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Paraíso - Capítulo 1 (v2.0)


enkelhet

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Hola a todos. Esto es lo primero que me animo a subir. Contra mi costumbre, empecé a escribirlo sin un propósito muy claro y, aunque tengo algunas ideas generales, esperaba que aquí pudieran ayudarme a orientarlo: críticas, comentarios o sugerencias de lo que debería suceder a continuación, todo es bienvenido y tomado en cuenta. Muchas gracias y hasta pronto.

 

 

Capítulo 1

 

Cuando un hombre saltó en medio de la acera empuñando una pistola, Héctor echó hacia atrás a su novia, Julia, y trató de lanzarse sobre él. Sin embargo, el asaltante le apuntó rápidamente al pecho, obligándolo a detenerse.

 

-Está bien -dijo Héctor, alargándole su cartera y su teléfono-. Solo llévate las cosas y déjanos ir. Por favor.

 

Pero el asaltante no se movió. Una mirada demencial brillaba en sus ojos, mientras apuntaba directamente a Julia.

 

Héctor sintió cómo se apretaba ella contra su pecho y, aunque largos cabellos negros le ocultaban los ojos, pudo ver una lágrima que corría por su fino perfil.

 

Con un siniestro clic, el hombre liberó el seguro del arma.

 

Sin dudarlo, Héctor envolvió a Julia en un abrazo y, un instante después, escuchó el disparo. Un dolor agudo le escoció la espalda, se extendió como fuego dentro de su pecho, y Héctor se desplomó sobre la acera, apenas consciente. Alcanzó a ver que el asaltante huía amedrentado y supo que Julia estaría bien. Entonces, una luz brillante comenzó a envolverlo y cerró los ojos, aguardando el fin. Pero la muerte era solo el principio.

 

Cuando Héctor abrió los ojos de nuevo, se encontró en medio de una densa neblina que impedía la visibilidad del entorno. Solo unas tenues luces brillaban en lo alto, por encima de su cuerpo, que estaba tendido sobre una superficie dura y fría. Héctor hizo un esfuerzo para alzar la cabeza, tratando de mirar su cuerpo herido, y ahogó un grito. Se encontraba intacto y, además, era inmenso: sus pectorales eran enormes y muy firmes, más abajo se extendía un impresionante abdomen, perfectamente marcado en grandes bloques.

 

-Bienvenido, Héctor -dijo una voz suave como la seda por encima de su cabeza-. Mi nombre es Sara y me han enviado aquí para ayudarte.

 

De inmediato, Héctor alzó la vista y encontró el rostro de una chica increíblemente bella que lo examinaba con intensos ojos azules a través de un extraño objeto.

 

-¿Dónde estoy? -preguntó Héctor, mientras ella continuaba estudiándolo-. ¿Qué está pasando?

 

-Estás en un lugar seguro, Héctor. Todo está bien, relájate.

 

-No está bien. ¡Este no es mi cuerpo!

 

-Sí, lo es. Como debería ser.

 

-¿De qué hablas? -preguntó Héctor exasperado, tratando en vano incorporarse-. Uno no cambia de cuerpo así nada más. Me has hecho algo...

 

-Nadie te ha hecho nada. Tú elegiste morir por Julia ¿recuerdas? Por eso estás aquí, Héctor. Tu alma es pura. Y, ahora, se encarna en ese cuerpo, le da su forma y puedes verte como en realidad eres.

 

Héctor sopesó rápidamente aquellas afirmaciones, concentrándose sólo en los hechos. Había muerto, lo sabía con toda certeza. Al menos, sobre eso, la chica decía la verdad. Un doctor podría haberlo resucitado, pero aquello no parecía ni remotamente un hospital. Y en todo caso, no sabía de nadie que pudiera ponerlo en otro cuerpo. La chica, Sara, no aparentaba tener tal poder, aunque había dejado ver que una organización entera estaba detrás de todo. Si quería entender lo que estaba pasando, eso era lo primero que debía aclarar.

 

-¿Quiénes son ustedes? -preguntó finalmente.

 

-Oh, tenemos muchos nombres. Tal vez conozcas algunos -dijo Sara con una sonrisa sugestiva y, abandonando la cabecera, se dirigió al pie de la cama. Héctor pudo, entonces, apreciarla por completo: su cuerpo era tan perfecto como su rostro, y estaba cubierto apenas por un top y unos ajustados pantalones que sujetaban un largo estuche, la vaina de una espada corta.

 

Incrédulo, Héctor reparó en el objeto, pero algo todavía más extraordinario atrajo su atención, pues del dorso de la chica brotaban un par de tersas alas de intenso color fucsia.

 

Tan abrumadora era la belleza de aquello que Héctor tardó un segundo en digerir lo que significaban. Los ángeles existían. Y, por consecuencia, el cielo, el infierno, Dios. Héctor cerró los ojos con pesadumbre. Nunca había sido un firme creyente y le preocupaban las reacciones hacia muchos de sus actos. Pero Sara parecía adivinar sus pensamientos, pues le sonreía comprensivamente, ofreciéndole su mano.

 

-No hay nada que temer -le dijo a Héctor mientras lo ayudaba a incorporarse-. Ahora eres uno de nosotros.

 

Héctor se puso de pie y permaneció inmóvil. Largas alas grises se extendían desde su espalda.

 

Edited by enkelhet
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