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Pequeño cuento de verdad


Necroslade

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Estaba sentado frente al piano, pensé en tocarlo, y no tocarlo como un instrumento, sino que como a una mujer, como se lo merecía. Miré a la mesita de mi departamento. Al lado estaba mi perro que estaba expectante a una escena de sexo musical y él esperaba por su turno con el piano. Movía la cola y miraba con cara de ansias, mueca extraña, en un animal, pero más aún, en mi perro. Volviendo a la mesita, tenía sus bordes desgastados y le faltaba el brillo que tenía de cuando compré los muebles para mi departamento. Le faltaba todo lo que un hombre espera de sus muebles para un departamento, ahora no era más que un mueble, como todos los otros. Súbitamente quise llorar, mi mundo parecía derrumbarse en un mueble deficiente y en un piano esperando sus estímulos en Do. Miré por la ventana, era un día radiante, demasiado radiante diría yo. Eran como esos días que estaban hechos para salir y disfrutar de los frutos de una sociedad media dominante media sometida. Compartirla con una familia, reír de las discusiones absurdas, tomarse un helado en una plaza mientras los niños juegan y se revuelcan en el pasto y el perro te mira con una larga y profunda expresión sexual, y reírte de ello. Mis amigos se habían marchado, ya de la ciudad, era yo el único interesado en vivir en ella, o al menos, el que se resignaba a su realidad. Yo ya no era parte de ellos, sin embargo ellos seguían presentes en mí. Golpean la puertas en tres sucesivos y fuertes golpes: TOC-KNOCK-TACK (se oían diferentes e idiomáticamente distintos). Así que estaba allí, mi corazón palpitaba erráticamente y en una serie de despampanantes sonidos sordos. El/la visitante se percató de ello y golpeó más fuerte aún. TUAZ-TUCK-TOZZ (parecía ser igual que el golpeteo anterior) Así que me levanté y a primera instancia caí al suelo con la cara de perfil, uno de mis pómulos empezó a sangrar y de inmediato se puso morado. Corrí a la puerta y ya no había nadie. Golpeé la pared, me lastimé los nudillos –después dejaron una horrible cicatriz- Sentí los pasos de la persona escapando de mí. Y deseé gritarle que no se fuera, pero me arrepentí, los vecinos hubieran llamado a la policía. Me miré al espejo y a cada segundo se acrecentaba la sensación de que mi cara se desfiguraba. Recordé la escena del Dragón Rojo, cuando el asesino no podía mirarse en el espejo y los rompía con una fuerza abrumadora, porque le desagradaba su imagen, pensé en romper el vidrio, pero no contaba con la fuerza para hacerlo, no contaba con el coraje, ni con la actitud de quien fuese admirador de Lecter. Debería haber ido a urgencias de inmediato, por mis nudillos y por mi cara. Lo pensé dos veces, la primera vez me imaginé corriendo por la Avenida Prat con el rostro ensangrentado y la mano envuelta en un paño de cocina, que poco a poco se tornaba rojo, mientras la gente gritaba por ayuda, que según ellos, era una especie de terrorista y lastimaría al orgullo. Orgullo era un edificio ubicado en el centro de la ciudad, que quedaba a pasos del hospital, en eso me detendrían los policías y me encerrarían en un calabozo con ratas que tenían diamantes en los dientes, cola de muérdago y fuego cual saliva. Eso era lo que se decía. En segunda instancia me imaginé que corría por el pasillo de mi departamento y me encontraba con un censista, que era quien golpeaba a mi puerta y me hacía preguntas como: ¿usted es realmente quien piensa ser? ¿se ha dado cuenta que su departamento no tiene un patio? ¿Desea vivir usted en algún Pagodá? ¿Dios está aquí, como dice la canción? ¿Usa acaso, loción para hacer de su perfume una fragancia más dulce? , lo golpearía con mi mano izquierda y el censista cuestionaría su existencia, por lo que hace y por cómo se manifestaría en un cuento. Lápiz. El censista corrió desesperado y se preguntó por qué la gente no deseaba sus preguntas, que con tanto esfuerzo le costó desenvolver el formulario con respuestas predeterminadas. Se escondió tras un bote de basura y desde allí llamó a los policías y dio código rojo de atento contra el orgullo, la gente se alarmó. Los policías desplegaron helicópteros, las madres preferían ahogar a sus niños antes que verlos morir por alguna especie de sueño equivalente al cáncer. El censista se ahoga en basura, y deja una carta para su esposa quien se suicida en el baño. Los helicópteros vuelan hacia las coordenadas brindadas con especificidad por el censista que tenía ahora una bolsa de UNIMARC en la boca y por ojos tenía dos naranjas podridas –una se veía comestible aún- El casco del oficial que conducía el helicóptero lucía realmente reluciente hoy, el oficial sonríe y desaparece con el helicóptero. Llegan al lugar y por la ventana ven a un hombre sentado frente a un espejo. Bajan, desde la azotea, escuadrones al piso número cuatro del edificio Benito Mussolini número cinco. En el descenso se encuentran con salas vacías, llenas de cucarachas y ratas y un ecosistema de seres sin puertas y compartiendo todo, ven a Gregorio y le disparan. Llegado a la puerta, la derrumban y hay un Hombre sentado al frente de un Piano con su pene en la nota Re, muerto con un hematoma en el ojo y su mano quebrada, con un perro mirando al escuadrón. Papel. Decidí correr de igual forma salí esta vez con un abrigo, Llegué con el Doctor, su oficina era extraordinaria tenía muchos libros acerca de anatomía y literatura de la mala, yo sabría distinguirla, alguna vez quise ser escritor. Entré a la consulta y me preguntó qué me sucedía, le contesté que me sentía triste y que en días soleados como este me gustaría compañía. Me diagnosticó la enfermedad de la nostalgia. Y me dio un par de panadol para el dolor.

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