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El amor no te mata


Sebastiasd

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El amor no te mata

Saben, ésta historia no tiene por qué ser triste, ni feliz. El relato y su interpretación variarán dependiendo de quién la lea. Pero lo que es seguro, es que para ella, debería ser la historia más feliz de la tierra.

 

No sabía mucho respecto de su vida ni su entorno. No la conocía. Era pequeña, le faltaba mucho por conocer. Quizás no tanto, pues se había apresurado un poco en sus pasos. Pero era fuerte y capaz. Inteligente y astuta. Confiable y amada. A veces creía que nada se le podía ir de las manos, a veces creía que el mundo estaba a sus pies. Como si ella lo controlara. Como si deliberadamente se hubiera elegido una reina, con todo su rededor como reino. Lo dominaba, creía. Lo que no sabía, era que no todo podía ser tan fácil, que la vida da vueltas o quizás no. Existen muchos cambios que podrían hacer a una persona completamente diferente, existen cambios que harían que una persona pueda suicidarse, existen cambios que transformarían un frío corazón por uno tierno y caliente, existen cambios que harían a una persona inválida. Vueltas que da la vida, dicen. Pero la vida no da vueltas, sólo sigue un camino recto, una senda, individual, que no tiene nada que ver con el destino ni el futuro. Sino el trazo que tú elijes, el trazo delgado que vas creando con el pasar del tiempo. Porque si el destino tuviera nombre, se llamaría tiempo.

 

Estaba confundida, no sabía dónde ir. Aún así avanzaba, valientemente, como la mujer que era. O como la mujer que aparentaba ser. Sin embargo, existía y continuaba viviendo. Conocía gente, conocía hombres. Les atraía hacia ella. El mundo estaba a sus pies y lo recordaba en cada momento, en cada situación donde ella tuviera la última palabra. Es cierto, de todas formas, que las mujeres siempre tienen la última palabra, pero no todas, sólo las que pueden. Una muralla rodeaba su ser, como si estuviera protegida de algo que no quisiese que llegara. De algo que no le gustaría que le pasase. A veces, pensaba ella, que no era capaz de seguir. Que le hacía falta algo, un tesoro. Llegó a la conclusión de que no estaba completa sin él. De que no sería lo suficientemente feliz, si no lo conseguía. Pero al parecer, ese tesoro que ella andaba buscando, no aparecía. Su reino le daba la espalda, porque en realidad, no era su reino. Ella no tenía el control de todo, como era que creía. La toma de decisiones que siempre creyó tan fácil no lo siguió siendo, ya que, ningún camino que tomara, la llevaba a encontrar lo que quería. ¿Qué era lo que le hacía falta? Esa pregunta siempre rondó su cabeza, como un ladrón lo haría con su siguiente objetivo. Aún así, aunque todo se le viniera encima, siguió su camino, como si el tesoro que necesitaba no existiera, como si no lo necesitara. Como si de un momento a otro haya crecido y olvidado lo que en su niñez siempre amó.

 

Distintas sendas seguían apareciendo en su camino, distintas rutas hacia quien sabe dónde. Uno no puede averiguar el futuro. A veces, pensaba ella, creía que no existía tal cosa. El presente se vive, el pasado se recuerda y el futuro… ¿se imagina? No tenía porque creer en nada más que en ella misma. Las cosas imaginarias y poco concretas no le llamaban la atención. El poder que tenía al tomar las decisiones, la hacía una mujer poco amigable con los demás. A veces creía que ella sola podría con todo, que no necesitaba nada ni a nadie. Que sólo con pensar las cosas por ella misma, se solucionarían. Las respuestas están en ti y en nadie más, se decía a menudo. Pero lo que ella creía que era lo correcto, era lo peor que una persona puede hacer. Inundar con preguntas tu cabeza sólo lleva a respuestas negativas por parte de tu consciente, como si no quisiera ayudarte, como si todo lo que crees que eres no lo es. Como si tú no sirvieras para nada. ¿Quién te conoce mejor que tú mismo? Quizás nadie, pero a la vez, eso lo hace más tormentoso. ¿Has soñado algo que despierto no harías jamás? ¿No es ésa la sensación de repugnancia más asquerosa que una persona podría sentir? Está bien, son sólo sueños. Pero provienen de ti, de lo más oscuro de tu ser.

