida de short y polera. Se encontraban jugando en un resbalín. Veía desde arriba como él y ella disfrutaban del momento. Se reían a carcajadas mientras no paraban de subir y bajar, de caerse y pararse, de sonreír y gritar. Se mantuvo sobre esa escena hasta que de un momento a otro, dejó de mirarse desde arriba, y de vuelta en su cuerpo se encontró. Sentía tal cual como lo había hecho en ese entonces. Pensaba como ese entonces. Decía las cosas de ese entonces. Recordaba perfectamente lo de ese entonces. Era Javier quince años atrás, como si hubiera viajado en el tiempo.

La veía con esa mirada tierna que se tiene a esa edad. Sabía que lo que le pasaba en su estómago no era una enfermedad, si no que, aun que lo negara, eran las mariposas que brotaban de las paredes de su estómago para hacerlo sentir vivo. Se percató de como sus mejillas comenzaron a acalorarse cuando hubo que despedirse de la niña. Recordó exactamente como fue que se despidió de ella antes que no la volviera a ver nunca más: Chao, Cristina. Te espero en el resbalín mañana por la tarde. Sígamos jugando juntos como lo hemos hecho durante las últimas semanas.

Allí el sueño acabó. Despertó sobre su propia cama abandonado por la soledad que ni siquiera ya se encontraba en su casa y lloró. No entendía del todo, pero su corazón se había roto. Ahora, después de quince años, su corazón se quebraba como la primera vez en que se había enamorado de una niña que no lo vería jamás como un otro niño. Buscó unos pañuelos en su velador y se secó las lágrimas. Se levantó de su cama, se vistió y cómo si se hubiera encontrado en el mar con una botella y un papel dentro de ella, salió de su casa con unas hojas que decían: Estoy buscando a Cristina, si la conoce, por favor hágamelo saber. Al parecer le debo una disculpa por no haber vuelto a aquel resbalín del parque en el que tanto jugábamos.

Edited by Sebastiasd
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