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Si te sonríe, huye


Sebastiasd

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Si te sonríe, huye

Cuando eres niña y tiendes a aislarte de los demás, dándole más importancia a tu alrededor que el de los demás y el que puedas compartir, siendo una chica de ocho años, indiscutiblemente, tus muñecas serán, hasta que ya no puedan más, tus amigas. Estér así lo entendía. Esperaba ansiosa cada ocasión del año en donde pudiera recibir un regalo. Cada día del niño, cada cumpleaños, cada navidad, hacía entender a sus padres que una muñeca de trapo era lo que deseaba. Éstas para ella eran esenciales, puesto que, inexplicablemente, le ayudaban a desarrollarse. Las muñecas no le hablaban, ni siquiera imaginariamente, pero se dejaba influenciar por las distintas expresiones que ellas le pudieran entregar debido a las sombras que pudieran tener en sus caras de porcelana. Para ella era absolutamente normal, para los demás, probablemente no.

En su cumpleaños número nueve, el año en que pudo conocerse de una forma particular, en donde quizás no lo haya podido hacer si no se hubiera debido a sus padres, ellos le comentaron que como sorpresa no serían los encargados de regalarle su ansiada muñeca, sino, que una antigua amiga de la familia que no veían hacía un tiempo, pero que estaba presenta cuando era tan solo una bebé. Le traería una muñeca, que no se preocupara, que la muñeca le iba a encantar.

Estér aunque no conociera a la señora, se emocionó bastante. Su ingenua mente imaginaba la muñeca como la más bella que jamás nadie tendría y que ella, sólo ella sería su dueña.

El día de su cumpleaños se había transformado de un momento a otro en el más importante del año. Jerárquicamente y como una niña suele pensar, la navidad siempre era la fecha más significativa por la cantidad de regalos que se recibe y la rica comida que se prepara. Pero por una simple mujer, extraña por lo demás, todo había sido modificado al instante.

Ya en su día, llegado muy rápidamente por sus ansias, no podía ver nada extraño y mucho menos la llegada de aquella mujer que no tenía la más mínima idea de su apariencia pero que cumpliría con la tradición de su niñez. Su muñeca.

Estér se sentía distinta ese día, tenía un leve presentimiento, inexplicable a su edad, de que algo extraño le sucedería. Era primera vez en su corta vida que se sentía así. Un hormigueo en su estómago la acompañaba junto a sus sentimientos. Le comentó a su madre y ella le dijo, como la mayoría de las veces, que no se preocupara, que posiblemente serían los nervios por encontrarse en su día especial. La niña sabía que no era así, que su madre casi nunca le comprendía como a ella le gustaría, pero como cada vez que oía aquellas palabras provenientes de quien le dio la vida, continuó ignorando el hecho.

Una hora más tarde, la casa ya se encontraba repleta de gente y unos pocos amigos de ella, más bien, muy pocos. La señora extraña llego junto a la masa de gente, familiares de sus padres. Vestía un vestido que le llegaba a la pantorrilla, era negro, igual que su cabellera larga que llevaba amarrada con una coleta. Ella creyó que era muy guapa y que habría tenido alrededor de cuarenta años. Apenas tuvieron contacto visual, Estér sintió que era reconocida al instante. La desconocida se le acercó, le saludo con un afectuoso y caluroso abrazo y le entregó su regalo. Venía envuelto en un papel de color rojo, ese que viene directo de tus venas. Con una sonrisa que ni ella entendía por qué era que la tenía, le agradeció con una reverencia y partió a su cuarto llevándose con ella a una niña que se encontraba allí, no era su mejor amiga, pero charlaban a ratos. La tomó de la mano y corrieron juntos por la casa hasta llegar a las escaleras y subir hasta su pieza.

Estér reía, estaba hiperquinética y emocionada. Pues no sabía con que se iba a encontrar. Era una muñeca proveniente de una mujer desconocida y guapa. Rompió el envoltorio ferozmente mientras que la niña la miraba y acompañaba. Lo que encontró fue una linda muñeca de cabellos de lana negros, cara de porcelana y vestido rojo con lunares blancos. Sus zapatitos de algodón eran rojos, también.

Estér al verla no pudo definir ni ahí, ni ahora lo que le pasó por su cabeza al verla por primera vez entre sus brazos. La niña que la acompañaba comenzó a pedirle la muñeca, que por una vez en su vida le dejara estar con ella entre sus brazos. Ella accedió, inexplicablemente, accedió. Vio como su muñeca se revolcaba en brazos ajenos y deseó más que nunca que esta escena no fuera a repetirse jamás.

Rápida y serenamente tomó un lápiz de su escritorio, con la punta más fina que pudo haber encontrado. Se acercó a la niña y ésta, sin percatarse, fue apuñalada en el cuello innumerables veces, la sangre le salpicó en la cara y la muñeca cayó al suelo inevitablemente. Cuando Estér se percató de todo lo sucedido, vio el cuerpo tendido de la niña con un charco de sangre a sus pies. Su rostro se había transformado, estaba histérica, tenía miedo, asco, repulsión e inseguridad. No fue hasta que vio a su muñeca en el suelo completamente limpia y libre de sangre que se curó mágicamente de todas sus emociones. Le miró su rostro de porcelana e, inexplicablemente, su cara le mostraba una sonrisa. La sonrisa más comprensiva que ella jamás haya podido ver en su vida. Se dio vuelta, abrió la puerta de su pieza, bajó las escaleras y con una sonrisa en su cara se acercó a su madre con sus manos bañadas completamente en sangre y le dijo: “Hola mamá, he hecho una nueva amiga”.

Edited by Sebastiasd
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