 

Un día cualquiera, dónde todo iba saliendo perfecto. Todo iba a la manera que ella quería, conoció un tipo. Guapo, de su gusto, sin lugar a dudas. Bailaron toda la noche, le besó como si fuera el último. Poco a poco, la carne llamaba a más carne. Hasta que sólo quedaran los huesos de ellos. Tuvieron sexo, desenfrenado, apasionado. Lo amó, durante una noche lo amó. Porque el amor es pasajero, y el bus en el que iba aquel amor, venía de pasada por la cuidad, su partida era inminente. Nunca más supo de él. Poco le importó, puesto que al otro día continuaba reinando sobre su entorno. Con el papel de soberana más claro que nunca. La vida continuaba a sus pies. Siempre pensaba que hacía las cosas bien. Que aquel tesoro en el que había pensado, sólo era un capricho. Unos de esos caprichos que no llegan porque son imposibles. La vida no da tantas vueltas, existen caminos que uno toma. A veces, uno es ciego, y el paso hacia aquella ruta, también lo es. Pasó un mes antes que se percatara. Estaba embarazada. Estaba embarazada y sola. Su madre la acompañaba y su hermana también estaba con ella. ¿Aquel camino era el que había elegido? ¿Ésta era la ruta que su reinado le había otorgado? ¿Qué pudo ser sino, cosa del tiempo?

 

La ida al ginecólogo continuó abriendo caminos y la toma de decisiones era ardua. Ella tenía problemas con el embarazo. El bebé no se encontraba bien, venía con malformaciones. Nunca antes se le había escapado algo de las manos. Nunca antes había pasado por una etapa en la cual la situación no se encontrara a sus pies. Nunca antes había pensado en quedar embarazada. Sin embargo, continuó con el embarazo. Ella no estaba feliz, no podía estarlo, sabiendo que su guagua no lo estaría jamás. El amor es recíproco, pues la felicidad también lo es. La esperanza inundaba su ser como una manta cobijaría a una persona que la necesitara. ¡Vive! Sin ti, esto ya no tiene sentido. Se martirizaba. Como si fuera la culpable. Como si ella hubiera causado lo que le pasaba a su bebé. Eso no era cierto, pero el amor es ciego y la compasión venenosa.

 

Al quinto mes todo acabó, el bebé no pudo continuar viviendo dentro de ella. Su corazón no se pudo desarrollar de la manera prevista. Los doctores le dijeron que era inevitable, su madre le dijo que no se preocupara, que siempre estaría con ella y su hermana solo la consoló, como si una caricia trajera de vuelta la vida. ¡Pero eso no era así! Gritaba para ella misma. Esto nunca lo elegí, esto no tendría porque haber pasado. Nunca habría pensado que las cosas terminarían de esta manera. Estoy recibiendo un castigo, la vida me dio la espalda, me otorgó caminos a seguir sin nada de iluminación. Fui ciega y mis pasos aún más. Soy la culpable de todo esto ¡QUIÉN MÁS QUE YO!

 

De pronto, todo lo que ella creía se tornó oscuro. Ahora sí que creía que estaba sola, que nada ni nadie podría ayudarla jamás. Que la vida sólo tiene caminos que no sirven para nada. Que sus decisiones de un momento a otro fueron absurdas. Su ser había dejado de ser relevante para sí misma, que ya lo había perdido todo. Ella ya sabía el sexo del bebé, ella sabía que iba a ser mujer, una gran mujer. Tenía planificado todo su futuro, quería darle lo mejor. Quería vivir para ella, otorgarle todo lo que le faltó y sobretodo, amarla hasta que su piel se secara. Pero se la quitaron. Y no fue alguien de afuera, ¡fue ella misma!

 

Su martirio probablemente nunca habría acabado, si no hubiera tenido aquel sueño la misma noche en donde lloró a más no poder y se cortó las venas.

