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Diálogos de una carretera sin retorno ¿Parte dos?


Sebastiasd

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En un kiosco en la calle República, el barrio universitario, se encontraba Víctor comprando una cajetilla de cigarros.

- Hola, ¿Cuánto valen los Viceroy light?

- Mil novecientos.

Con cara de sorpresa Víctor le responde: - Me da unos por favor.

Vaya que sorpresa me he llevado el día de hoy, pensaba Víctor. Que hasta hace un día atrás compraba los cigarrillos dos cientos pesos más baratos.

- Esto ya no es tabaco, es oro.

A su espalda, justo un joven había escuchado lo que él había proclamado como oro. Era Javier haciendo la fila para conseguir uno de esos mismos que Víctor tenía.

- ¿No me digas que ya empezamos la etapa de nuestro país, en donde el derroche es tan grande, que comenzamos a fumarnos los metales preciosos?

Víctor se dio una vuelta al instante, sabiendo perfectamente quien era el que le había dirigido las palabras.

- De qué carajo estás hablando, idiota.

- Llamaste a tus cigarros oro. ¿Por qué, acaso subieron de precio?

- Mil novecientos sale la graciecita, continuarás con tus ganas de conseguirlos?

- Lo que tú no sabes, es que, la amistad no tiene precio.

Víctor aprieta tensamente la cajetilla, la abre, lentamente, saca dos cigarrillos, como si hubiera entendido al instante el mensaje que Javier quería transmitirle y le entrega uno.

- Las deudas se pagan. Lo tienes claro, cierto?

- Es tan sólo un cigarrillo, preocúpate el día en que me falte el dinero para pagar el dividendo o el arriendo, que de seguro, serás mi prestamista más cercano.

- No quería que tan sólo un comentario ácido se transformara en una premonición del futuro en donde, además de salvarte el culo, tuviera que hacerlo con dinero.

- Empecemos justo ahora, en este mismísimo instante. ¿Qué es lo que desea, caballero? ¿Tiene pensada alguna manera perfecta de pagar mi deuda hacia su persona?

- No tengo fuego, consígueme. Pero no quiero cualquier fuego, pídeselo a una mujer, peculiar, distinta. Y no me vengas con aquellos monstruosillos que sueles encontrar por la calle. Una muchacha, que con tan sólo verla, puedas saber que, quizás, sólo quizás, se parezca a nosotros. Juégatela, que el dueño de la cajetilla de veinte cigarros, soy yo.

Vaya tarea, pensó Javier. Un puto cigarro que le costaría un ligón de aquellos.

En los alrededores al kiosco, Javier puso sus ojos, nada que apareciera ante él que pudiera satisfacer los ideales de Víctor. A veces, pensaba, que tan sólo él estaba haciéndole una jugarreta, pero de todas formas, Javier, la quería jugar.

Una muchacha, vio salir de la Universidad Diego Portales, se veía de unos unos ciento sesenta y cinco centímetros de estatura, rubia, piel color miel, caderas anchas, unos senos que probablemente su padre hubiera deseado en su señora y una mirada tan penetrante que le hizo pensar que quizás, sólo quizás, fuera como ellos.

Saca de su bolsillo una cajetilla, unos Marlboro corriente, y un encendedor para prender su cigarrillo. El momento para actuar había llegado.

Víctor, a todo esto, esperaba pacientemente a un metro de toda aquella situación que observó Javier.

Cinco pasos, contados por el nerviosismo, Javier notó que dio, para llegar a aquella muchacha.

- Disculpa, ¿me podrías prestar fuego?

- El tuyo, ¿dónde quedó? ¿Acaso no sabes que las bencinas subieron treinta pesos el día de ayer?

Javier puso cara de espanto y ni siquiera notó que el precio de los encendedores no se veía influenciado por esas alzas.

- Disculpa.

La mujer riò. Para los espectadores, sólo soltó una leve sonrisa, pero en su interior, reía a carcajadas.

