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El autobús del grito


Sebastiasd

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Era un día normalmente nublado en Santiago. No había señales de vida del sol. Una temperatura que te hacía temblar del frio, con ese odioso viento tan helado como una noche sureña.

 

Tenía que salir a un lugar importante, donde recibiría una notable noticia que me facilitaría un poco mi vida.

Salí de mi casa y tomé rumbo hacia el paradero para así poder subirme a la micro. El día parecía de lo más normal, la gente más abrigada de lo común, autos transitando apresuradamente por las calles, junto a la típica gente santiaguina que practica el paso rápido mientras camina.

 

De verdad, lo que les relataré, nunca hubiese pensado que me sucedería.

 

Como era común aquí en la capital, la micro iba llena. Solo pude notar, mientras pasaba por entremedio de mucha gente, un único puesto desocupado al final del bus, en la última corrida de asientos.

Ya sentado y pensando en el lugar que me tenía que bajar, tuvieron que pasar alrededor de 5 minutos para que tuviera que escuchar cierta voz que hizo que mi cuerpo se estremeciera completamente.

Era alguien que gritaba del dolor.

 

-Aaaaaah!, aaaaaah!- repetía desesperadamente.

 

¿Qué les sucede, acaso las personas a mi alrededor no oyen el estremecedor grito? Si son muy claros, realmente fuertes. Es prácticamente imposible que el sonido pase desapercibido.

 

De todas formas, la gente no reaccionó.

 

Los gritos continuaban como si fuese una orquesta en pleno concierto, en donde quizás, yo era su único espectador.

 

Con el pasar de los minutos donde oía y oía aquel hombre sufriendo, me percaté que los gritos venían de abajo. No sabía exactamente donde era abajo, pero si hubiese estado parado en la calle, los gritos hubiesen provenido de las alcantarillas.

Mientras más buscaba, más me aterrorizaba la idea de un hombre bajo la corrida de asientos en la que me encontraba. La desesperación por encontrarlo me hizo preguntarle a la persona que se encontraba a mi lado:

 

-¿Lo escuchas cierto?- dije mientras mi rostro mostraba inquietud.

-Perdón, ¿pero a qué te refieres?

-los gritos de un hombre sufriendo, creo que viene de abajo de nosotros.

 

De repente, su cara solo me pudo expresar miedo y desesperación

 

-¿Tienes algún problema? Tu boca, ¡qué le sucede!

 

Mi boca se había distorsionado, no la podía volver a la normalidad. Solo mi sonrisa transformó toda mi expresión facial. En realidad no sabía qué carajo expresaba mi cara en ese momento. Al final, la mujer a la que le consulté sobre los gritos, se levanto de su puesto, tocó el timbre del autobús y se bajo en la siguiente parada. Al momento de poner sus pies en la tierra se voltea para encontrar mi mirada. Sus ojos se encontraban completamente abiertos y no pestañeaba. Por los cinco segundos que nos miramos solo meneó su cabeza de un lado a otro.

 

Después de esos pocos sucesos, me fui preguntando si realmente estaba perdiendo la cordura.

 

“¿Por qué tú, mente descarriada, me llevas a oír aquel grito que me perturba en mi viaje?”

 

No se detiene con nada, y poco a poco, a las personas que les voy preguntando por el endemoniado grito, van bajando del bus queriéndome decir, tus oídos solo escuchan el frenesí de tu locura.

 

“¿Qué es lo que quieres lograr conmigo, mente mal agradecida, que en mis momentos de sensatez, procuré llevarte por una senda de caminos interminables hacia el rumbo esperado por la consciencia? ¿Prepararme para este inevitable momento? ¿Me estas tratando de decir que deje mi cuerdo pasado por mi creciente presente perturbado?

 

Pero si este grito fuera real, no tendría porque pensar tales cosas. ¡Eso probaría que yo no soy el loco, sino los demás!

Mi mente por fin pudo encontrar un haz de luz que alumbrara mi razón, que iluminara mi siguiente paso a seguir.

 

- Chofer, chofer. Deténgase. Existe en las entrañas de este bus, un hombre sufriendo, que solo, como signo de auxilio, puede gritar del dolor.

 

- Vuelve a tu asiento muchacho, lo que dices carece de sentido. Tus palabras solo terminarán en el espacio vacío de las mentes de los demás, donde solo llegan palabras sin sentido proclamadas por alguien que no se encuentra completamente dentro de sus cabales.

 

Después de dicha negativa hacia mis palabras, solo me quedó descender del autobús del grito para presenciar el juicio de la realidad. Mi cordura pendía de un hilo.

 

“¡OH!, cruel realidad que me castiga con este sonido del más allá. Si tu fin era que mi consciencia pasara ser dominada por la batalla entre lo real y lo imaginario, lo has conseguido. Lo único que puede probar mi cordura son mis oídos, que no les pertenecen a nadie más que a mí. Un instrumento para atestiguar ante la corte de la realidad que no es válido. Solo tengo a una persona en este mundo cuerdo que puede proclamar mi mente como sana, el testigo de mis penumbras, que vivió y sintió conmigo el horrible grito que llama a la demencia. Tú, que todo has leído, que todo has sentido, que todo has presenciado, habla a favor de mi mente, ante esta corte que me acusa de cambiar mi cordura por la triste locura. Tú, que aun continúas pendiente a mis palabras solo basta con que lo oigas. Sí, el grito. Ese mismo grito que me hizo atormentar a aquella muchacha, ese mismo grito que me hizo perder la razón frente al chofer. Ese grito que se llevo mi mente hacia el mundo de la fantasía.”

 

- “. . .”

 

“¡No puede ser!, el único testigo, aparte de mis oídos, que tenia a mi favor, me otorga el placer de ese silencio que tanto anhelaba, para mandarme a decir que mis peticiones solo las podría cumplir mis oídos?

 

Después de este lapidario rechazo hacia mi mente que buscaba volverse a encontrar con la cordura, ¿qué se esperaba de mí si no era más que perderla?

 

. . .

 

Al final, no pude. Fui condenado de por vida a escuchar ese horrible grito. Presenté a mis oídos como testigos, los ofrecí para que se los pusieran en lugar de los suyos, para que así, pudieran escuchar lo que mi perturbada mente oía. En vano… fueron cortados. Y el único testigo fiel que sabía que podía ayudarme se cobijó en un silencio que inundo mi pensar, para así darme la espalda.

 

Al parecer, el sonido nunca existió ¿verdad? Tú, que en todo momento me acompañaste, en verdad, ¿nunca lo oíste?

 

 

 

Gracias por su lectura (:

 

 

PD: no sé por qué, pero cada cuento qe escribo tienen qe ser de este género... de todas formas es mi favorito :tv:

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