 

Era un día espléndido, el sol brillaba como si fuera el último día de su larga vida. Ella irradiaba belleza. Tenía un embarazo de ocho meses y medio. El doctor le había comentado que después de la primera mitad del último mes, el parto podría llegar en cualquier momento. Se encontraba en casa cuando llegó. Su mamá no estaba con ella y su hermana no existía en esa dimensión. Si había un hombre que la acompañaba. Era moreno y alto. De pelo corto y liso. Una sonrisa irradiaba de su rostro. Se le veía contentísimo. Al parecer, él lo había esperado con ansias. El quería ver nacer a su hija en ése mismo instante. Ella tenía cara de horror y felicidad. Le dolía un montón, gritaba desesperadamente. ¡Que salga rápido, que salga rápido! El hombre que la acompañaba sólo le sostenía la mano, como lo hacen los maridos con la mujer que aman. Ella, lo veía con la misma cara que pondría alguien cuando ve por primera vez a una persona. De todas formas, él se mantuvo firme, acompañándola en todo momento. Al parecer creía que ella no lo necesitaba, que no estaba ni en el momento justo e indicado. De un momento a otro, sintió ella que todo iba acabando. Que todo iba saliendo. Demoró cerca de tres minutos en expulsarlo completamente. Su hija había nacido al fin. Pero lo que ella vio, no fue precisamente un bebé, sino un cofre. Un cofre bajo siete llaves. Era largo y no tan ancho. Las llaves se encontraban a un costado del mismo. El hombre que la estaba acompañando se levantó, tomó las llaves y se las entregó. Es tu tesoro, le dijo él. Cuídalo y recuérdalo de la manera que más prefieras. Quizás la imaginación no sea tan concreta y precisa, pero es la manera perfecta de amar algo desconocido.

 

Ella tomó las llaves y sin saberlo, le agradeció. Al instante, aquel hombre que tenía una sonrisa de oreja a oreja, se fue apartando. Yéndose poco a poco al lugar correcto donde debería estar. Por otro lado, ella, frente a su cofre, estaba paralizada. No entendía que era lo que sucedía. Con las llaves en su mano, abrió lo que había, supuestamente, cobijado dentro de ella durante ocho meses y medio. Lo abrió y vio lo que estando despierta siempre le había atormentado. El cuerpo muerto de su niña. Su hija, esa que ni siquiera estando, ya era amada como si fuera la única en su especie. A sus pies había una nota. En ella había escrito algo con letra de niño, como si recién hubiera aprendido a escribir. Decía lo siguiente:

 

¡Vive y sé fuerte! Que yo viviré siempre dentro ti, de la manera que quieras, de los recuerdos que quieras. Tu eres yo y yo soy tu. Quizás no esté allí contigo, pero existiré. Y depende de ti solamente, que exista de la manera más maravillosa que puedas imaginar.

 

La mujer lloraba en el momento en que despertó. La angustia corroía su ser, estaba siendo envenenada por la pena. Pero para aquel veneno, tenía la cura. La cura que siempre anduvo buscando antes de que decidiera acabar con su vida. Estaba en sus manos. Nadie le quitaría lo bello que pudiese haber significado ser madre. Ella lo sintió, se sacrificó por hacerlo. Pasó dificultades, estuvo sola en los momentos en que no debió haberlo estado. Fue fuerte cuando todo le daba la espalda. Su hija luchaba al igual que ella luchaba contra lo que en un futuro sucedería. ¿Qué más sino, que la imaginación y la felicidad absoluta puede aclarar hasta lo más negro? ¿Qué más que recuerdos bellos puede limpiar la ventana más sucia hacia la salida de vuestra cabeza? ¿Qué más que una hija muerta y las ganas de haberla tenido viva, pudo haber curado la pena que sintió por perderla?

 

Ella había encontrado su tesoro y no era precisamente un capricho. Había sido tan ciega que nunca se había podido dar cuenta que sus recuerdos no le pertenecían a nadie más que a ella y que la manera en que los utilizara, le pudiera entregar forma a su hija. Porque aunque no haya nacido, si estuvo dentro de ella. Sin embargo, el camino que había elegido no era el más sano, pero sí, el camino en donde podría aprender que lo que no te mata, te hace más fuerte. Y lo que se muere, vivirá dentro de ti, dándole la forma que mejor prefieras, dándole el aspecto más hermoso de la tierra.

 

 

Tiene dedicatoria a una mujer especial, que poco a poco ha entrado en mi vida.

 

Gracias por su lectura. :)

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