Le tendió el encendedor amablemente. Javier no sabía qué hacer, así que, tan sólo lo tomó y prendió su cigarro.

En ése momento Víctor estaba justo detrás de él, escuchando la conversación y al momento que vio que le entregaba el encendedor, él, se acerca y les interrumpe con la siguiente frase:

- que no fueron treinta pesos, sino, veinticinco. Sé más considerado para la próxima, Javier. – éste, instantáneamente, toma el cigarro de su amigo para prender el suyo, siguiendo con la broma adelante.

La mujer a la que le habían pedido el fuego le miraba fijamente, dándole su aprobación.

- Pues hombre, ¿acaso no era mi labor conseguir tu endemoniado fuego? – Los ojos de Javier se mostraban confusos y un tanto avergonzados. Pero eso sólo se debía a que cuando había mujeres presentes, él, era un poco torpe.

- Tranquilo, sólo fue una pequeña broma. No es cierto… ehmm, perdón tu nombre ¿cuál es? El mío es Víctor, mucho gusto.

-Antonia, el gusto es mío. – Dirigiendo su mirada a Javier -Y tú eres Javier, ¿no?

- Así me nombró este hombre, pues así me puso mi madre – una pausa incómoda asomo durante tres segundos, luego quebró el silencio – Esa broma, ¿la habían planeado?

- ¿Lo de la subida de las bencinas? – Dijo Antonia – Aún no puedo creer como es que pusiste esa cara al momento de oír tajante estupidez.

- A veces es un poco lento – añadió Víctor – pero sólo cuando se encuentra con tipas como tú.

Por un momento las mejillas de Antonia se ruborizaron, pero tan sólo fueron unos segundos, tan corto y torpe, como el intento de alago de Víctor.

Antonia ni siquiera notó que ya casi no le quedaba cigarrillo, y sólo le restaban cinco minutos para su siguiente clase.

- Perdón, pero ya me tengo que ir.

- Espera – Javier le tiende su mano – tu encendedor. No vayas a gastar una millonada en comprar uno nuevo, debes tener cuidado con eso, mira que pronto, se transformará en oro.

Víctor recordó cómo fue que estúpidamente llamó a sus cigarrillos y soltó una leve sonrisa.

- Que bueno que eres preocupándote por los demás. Mejor te lo dejas, y para cuando yo esté necesitando de mi buen samaritano, lo uses para acercarte a mí y encender mi cigarrillo.

Antonia dio media vuelta, entró en su sede y tomó rumbo a clases.

- ¿Acaso te has leído todos los cuentos de hadas habidos y por haber? – le dijo Víctor a Javier tan sorprendido como lo estaba él

- Creo que ahora sé cómo se sintió David al vencer a Goliat

- ¿Qué quieres decir, Javier?

-Crees que vuelva a aparecer en nuestras vidas, Víctor?

- Tú continúa leyendo esos cuentos, que para el futuro, harta falta nos irá a hacer.

Se miraron y se rieron como nunca. Los dos pensaron que habían hecho una nueva amiga y sólo por pedir fuego. Víctor quedó sorprendido, ya que, no sabía que sus deseos fueran a cumplirse, además, que tan sólo era una jugarreta hacia Javier. Y éste por su parte, quedó encantadísimo con ella, no enamorado a primera vista, sino, que con ganas de saber quién era ella, de que quizás, sólo quizás fuera como ellos.

Vieron la hora y se dieron cuenta que tenían que marchar, había clases que tomar. Terminaron sus cigarrillos, tranquilamente, conversando sobre lo que había sucedido y el ramo que les tocaría, para luego levantarse e ir rumbo a sus respectivas universidades y salir de esta realidad, un poco ficticia, que tan sólo duró, un par de minutos.

 

 

Aquí les dejo la ¿Parte uno? por si acaso

 

saludos :)

Edited by Sebastiasd
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